América Latina, esa vasta y vibrante región, siempre parece estar en la encrucijada de su propio destino. Cuando Washington y Pekín fruncen el ceño, el efecto dominó llega hasta el último rincón de nuestros países. Cuando las relaciones transatlánticas entre EEUU y Europa se resienten, o cuando el polvorín de Oriente Medio, con Israel e Irán a la cabeza, amenaza con estallar, las consecuencias no se quedan en los despachos de Bruselas o Teherán. Llegan a nuestras calles, a nuestros mercados, a nuestros bolsillos.
El Ring de Boxeo de las Superpotencias: EEUU vs. China
Esta es, sin duda, la dinámica geopolítica más influyente para América Latina. Es como tener a dos gigantes peleando en tu patio trasero. El peso económico y político de Estados Unidos y China en nuestra región es innegable, y cuando chocan, nosotros sentimos la vibración.
Pensemos en la famosa guerra comercial. Aranceles por aquí, restricciones por allá. Esto ha forzado a muchas empresas globales a reconfigurar sus cadenas de suministro. Y aquí viene lo interesante para algunos: el «nearshoring». ¿Qué significa? Que las empresas que antes producían en Asia para el mercado estadounidense, ahora buscan estar más cerca. México es un claro ejemplo de cómo esto puede traer beneficios inesperados, atrayendo inversiones y fábricas.
Pero no todo es color de rosa. Para otros países latinoamericanos, grandes exportadores de materias primas a China, una desaceleración de la economía del gigante asiático (consecuencia directa de estas tensiones) se traduce en menos demanda, precios más bajos y, en última instancia, menos ingresos para nuestras economías.
Además, China se ha vuelto un actor principal en la inversión y financiación en América Latina, especialmente en infraestructura y extracción de recursos naturales. Esto no es malo per se, pero la competencia con EEUU nos pone en una posición incómoda. De repente, nos vemos presionados a «elegir un bando», lo que puede afectar el flujo de inversiones y la disponibilidad de créditos para proyectos vitales.
Los coqueteos transatlánticos: EEUU y Europa
Aunque históricamente han sido aliados, las relaciones entre EEUU y Europa han tenido sus altibajos, especialmente en temas de comercio, defensa o política exterior. El impacto en América Latina es más sutil, pero no menos importante.
Cuando la relación transatlántica se tensa, Europa, buscando diversificar sus socios, a menudo mira hacia América Latina. Esto puede ser una bendición disfrazada. De repente, surgen nuevas oportunidades para acuerdos comerciales y de inversión, como hemos visto con el renovado interés en el acuerdo UE-Mercosur. Es una chance para que nuestros países no dependan de un solo actor y diversifiquen sus relaciones internacionales.
Sin embargo, también hay un desafío. Las divergencias en normas y estándares, por ejemplo, en la regulación digital o las políticas ambientales, pueden fragmentar el panorama global. Al interactuar con ambos bloques, América Latina podría verse en la tesitura de tener que adaptarse a marcos regulatorios diferentes, lo que añade complejidad a nuestras operaciones internacionales. Además, si EEUU y Europa no logran coordinarse en foros multilaterales, la capacidad global para abordar desafíos como el cambio climático o las crisis económicas se debilita, y eso, al final del día, nos afecta a todos.
El polvorín lejano: Israel e Irán
Este conflicto, geográficamente distante, parece no tener nada que ver con América Latina. Pero permítanme decirles que sus ondas sísmicas sí nos alcanzan.
El impacto más inmediato y palpable es en los precios del petróleo. Una escalada significativa en Medio Oriente, que amenace rutas cruciales, podría disparar el costo del crudo. Para países exportadores de petróleo como Venezuela, México, Brasil o Ecuador, esto podría significar ingresos adicionales. Pero para la mayoría de la región, que somos importadores netos, un aumento drástico del petróleo se traduce en combustibles más caros, costos de transporte disparados e inflación galopante, lo que golpea directamente el poder adquisitivo de nuestras poblaciones y frena el crecimiento económico.
Además, cualquier conflicto mayor en una región clave como Medio Oriente inyecta nerviosismo en los mercados financieros globales. Esto puede desencadenar una fuga de capitales de mercados emergentes, incluyendo los nuestros, provocando la depreciación de nuestras monedas locales y encareciendo el endeudamiento tanto para gobiernos como para empresas. La estabilidad financiera de la región queda, por tanto, a merced de eventos a miles de kilómetros.
Y aunque sea menos directo, hay un aspecto de seguridad. La inestabilidad global puede, en ciertos escenarios, ser explotada por grupos extremistas o redes de crimen organizado con conexiones transnacionales. Si bien esto es más especulativo, es un factor a considerar. También, una crisis humanitaria mayor en Oriente Medio podría sumarse a las presiones migratorias globales que ya enfrenta América Latina.
Finalmente, el conflicto nos obliga a tomar posturas diplomáticas en un escenario sumamente complejo. Navegar estas aguas sin generar tensiones internas o con socios internacionales es un verdadero desafío para nuestras cancillerías.
Navegando la Tormenta
América Latina, lejos de ser un ente aislado, se encuentra intrínsecamente ligada al entramado de las tensiones geopolíticas globales. La interconexión inherente del sistema internacional significa que las rivalidades entre las grandes potencias y los conflictos regionales actúan como fuerzas externas significativas, influyendo en la economía regional, las relaciones internacionales e, incluso, la estabilidad interna de sus naciones.
La tarea de navegar este complejo panorama global no es sencilla. La región se ve constantemente desafiada a equilibrar la protección de sus propios intereses con la necesidad de diversificar alianzas y promover su desarrollo en un entorno que exhibe una volatilidad e imprevisibilidad crecientes.
Sin embargo, esta exposición a las dinámicas globales también presenta oportunidades. Por un lado, la diversificación puede fortalecer la autonomía regional y reducir la dependencia de actores únicos. Por otro lado, la búsqueda de nuevas alianzas estratégicas puede abrir mercados y fuentes de inversión previamente inaccesibles.
La capacidad de los líderes latinoamericanos para comprender estas dinámicas, anticipar sus posibles efectos y actuar con pragmatismo e inteligencia será fundamental. Un enfoque proactivo, que trascienda la mera reacción a los eventos, puede permitir que las ondas de choque geopolíticas no solo sean contenidas, sino que incluso sirvan como catalizadores para una mayor resiliencia y adaptación.
El papel de América Latina en el «ajedrez mundial» puede no ser el de mover las piezas principales, pero su posición en el tablero la convierte en un actor relevante cuyas decisiones y respuestas tienen un peso considerable en el equilibrio global. La cuestión clave reside en cómo la región transformará los desafíos en oportunidades para consolidar su autonomía y asegurar un desarrollo sostenible en este escenario cambiante.
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