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domingo, junio 22, 2025

América Latina en la disputa entre China y EE. UU.

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El libro Nuestra América, Estados Unidos y China: transición geopolítica del sistema mundial [1], coordinado por Leandro Morgenfeld y Gabriel Merino, está integrado por contribuciones de autores diversos, entre los que se cuentan Atilio Borón, Claudio Katz, Carlos Raimundi y Carlos Eduardo Martins. La primera parte del libro se focaliza en los marcos geopolíticos globales de la transición de poder global, determinada por la declinación del dominio estadounidense y el ascenso de China, y analiza el lugar de América Latina (la “nuestra América” del título) en la rivalidad. La intención del libro, destacada por Morgenfeld y Merino en el prólogo, es pensar la región no “como un mero objeto de disputa entre las principales potencias, ni a través de los ojos de la academia del Norte Global, sino como un actor que debe tener una mirada propia en este momento particular” (p. 11). La segunda parte aborda el lugar de la región en las disputas globales a partir de casos subregionales y nacionales, y de temas estratégicos específicos como la seguridad y militarización, las tecnologías, la infraestructura y la competencia por apropiación de recursos como el litio.

El libro muestra cómo, a lo largo del continente, las rivalidades geopolíticas globales se entrelazan con las disputas de proyectos entre diferentes sectores de las clases dominantes en países y subregiones. El creciente desorden mundial contribuye a que estas pujas se desarrollen de manera exacerbada. A continuación vamos a comentar algunas de las definiciones vertidas a lo largo de los capítulos.

Aceleración de la transición hegemónica y desorden mundial

Con distinto énfasis y recursos conceptuales según los autores, la idea de que la aceleración de la transición geopolítica que atravesamos profundiza las tendencias caóticas del sistema global recorre todo el libro. “El análisis geopolítico es hoy en día más fundamental que nunca ya que el (des)orden del sistema internacional configurado al inicio de la posguerra fría es cada vez más evidente”, afirman Morgenfeld y Merino (p. 11).

Merino define el momento actual como de crisis de la dominación anglo-estadounidense, que marca al mismo tiempo el ocaso de doscientos años de dominio del llamado Occidente en el sistema mundial, que atraviesa un “declive secular relativo”. Este proceso significa para el autor “una transformación estructural y revolucionaria del sistema mundial” (p. 25). Merino propone el concepto de Guerra Mundial Híbrida (GMH) para dar cuenta de la situación planteada por las acciones encaradas por EE. UU. y sus aliados ante esta amenaza, que se lleva a cabo simultáneamente en múltiples planos, y las respuestas de sus adversarios como Rusia, China y otros actores. Para Merino, los bloques que se oponen en este enfrentamiento son, por un lado, “las fuerzas dominantes del viejo orden globalista unipolar en crisis, parte del ciclo de hegemonía estadounidense (o anglo-estadounidense) iniciado en 1945 que se ha agotado”, y por el otro, “las fuerzas emergentes que, sin tratarse de un bloque político ni una alianza, tienen en común la búsqueda de una democratización del poder y la riqueza mundiales, poniendo en crisis los viejos monopolios del Norte Global” (p. 29). Este segundo campo aparece claramente en esta caracterización como una fuerza progresiva para modificar el sistema mundial en beneficio de los países oprimidos.

En esta GMH que teoriza Merino “se combinan características de la guerra convencional entre Estados con ejércitos regulares y la guerra no convencional o irregular” (pp. 29-30). Asocia el concepto al de “guerra irrestricta” de Qiao Liang y Wang Xiangsui, afirmando que “al tiempo que se reduce el espacio de batalla en sentido estricto”, se ha convertido al “mundo entero en un campo de batalla en sentido amplio”. Se trata de una guerra que, continúa Merino, “se desarrolla en todos los frentes al tiempo que se ‘coopera’ dentro de una realidad interdependiente”. En síntesis, la GMH sería “la aplicación sincronizada de esfuerzos políticos, económicos, informativos, CEMA (Actividad Cibernética y Electromagnética) y militares, para objetivos estratégicos, buscando minimizar los costes de una guerra convencional entre potencias” (p. 30).

