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martes, junio 17, 2025

La escritora Leslie Jamison explora la complejidad del sufrimiento contemporáneo

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Leslie Jamison es una de las voces más lúcidas y valientes de la no ficción contemporánea. En Gritar, arder, sofocar las llamas, su nuevo libro publicado en español por Anagrama, reúne catorce ensayos que exploran las formas en que el deseo, la memoria y el sufrimiento que son capaces de marcar una vida y también una mirada. Dividido en tres partes –“Anhelo”, “Mirar” y “Evitar”–, el libro recorre desde la historia de una ballena solitaria hasta las complejidades del cuidado, pasando por críticas culturales, crónicas y confesiones personales.

En esta entrevista con Clarín, Jamison reflexiona sobre el origen del libro, el lugar de la obsesión en su escritura, las tensiones éticas de observar el dolor ajeno y el desafío de convertir el sufrimiento en arte sin reducirlo ni convertirlo en mercancía.

–¿Recuerdas el momento o la imagen que inspiró por primera vez Gritar, arder, sofocar las llamas?

–El título se me ocurrió a partir de un ensayo del poeta William Carlos Williams sobre la fotografía de Walker Evans. En él, elogiaba cómo las fotos de Evans “fortalecen y amplían la vida que lo rodea y la vuelven elocuente, la hacen gritar”. Me fascinó esta idea de que las formas documentales (fotografías, ensayos) pudieran tomar la vida real y “hacerla gritar”, y quise escribir ensayos que también hicieran eso: que pudieran tomar momentos extraordinarios y ordinarios de la experiencia vivida–de mi vida y de otras–y sacar a la luz el canto, la rabia y el fuego que llevan dentro.

–¿Cuál fue el primer ensayo, y cuándo te diste cuenta de que formaba parte de un libro más amplio?

–El ensayo más antiguo del libro es «52 Blue», sobre una ballena cuyo canto de apareamiento no se parece al de ninguna otra y que siempre ha sido rastreada sola. Ha generado una gran obsesión colectiva; me intrigaron todas las personas fascinadas por esta ballena –desde un fotógrafo sensacionalista polaco hasta una anciana en Harlem que se recuperaba de un coma– y me interesó la posibilidad de una colección de ensayos que reuniera distintas obsesiones, igual que esta ballena había logrado reunir a un grupo tan diverso de personas. Me gusta la idea de una colección de ensayos con cierta unidad–algunos hilos comunes en sus preguntas–pero que también lleve al lector por muchos caminos distintos. Como un hotel con huéspedes distintos en cada habitación, y tú puedes espiar a todos.

–Divides el libro en “Anhelo”, “Mirar” y “Evitar”. ¿Son etapas de un mismo ciclo emocional o lentes distintas para observar el dolor?

–Las tres secciones del libro organizan los ensayos en dos sentidos: por método y por tono emocional. La primera,“Anhelo”, está formada por piezas de reportaje; la segunda, “Mirar”, es mayoritariamente crítica; y la tercera “Evitar” (en inglés es Dwelling, así que me intriga que en español se haya traducido como Evitar) está compuesta sobre todo por piezas personales. Pero también corresponden, como señalas, a distintos enfoques emocionales: la obsesión por lo lejano (una ballena desconocida, una vida pasada), el examen minucioso de lo que se tiene delante (el arte, otras personas), y finalmente una profunda intimidad con los términos de tu propia vida. Me gustaba la idea de un libro que fuera confesando gradualmente los términos de su propia obsesión: que vieras a la autora como periodista y reportera, lidiando con el deseo y la obsesión; y poco a poco vieras cada vez más las experiencias vividas que impulsaban esas investigaciones.

–Si un lector solo pudiera elegir un ensayo de cada parte, ¿qué recorrido emocional te gustaría que hiciera?

–Supongo que diría: «52 Blue», «Make It Scream», «Make It Burn» y «The Quickening». Desde la obsesión con la soledad, pasando por el enfrentamiento con el dolor ajeno, hasta llegar a un dolor mucho más íntimo, y finalmente aprender a ser cuidadora en vez de solo una observadora del sufrimiento.

–Los críticos te comparan con Susan Sontag y Joan Didion. ¿Qué tan útiles son esas comparaciones para ti? ¿Hay influencias más silenciosas que hayan sido igual de importantes?

