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domingo, junio 15, 2025

Jubilemos a la agresión

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En un discurso, Gabriel García Márquez recordó: «A mis 12 años de edad estuve a punto de ser arrollado por una bicicleta. Un cura que justo pasaba me salvó con un grito: ‘cuidado’. El ciclista cayó a tierra. Y el cura me miró y me dijo: ‘ya vio usted lo que es el poder de la palabra'».

La política argentina atraviesa un momento alarmante en su forma de comunicar. Lo que antes se entendía como discusión ideológica o confrontación de proyectos, hoy se ha degradado en un espectáculo de insultos, desinformación y desprecio por el otro. El escenario político se parece cada vez más a una red social: se grita, se busca la viralización, se mide el impacto por likes y retuits. La palabra ha dejado de ser vehículo de ideas y entendimiento para convertirse en arma de destrucción.
Y eso, como todo en política, se propaga a toda la sociedad.

Las diputadas nacionales Lilia Lemoine y Juliana Santillán han sido ejemplos recientes —y lamentables— de esta lógica. En lugar de escuchar, entender y responder con argumentos a un reclamo legítimo como el de los trabajadores del Hospital Garrahan, eligieron burlarse, minimizar y desinformar. Como si hablar con ironía fuese suficiente para tapar la falta de empatía, de responsabilidad o de propuestas.

Esto no les gusta a los autoritarios

El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.

El Garrahan no es cualquier hospital. Es uno de los centros de salud pediátrica más importantes de América Latina. Allí se salvan vidas. Los profesionales que trabajan en sus salas no buscan «que les paguen por sus sueños», como dijo con liviandad Lemoine: luchan por condiciones laborales dignas para poder sostener la calidad de atención a las infancias más vulnerables. Decirles «renuncia y buscate otro trabajo» no es sinceridad: es crueldad.

El insulto de José Luis Espert contra Cristina y Florencia Kirchner que desató un escándalo en la UCA

Lo mismo sucede con los dichos del diputado José Luis Espert, quien en el marco de un congreso de comunicación política en la UCA repitió —sin vergüenza ni autocrítica— un insulto dirigido a Cristina Kirchner. No se trata de defender personas, apellidos o banderas: se trata de defender una forma de hablar en democracia. Y eso incluye el respeto por el otro, incluso (y sobre todo) por quien piensa distinto.

La propuesta no es solo cuidar las formas. Es mucho más profunda. “Las palabras tienen vida propia. Una vez dichas, caminan solas por el mundo». Y el modo en que nos estamos acostumbrando a usarlas está moldeando una democracia cada vez más intolerante, más hostil, más peligrosa. Necesitamos hablar con humanidad, porque las palabras no solo describen el mundo: lo construyen.

No es casual que estas declaraciones se den en paralelo con un discurso oficial que busca justificar la reducción al mínimo de la inversión pública, desprestigiar a los médicos del sector público y poner en duda derechos fundamentales como el acceso a la salud o la protección a personas con discapacidad. Lo que dicen algunos políticos no son errores ni exabruptos aislados: son parte de un relato coherente que busca sembrar terror sobre la función del Estado más básica que es la de cuidar.
Por eso, más allá del repudio a cada declaración ofensiva, debemos alzar la voz en defensa de una política que vuelva a poner el foco en los proyectos, las ideas y, sobre todo, en las personas. Porque la democracia no solo se mide en votos, sino también en el respeto con que se debate.

*Legisladora porteña por la Unión Cívica Radical (UCR)

Redacción

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