El problema de etiquetar la situación actual como de guerra mundial, aunque adjetivada como “híbrida”, es que puede dar una idea distorsionada del grado de exacerbación del enfrentamiento entre potencias en el que nos encontramos actualmente. Que estamos frente a una rivalidad cada vez más feroz en los variados terrenos que menciona Merino –comercial, de información, monetario y financiero, de ciberseguridad, etc.– es indiscutible. También es cierto que puede ser útil apelar al concepto de hibridez para dar cuenta de la manera en que se integran los choques en áreas no asociadas convencionalmente a lo militar en la competencia geopolítica contemporánea, articulándose novedosamente con las estrategias de los Estados Mayores. Estamos en un crescendo donde cada vez hay más involucramiento directo de las potencias en los enfrentamientos, ya no mediado o indirecto, pero una guerra mundial implica un salto cualitativo. El concepto de GMH desdibuja esta necesaria distinción, no permite armarnos correctamente para intervenir en la coyuntura ni prepara para la eventualidad de una situación de efectiva guerra mundial.

Los bandos enfrentados

Otra objeción que podría hacerse al planteo de Merino tiene que ver con la caracterización de los bandos en disputa. La idea de que el polo que se opone al imperialismo tradicional está integrado por fuerzas emergentes que tienen como punto común “la búsqueda de una democratización del poder y la riqueza mundiales” distorsiona la real naturaleza de la disputa en curso. Como hemos señalado en elaboraciones previas, el papel que ya está desempeñando China en el sistema internacional no habilita caracterizaciones de este tipo. Una consideración de las políticas del Estado chino ante los reclamos de nacionalidades oprimidas dentro del país o de cómo ha respondido a las movilizaciones de masas trabajadoras y sectores populares por reivindicaciones económicas o demandas democráticas tampoco habilita pronósticos sobre el papel “democratizador” de China en el mundo. Las visiones de este tipo suelen estar asociados a la negativa a reconocer la transformación sistémica de China en un sentido capitalista consolidada a finales del siglo XX y acelerada desde entonces. Aunque Merino no aborda directamente esta discusión, es de destacar que a lo largo del capítulo de su autoría el concepto de capitalismo aparece como atributo asignado exclusivamente a Occidente. Relativizar la idea de que pueda hablarse de un capitalismo chino permite obliterar cualquier discusión sobre los rasgos imperialistas de la República Popular.

Es de destacar que en otros capítulos del libro encontramos perspectivas más matizadas sobre el rol que puede tener China en el sistema mundial. Morgenfeld, al mismo tiempo que plantea que el papel de China no puede equipararse al del imperialismo estadounidense, considera que tampoco se puede suponer “que China es uno más de los países dependientes de América Latina, África o Asia y que, recostarnos en esa potencia para ganar autonomía respecto a Estados Unidos, no genera otras dependencias y costos que hay que advertir” (p. 268).

En la misma línea que Morgenfeld, Katz apunta de manera aún más tajante que la relación actual de China con América Latina es claramente de dependencia, y requiere ser reconfigurada para poder aspirar a cualquier entramado regional más autónomo. Si bien se trata para Katz de una relación de naturaleza muy distinta a la que impone Washington con su injerencia imperialista, advierte que los convenios bilaterales impulsados por Beijing con los países de la región para profundizar el comercio, las inversiones en infraestructura y otros créditos mantienen la balcanización regional y apuntan a profundizar el despojo de los recursos naturales, contribuyendo a la perpetuación del subdesarrollo (p. 144).

América Latina en la disputa global

Un aspecto de gran interés que recorre los capítulos de Nuestra América… es considerar que la crisis del liderazgo estadounidense y la disputa con China puede representar una oportunidad para ensayos más autónomos de los países de la región, basados en apuestas integradoras. Pero para que esta posibilidad pueda materializarse, es fundamental esclarecer qué posicionamientos ante esta rivalidad de potencias pueden ser realmente conducentes para enfrentar la opresión imperialista y poner fin a la crónica expoliación de la región –además de que es preciso definir cuáles son las fuerzas sociales que puedan sustentar estas aspiraciones y las estrategias políticas para concretarlas–.

Está fuera de discusión que durante los últimos 20 años el crecimiento del lugar de China como comprador de commodities, como inversor y como prestamista, de manera directa a través del Estado o a través de empresas y bancos (mayormente de propiedad estatal), generó en América Latina más alternativas. Hace 20 años, los préstamos para infraestructura y los créditos para capear las crisis estaban limitados a las instituciones multilaterales en las que Washington mantiene poder de veto. La inversión extranjera directa (abocada a radicar procesos productivos o a comprar empresas) provenía casi exclusivamente de firmas estadounidenses o europeas, excepto por las inversiones cruzadas entre países de la región (mayormente originadas en Brasil). Pero lo que China ha contribuido para modificar este panorama ampliando el abanico de acceso a recursos y destino para las exportaciones regionales lo ha hecho de la mano de crear nuevos patrones de dependencia.

