Hay ciudades que se prestan al exceso de adjetivos, y Dubrovnik, con su geografía teatral que se abraza al Adriático, es una de ellas. Sus murallas blancas bañadas por el mar, sus tejados de terracota, los ecos venecianos en sus plazas componen una bella postal. Pero mirar más allá del decorado es descubrir una ciudad que resiste la tentación del cliché y se reinventa a través de su llegado cultural.
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