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domingo, octubre 12, 2025

1492 palabras contra la Hispanidad 

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Stuart Hall, intelectual jamaicano afincado en Gran Bretaña, decía que la fuerza de su pensamiento emergió del día en que decidió “ajustar cuentas con la cultura del amo colonial en su propia casa”. Para nosotras, migrantes de las excolonias españolas, ese ajuste de cuentas se reactualiza cada 12 de octubre, el día en que España festeja, con insolencia y desmemoria, lo mismo que se condena desde las epistemologías críticas del Sur: el inicio de la herida que todavía llevamos abierta.

¿De qué hablan los negacionistas del genocidio en América Latina, los de la leyenda negra que reivindican la conquista y el pasado imperial ibérico, cuando hablan de Hispanidad? ¿A quiénes incluye? ¿Qué celebra? ¿Nos hermana realmente el uso de una lengua común? ¿Qué hacemos con nuestra memoria colonial? ¿Es también común? Hablemos de anacronismos. Aunque Europa se presenta con respecto a Abya Yala como ese espacio de modernidad y de futuro, más de 500 años después e independientemente del partido político que gobierne, el 12 de octubre se celebra la Fiesta Nacional de España. No sorprende, porque la Hispanidad, así con mayúsculas, es el nombre del mito fundacional de una nación que se autopercibe como madre patria. Con el objetivo de reunir a sus hijos, eternos menores de edad, Madrid ha vuelto a vestirse de capital del imperio. En la Gran Vía, desfiles de bailarines “típicos” y conciertos millonarios machacan el mensaje: “La Hispanidad está viva y sigue creciendo, con todo lo que nos une”, suerte de homogeneidad identitaria bajo la lengua materna universal en aras de una supuesta fraternidad transcontinental.

Para nosotras, el día de la Hispanidad es un tropo sombrío y siniestro. ¿Cómo experimentar afinidad por una conmemoración que se basa en un desfile militar, con aviones, paracaidistas y legionarios en una obscena escenificación de las herramientas bélicas de los Estados? Su mera sonoridad porta consigo imaginarios coloniales pasados que adquieren nuevos sentidos en la actualidad, se reconfiguran y reinician de modos insospechados. Hispanidad es sinónimo de culturas arrasadas, de lenguas originarias borradas, de tierras y materias primas expoliadas, genealogías y cosmogonías aplastadas, de millones de vidas asesinadas. “Todo lo que nos une” es violencia. Por eso, al lema de las manifestaciones antirracistas de los últimos años, “Descolonicémonos: 12 de octubre: nada que celebrar”, le hemos sumado desde hace un tiempo el de “HispaniNada” porque rechazamos esta ficción. Lo real fue la masacre y destrucción no solo de pueblos enteros, sino también de formas de reproducir y sostener la vida; la desaparición a golpe de cruz de sistemas de creencias y de interpretación del mundo, la imposición de una lengua, de una religión, de un sistema sexo-género y de una raza superior. Todo ello como parte de un proyecto imperial civilizatorio que encuentra hoy en la celebración de la Hispanidad su reinvención.

Sabemos también que estos proyectos imperiales no forman parte de un periodo oscuro pero ya superado de la humanidad. Nuestro presente sigue atravesado y herido por la intensificación de las violencias coloniales en el sur global, cuyo corazón es, ahora mismo, el genocidio en Gaza. La resistencia palestina se enlaza con la indígena y la negra en nuestro continente, movimientos que han logrado sobrevivir a siglos de opresión. Al recordar las luchas pasadas y presentes en nuestros territorios, nos preguntamos cómo existir en un país, en una ciudad, donde el 12 de octubre es motivo de celebración.

Nos cuestionamos, en otras palabras, por los horizontes políticos de un antirracismo que es diverso y que comparte un proyecto emancipatorio pese a habitar la hostilidad de la diáspora en “la casa del amo colonial”. Que no pretende imponer una lectura única sobre los procesos políticos, que asume que las luchas de los pueblos son múltiples y contradictorias, y que enfrentan hoy tanto el imperialismo global como los autoritarismos locales. Un antirracismo verdaderamente decolonial ha de ser antiimperial, transfeminista, popular y autónomo, articulado con resistencias feministas, afrodescendientes, campesinas y disidentes del eje sexogénero que hoy sostienen la vida más allá del Estado y sus símbolos. Un antirracismo que es un proceso, no un fin.