Reconociendo estas ambivalencias, observa Morgenfeld que la “creciente presencia de China, y un mundo en disputa, con distintos polos de poder, genera mejores condiciones en Nuestra América para una inserción internacional menos dependiente, pero se deben evitar las idealizaciones” (p. 268).

Para los coordinadores del libro, China plantea el riesgo de una nueva dependencia, pero también aparece como el motor de una transformación global que resulta prometedora. Merino plantea sucintamente las distintas alternativas que se presentan para la región, dependiendo de los alineamientos políticos que tengan lugar en cada país:

1) avanzar en una mayor periferialización regional, atada y subordinada al polo de poder en declive; 2) ir hacia una especie de neodependencia económica con China y otros emergentes, establecida de hecho por las obvias asimetrías económicas y el sostenimiento del proyecto neoliberal primario exportador extractivista, combinada con una subordinación estratégica al establishment occidental (con sus distintas fracciones en pugna) […] 3) aprovechar el escenario de crisis mundial y multipolaridad relativa, así como el ascenso de China y las oportunidades que esto ofrece (incluso porque no presenta un patrón imperialista de desarrollo y necesita del ascenso del Sur Global), para construir un proyecto nacional-regional de desarrollo y establecer un polo emergente (p. 56).

Quienes contribuyen a los capítulos del libro, incluso los autores que reconocen los patrones de dependencia que produce la relación de América Latina con China, no registran contradicción entre esta caracterización y apostar a una alianza con China para enfrentar al imperialismo. Planteos en ese sentido encontramos en varias oportunidades a lo largo de los textos. Morgenfeld suscribe la perspectiva citada, aunque advierte que “debe evitarse el equívoco de pensar que China per se puede salvarnos” (p. 274). Katz en su obra más reciente sobre el imperialismo contemporáneo sostiene que:

El gigante asiático podría convertirse en un aliado político de los países dependientes por el singular lugar que ocupa en el orden global. No forma parte de ese bloque de naciones sometidas, pero podría ser integrado a la batalla prioritaria contra el imperialismo [2].

Se distingue a China de los países dependientes, pero se abre la puerta para un alineamiento con la misma por su disputa con el imperialismo norteamericano y sus aliados, identificados como el mal mayor. Con estos posicionamientos hemos debatido ya en varias oportunidades: es que China desafía el liderazgo de EE. UU., pero no apunta contra el dominio despótico del capital que está en la raíz de la expoliación y las desigualdades que rigen en el planeta. Reproduce en sus relaciones con otros países patrones de expoliación y saqueo de recursos comparables con los de otras potencias, como reconocen varios textos de este libro. Como vienen experimentando el proletariado y las nacionalidades oprimidas por China, aunque esté enfrentado con el imperialismo, el Estado dirigido por el PCCh no representa ninguna alternativa progresiva al dominio imperialista de EE. UU. y sus aliados. La noción de que China pueda ser un contrapeso benigno frente a la expoliación imperialista, una potencia pero no imperialista, se muestra equivocada. La asistencia que pueda prestar China está determinada por sus propios intereses en juego y viene a un alto costo.

La mayor parte de los capítulos de este libro, tienen como perspectiva una integración latinoamericana en pos de generar mayor autonomía para el desarrollo poniendo a los Estados nacionales como sujetos, y no pensando en términos de la emancipación de las clases explotadas [3]. En nuestra opinión, la lucha contra la opresión nacional requiere la iniciativa revolucionaria de la clase trabajadora acaudillando al conjunto de pueblo pobre –que lleva a unir la pelea contra la opresión nacional a la batalla de la emancipación social–. Pero aún si nuestros horizontes estratégicos son diferentes, debemos advertir que no nos parece prudente depositar demasiadas expectativas en el papel de China como apoyo para cualquier búsqueda de autonomía regional. La lucha contra el imperialismo no va a encontrar a China en nuestro “campo”, ni sus disputas con el imperialismo norteamericano y sus aliados deberían llevarnos a estar en el “campo” de China.

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NOTAS AL PIE

[1La Plata, Batalla de Ideas, 2025. Las referencias a citas del libro se indicarán entre paréntesis en el cuerpo del texto.

[3Solo en algunos capítulos (como el de Katz) aparece más explícitamente la necesidad de transformar de raíz las relaciones de clase para poder avanzar seriamente en la lucha contra la opresión imperialista.

América Latina en la disputa entre China y EE. UU.

Esteban Mercatante

@EMercatante

Economista. Miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas. Autor de los libros El imperialismo en tiempos de desorden mundial (2021), Salir del Fondo. La economía argentina en estado de emergencia y las alternativas ante la crisis (2019) y La economía argentina en su laberinto. Lo que dejan doce años de kirchnerismo (2015).

Redacción

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