–He estado profundamente influida por ambas, sobre todo por las ideas de Sontag –especialmente en Ante el dolor de los demás, que fue un texto clave para mí, sobre todo al pensar en los ensayos críticos de la segunda sección– y por la capacidad de Didion para entretejer hilos en muchas escalas distintas, como hace en The White Album, combinando experiencia personal con crítica cultural, entendiendo que siempre vivimos dentro de la historia, que siempre estamos siendo moldeados por ella y llevamos nuestro equipaje a lo que vemos. Pero creo que la textura y el tono de mi escritura son muy distintos: mucho más personal que la de Sontag (quien escribió un libro entero sobre el cáncer sin mencionar nunca su propia experiencia, por ejemplo), y mi prosa es mucho menos fría y distante que la de Didion. Me siento más próxima emocionalmente a autoras como Nathalie Léger, Audre Lorde, David Foster Wallace, Maggie Nelson, y a narradoras como Marilynne Robinson y Virginia Woolf.

–Escribes que mirar el sufrimiento ajeno es, en el fondo, interrogar el propio. ¿Cuándo se vuelve éticamente delicado ese espejo?

–¡Creo que ese espejo siempre es éticamente delicado! Creo en examinar el bagaje que llevamos, en lugar de fingir que no existe. No para poner el foco en quien escribe, sino para reconocer la subjetividad que inevitablemente tiñe la mirada.

–¿Cómo evitas convertir el dolor en una mercancía y, al mismo tiempo, hacer arte con él?

–Creo que, si dejas que el dolor se mantenga desordenado y complejo, si insistes en permitirle rebelarse contra cualquier tesis clara que hayas diseñado, entonces puedes honrarlo en lugar de instrumentalizarlo. Pero una gran parte de mantener ese desorden es permitir que el proceso de entrevistas dé cabida a versiones más complejas de la verdad, y que el proceso de revisión deje entrar muchas capas, en lugar de ofrecer un relato simplificado. Normalmente llego a esa complejidad a través de la revisión: interrogando mi propio pensamiento una y otra vez.

–La obsesión aparece tanto como antídoto contra la soledad como su causa. ¿Cuál fue la obsesión más difícil de domar mientras escribías?

–Mi obsesión con contar siempre una versión más larga, más completa, más compleja de la historia. Como dije, creo en la complejidad, pero eso a veces significa querer escribir la versión de setenta mil palabras de un ensayo, en lugar de llegar a una más efectiva y depurada. Siempre escribo borradores muy, muy largos; pero he aprendido que más no siempre es mejor, y que hay que eliminar lo que no es esencial para que lo esencial realmente arda.

–¿La investigación rigurosa puede anestesiar el sentimiento que busca explorar?

–Para mí, la investigación es un proceso profundamente emocional. Casi siempre tengo reacciones muy intensas a lo que descubro investigando, y siento que mi trabajo como escritora es permitir que los lectores tengan sus propias reacciones emocionales a lo que yo he encontrado, sin que las mías cierren o determinen por completo lo que deben sentir.

–Tu prosa alterna entre la precisión clínica y la metáfora incendiaria. ¿Cómo decides cuándo describir el dolor con frialdad y cuándo dejar que arda?

–Creo mucho en la yuxtaposición y el contraste: me gusta poner frases cortas junto a largas, ideas al lado de anécdotas narrativas, sentimientos efusivos junto a ráfagas cortas de lucidez fría. Me gusta moverme entre el dolor frío y el dolor caliente, entre el congelamiento y la quemadura; el desborde y la contención; la metáfora y la declaración directa. A veces, los momentos más extremos requieren la expresión más contenida.

–¿Hay algún libro que ahora consideres imprescindible para reflexionar sobre la soledad?

Housekeeping, de Marilynne Robinson.

–¿Qué pregunta sobre la verdad y el dolor todavía no te deja dormir por la noche?

–¿Cómo puedo vivir con el daño que he causado?

Leslie Jamison ’04 @lsjamison‘s writing probes the stories that people tell when they’re trying to communicate experiences too abstract to share without narrative shape: pain, injury, and suffering, alongside things that are easy to talk about.#Harvardhttps://t.co/Zw4h3OUxpW

— Harvard Magazine (@HarvardMagazine) March 3, 2025

Leslie Jamison básico

  • Nacida en Washington D. C., creció en Los Ángeles y ha vivido en Iowa, Nicaragua, New Haven y Nueva York.
  • Estudió en la Universidad de Harvard y en el Iowa Writers’ Workshop y tiene un doctorado por la Universidad de Yale; en la actualidad dirige el área de No Ficción del Máster en Bellas Artes de la Universidad de Columbia.
  • Sus textos se han publicado en revistas como The New York Times Magazine, Harper’s, Oxford American, A Public Space, Virginia Quarterly Review y The Believer, y es columnista en The New York Times Book Review.
  • Es autora de la novela El armario de la ginebra (finalista del Los Angeles Times Book Prize) y, publicados en Anagrama, de la colección de ensayos El anzuelo del diablo (Premio Graywolf Press de no ficción 2010) y el testimonio sobre el alcoholismo La huella de los días.

Gritar, arder, sofocar las llamas, de Leslie Jamison (Anagrama).

Redacción

Fuente: Leer artículo original

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