El prestigio correspondió primero a las campanas y luego pasó a los relojes. Me refiero a los mecánicos, que no los de sol, fruto de un ingenio superior.
La gran esfera blanca fue situada en lo alto, fueran edificios o torres, con la ambición de ofrecer su información visual al mayor número de ciudadanos.
Su protagonismo ganó tanta popularidad ciudadana que pronto generó un anecdotario de lo más variado
Un reloj con mucha historia, y de variado signo, fue el que culminó la muy alta torre levantada entre 1862 y 1864 en el centro tan representativo y simbólico de la plaza de la Vila de Gràcia. La proyectó el arquitecto municipal Antoni Rovira i Trias. Y el reloj corrió a cargo del renombrado especialista suizo, aquí afincado, Albert Billeter.
Fueron instaladas cuatro esferas iguales, con el fin de resultar bien visibles desde todos los ángulos de la villa. Bien pronto había de merecer gran aprecio y protagonismo por el repique de sus campanas al convocar el levantamiento popular de 1870.

La torre del reloj de Gràcia, un hito
J. A. SÁENZ GUERRERO / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA
No faltan historias y también curiosidades surgidas alrededor de esta presencia simbólica y vistosa, como las siguientes.
Barcelona tuvo, y conserva, el que fue el reloj más grande del mundo. Es todo estructura, sin esfera ni agujas. Desde 1597 hasta 1864 cumplió con excelencia su misión de transmitir a la campana la proclamación horaria. La joya es atesorada por el Museu d’Història de la Ciutat.
En 1894 corría la voz sobre las tres cosas que obligaban al ciudadano meter su mano en el bolsillo: el frío, el cobrador del tranvía y el reloj de la Acadèmia de Ciències (Rambla, 115) por su rótulo: “Hora oficial”.
Unos años más tarde se polemizó sobre la exigencia o no de implantar el reloj de 24 horas. La novedosa frase arribar a tres quarts de quinze era sinónimo de tardanza. El avispado relojero Trilla, con tienda en la Rambla, instaló en plena fachada dos relojes enormes para cada opción. Sentido comercial, que no partidista.
El banquero Arnús instaló en 1864 su empresa en un callejón que bautizó como “Passatge del Rellotge”, con información añadida: las horas de grandes capitales, los días del mes y las fases de la Luna.
Los distraídos pisan el reloj luminoso tendido por la banca Rosés en la acera de Via Laietana, 69.
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A finales del siglo XX los tres relojes gigantes de la plaza Catalunya no solían marcar la misma hora.
Cuaderno barcelonés
No saber pavimentar
Lo ocurrido con el pavimento de la calle Pi i Margall es rotundamente inexplicable. Y es que la ciudad ha sufrido en los últimos tiempos en este terreno una serie de errores que debían ser de lo más aleccionadores; en cambio ha estallado lo contrario. En la plaza Reial se ignoró la dilatación del material. En el paseo de Gràcia y ante el deslumbramiento gaudiniano se escogió un modelo de pieza demasiado grande. En el Portal de l’Àngel se optó por unas losas que no podían resistir el peso de los grandes camiones de reparto diario; pese a ello han estado insistiendo hasta ahora mismo con reponer el mismo modelo. En la Rambla aún hay quienes añoran el modelo decorativo, aunque cada pieza de recambio provocaba un patético escándalo cromático. En la rambla de Catalunya la Associació de Veïns exigía un suelo decorativo, pero el resultado obtenido con el asfalto se ha revelado insuperable. A sabiendas de estos y otros errores aleccionadores, no se acierta a comprender el desastre de Pi i Margall, pues todos los implicados podían y debían prever el preocupante desenlace: un buen dineral.