¿Cómo construimos un camino político en el presente desde esa memoria de dolor? Sin duda no puede hacerse con las representantes del genocidio de 1492 en su versión actualizada en 2025. No puede hacerse con las Ayuso de las medallas a Israel —el Estado que perpetra un genocidio— o a Milei, el representante del colonialismo en versión Felipillo. El que se hace llamar león pero es el más sumiso siervo del imperio. La Hispanidad es obediente, selectiva e impone la asimilación. El buen salvaje es hoy el buen migrante. La Hispanidad no une a lxs “latinxs”; de hecho, nos separa. Replica la histórica segregación racial del continente. Es conservadora, blanca y desde las terrazas del barrio de Goya viene a invertir y a especular. Todos los días, y especialmente en octubre, rechazamos ser parte de esa Hispanidad que baila en la fanfarria complaciente de la virreina de turno.

Al plan para convertirnos en “lxs latinxs de Ayuso” se le ven las costuras. Es un entramado simbólico que va desde la estatua del conquistador Pizarro —reinaugurada en Lima por la presidenta madrileña junto al alcalde apodado, no por azar, Porky hasta la designación de la Argentina como país invitado a Hispanidad 2025; o los “lazos estrechados” entre el PP y VOX y Daniel Noboa, presidente de Ecuador, contra el que no dejan de crecer las protestas en todo el país, lideradas por el movimiento indígena a pesar de la represión desmedida. Un circuito perfecto de amnesia y blanqueamiento colonial envuelto en cintas rojas y gualdas pero con cumbia, bachata y huayno de fondo. Es penoso que bandas musicales sudakas actúen en Madrid como parte de una fiesta que celebra la consolidación de las alianzas entre las (ultra)derechas españolas y latinoamericanas. Justamente las que aplican las recetas hambreadoras del FMI o los sádicos planes neoliberales de los Chicago Boys. Cuesta menos creer, claro, que la cubana Gloria Estefan abra las festividades.

En la pelea por el voto migrante latino –ese millón y medio de personas– se esfuerzan por hacernos sentir españoles, como si eso fuera sexy. Lo hizo hace un par de años Vox, emulando a Trump, aquella vez con una playlist de salsa y ya se hablaba de “los latinos de Abascal”. Ahora la Comunidad de Madrid recoge el testigo y declama: “Aquí caben todos los acentos en español”. La operación política es despiadadamente calculada. Pretende redefinir quién merece derechos y quién no, dentro de su marco racista y xenófobo. Mientras en este Madrid a los acentos en español se les da la bienvenida siempre y cuando también sepan guardar silencio, a los acentos de África, a los magrebíes, se les amenaza con la deportación. La antinegritud y la islamofobia de 1492 también se reactualizan cada 12 de octubre. La derecha copia la estrategia de Vox que copió a Trump que copió a Hitler para tender puentes con sus antiguas colonias pero desde un imaginario imperial, desde la nostalgia fake de “lo grandes que fuimos juntos”. Make Spain great again. ¿Quién se apunta? Pura nostalgia imperial.

Cuando el relato nacionalista español nos arranca nuestra identidad migrante y nos separa de los otros, “los malos migrantes”, usa a los latinoamericanos para reforzar la exclusión de otros cuerpos racializados, instrumentalizando una parte de la diáspora para sostener un proyecto nacionalista blanco y cristiano. Decir que no somos migrantes es borrar la precariedad, la discriminación y la violencia institucional que sí vivimos en España, con la derecha o con la izquierda: la Ley de Extranjería, la ilegalidad, la exclusión social, los alquileres racistas, el racismo laboral, la identificación racial. Es una manera de negar las luchas políticas y sociales del movimiento migrante y antirracista que conviven solidarias en la ILP Regularización Ya o en nuestras fiestas comunitarias autoconvocadas.

Como mujeres migrantes que habitan la misma casa del amo, condenamos este proyecto cínico de la Hispanidad, diseñado por quienes prohíben la bandera palestina en las escuelas. Y para ello, apelamos no a la unidad que devora y engulle a los otros, sino a la pluralidad, la heterogeneidad, la riqueza de los distintos territorios, maneras de ver el mundo y lenguas que conforman nuestras comunidades diaspóricas. Condenamos esa genealogía que inauguró la Modernidad europea y que continúa segregando la vida entre quienes merecen vivir y quienes deben morir. Las fronteras se tiñen diariamente de sangre, dolor y sufrimiento. La violencia que padecen nuestrxs hermanxs africanxs es ya insostenible. Denunciamos la islamofobia en las calles, en las escuelas y en los discursos de nuestros representantes políticos. No nos reconocemos en esa falsa hermandad, la que sonríe en las fotos a la vez que expolia y financia genocidios, la que apela a una identidad común pero bajo su propio sistema de castas, donde la mano de obra barata es esclava para sus casas y cultivos. Porque las raíces de nuestro antirracismo están ahí, entrelazadas con las memorias de todos los pueblos colonizados del mundo.

Redacción

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