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martes, junio 24, 2025

Aranceles globales: ¿El nuevo freno a la inversión en América Latina?

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La brisa fresca de la globalización, que durante décadas prometió un mundo sin fronteras para el comercio y la inversión, parece estar cargándose de un manto opresivo y limitante: el de los aranceles. Si bien las guerras comerciales no son novedad en los anales de la economía mundial, la virulencia y la extensión con la que se están manifestando hoy en día plantean una pregunta incómoda para nuestra región: ¿son los aranceles el nuevo freno para la inversión en América Latina?

No hay que ser un economista laureado para entender que los aranceles, en su esencia, son muros. Y los muros, por definición, restringen el flujo. Para América Latina, históricamente dependiente de la exportación de materias primas y, en menor medida, de manufacturas básicas, la imposición de aranceles por parte de sus principales socios comerciales, léase Estados Unidos, puede ser un golpe directo al corazón de su economía.

Imagina a un productor de aguacates en Michoacán, México, o a un agricultor de café en las montañas de Colombia. Su sustento, y el de sus familias, pende de la capacidad de vender sus productos en mercados donde la calidad y el precio son clave. Si Estados Unidos decide aplicar un arancel del 15% a los aguacates mexicanos, de repente, el precio final para el consumidor estadounidense sube. ¿Qué sucede entonces? El consumidor busca alternativas, quizá aguacates de otro origen o simplemente reduce su consumo. La demanda cae, el productor mexicano vende menos, los ingresos disminuyen, y, en el peor de los casos, hay despidos y cierre de fincas.

Y no hablamos solo de productos agrícolas. Sectores como el textil en Centroamérica, el acero y el aluminio en Brasil, o incluso ciertas manufacturas en México, que han logrado insertarse en cadenas de valor globales, se ven directamente afectados. La inversión extranjera, que busca eficiencia y bajos costos para abastecer mercados globales, de repente se topa con un muro que encarece la operación. ¿Por qué invertir en una planta en Honduras si el producto final va a ser penalizado al entrar en el mercado estadounidense? Simplemente, se vuelve menos atractivo. La incertidumbre también es un factor corrosivo; ¿quién va a arriesgar capital si las reglas del juego pueden cambiar de un día para otro por un tuit presidencial o una nueva directiva comercial?

Ahora, pensemos en el «nearshoring», un término que ha ganado tracción en los círculos económicos. Si las empresas estadounidenses encuentran que importar desde China se ha vuelto prohibitivamente caro debido a los aranceles, comienzan a mirar a sus vecinos cercanos. Y ahí, América Latina se convierte en una opción lógica. México, por su cercanía geográfica y su infraestructura industrial ya desarrollada, es el candidato obvio. Pero países como Costa Rica, República Dominicana, Colombia e incluso algunos de Centroamérica, con mano de obra calificada y costos competitivos, pueden beneficiarse.

Si una empresa textil estadounidense ya no puede traer camisetas baratas de Vietnam por los aranceles, quizás decida establecer una maquila en El Salvador o Guatemala, creando empleos e impulsando la inversión local. Es un giro paradójico: los aranceles, diseñados para proteger la industria doméstica de quien los impone, pueden terminar beneficiando a otras economías que, por su proximidad o ventajas competitivas específicas, se vuelven alternativas viables.

Además, esta turbulencia comercial puede ser un catalizador para la diversificación. Si un país latinoamericano depende demasiado de un único mercado (por ejemplo, EEUU para sus exportaciones), los aranceles son un recordatorio brutal de la fragilidad de esa dependencia. Esto puede empujar a los gobiernos y empresas a buscar nuevos socios comerciales, a fortalecer los lazos con Europa, Asia (especialmente China, que es una potencia compradora) e incluso entre ellos mismos, a través de acuerdos regionales como el Mercosur o la Alianza del Pacífico.

La ironía de los aranceles es que, a menudo, terminan afectando más a los consumidores del país que los impone. Cuando Estados Unidos pone un arancel al acero importado, por ejemplo, los fabricantes de automóviles estadounidenses que usan ese acero ven sus costos de producción aumentar. Y esos costos, eventualmente, se trasladan al precio final del vehículo, que paga el consumidor promedio. Es decir, los aranceles pueden ser una forma de autoinfligirse daño económico, disfrazada de protección.

La contradicción se hace evidente cuando observamos que, mientras algunos abogan por el proteccionismo y los aranceles, la realidad es que las cadenas de suministro globales son tan intrincadas y entrelazadas que es casi imposible cortar una parte sin afectar al todo. Un producto «hecho en EE. UU.» puede tener componentes de 20 países diferentes. Un arancel a un componente específico en uno de esos países puede paralizar la producción en Estados Unidos. Es una guerra en la que, a menudo, todos terminan perdiendo algo.

Sin embargo, no todo es sombrío. El contrapunto a esta narrativa de freno a la inversión es la innegable resiliencia de América Latina. La región ha navegado por aguas mucho más turbulentas en el pasado: crisis de deuda, hiperinflaciones, inestabilidad política. Y, a pesar de todo, ha logrado encontrar caminos.

La inversión extranjera, si bien sensible a los aranceles, no se rige únicamente por ellos. Factores como la estabilidad política, un marco jurídico claro, la infraestructura, la disponibilidad de mano de obra calificada, el tamaño del mercado interno y los acuerdos de libre comercio existentes, siguen siendo determinantes. Países que logren fortalecer estos pilares, independientemente de las fluctuaciones arancelarias, seguirán siendo atractivos para la inversión.

Además, la digitalización y la economía del conocimiento ofrecen nuevas avenidas que son menos susceptibles a los aranceles tradicionales. La exportación de servicios, software, contenido digital, consultoría y talento humano es una oportunidad creciente para la región. Estos «productos» no cruzan aduanas en contenedores y, por lo tanto, no están sujetos a los mismos impuestos fronterizos.

En definitiva, si bien los aranceles globales representan un desafío innegable y una fuente de incertidumbre para la inversión en América Latina, no son un veredicto definitivo. La región tiene la capacidad de adaptarse, de buscar nuevas oportunidades en la reconfiguración de las cadenas de suministro, de diversificar sus mercados y de fortalecer sus propios pilares internos. La clave no está en lamentarse por los muros que se levantan, sino en encontrar las grietas y los atajos, o, mejor aún, en construir nuestros propios puentes hacia un futuro más próspero y menos dependiente de las volátiles corrientes del proteccionismo global. El juego ha cambiado, sí, pero América Latina aún tiene cartas importantes que jugar.

Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.

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Redacción

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