A medida que se avanza por el camino que lleva a las instalaciones de la Associació Durga y el ruido de la ciudad se convierte en un rumor lejano, rodeado del canto de jilgueros, carboneros, picos de coral, verderones o petirrojos, uno casi olvida que a pocos metros hay edificios, escuelas y una gasolinera urbana. Ayer llovió, y el terreno está plagado de milpiés que han salido de la tierra inundada. Se alimentan de materia vegetal en descomposición y cavan túneles que oxigenan la tierra, y su presencia anuncia que el suelo está limpio de tóxicos.
Los pájaros, en especial urracas y palomas, se están dando un festín a cuenta de los pobres diplópodos, sin dejar de vigilar, no vaya a ser que las dos gaviotas que los sobrevuelan hagan lo propio con ellos. Y es que Ginger y Fred –las gaviotas– son amorosos padres que buscan comida para sus pollos de este año. Dan fe de ellos las plumas y carcasas a medio consumir que se ven repartidas por el suelo. Compiten con las gaviotas dos parejas de cernícalos que anidan más arriba, en la montaña. Aquí viven también al menos un mochuelo y una lechuza, golondrinas, murciélagos y culebras bastardas, que saldrán más tarde, además de otros reptiles y varios roedores.

Amparo con Witch, una de los pocos gatos que se dejan tocar en Durga
Àlex Garcia
Cada vez se ven más insectos: saltamontes, abejas de tres clases y su depredadora, la avispa velutina, mantis, libélulas de dos especies, hormigas de varios tipos y multitud de pequeños seres que, disculpe el lector, exceden los conocimientos de este cronista. Lo mismo que le sucede con las plantas: aloes, chumberas, aromáticas, lantana, milenrama, zarzamora, diente de león y varias gramíneas silvestres se mezclan con muchas otras que no sabe bautizar, hasta llegar al bosque de higueras, olivos, ficus y al pino centenario que resguardan los refugios de los gatos.
Porque Durga son dos hectáreas y media de terreno renaturalizado en el distrito de Horta-Guinardo. Un espacio municipal cedido a una asociación que gestiona una colonia de unos 340 gatos ferales esterilizados y que tiene la vocación de crear aquí un ecosistema autosostenido donde el gato es un elemento más.
“Yo no soy gatera, soy ecologista; me critican que no transforme todo esto en refugio”, explica Núria Queixalós, presidenta de Durga
“Yo no soy gatera, soy ecologista. Me han criticado que no transforme todo esto en refugio; si hago eso, me cargo toda la flora y la fauna, y no es lo que quiero”, se explica Núria Queixalós, la presidenta y fundadora de Durga, quien ha estado vinculada desde muy joven a entidades de protección de la naturaleza.
Su aventura comenzó hace más de treinta años, en un parking contiguo a este terreno donde ella, vecina del barrio, aparcaba: “Había una colonia de gatos que alguien mataba. Yo encontraba los cadáveres y no podía tolerarlo”.
Se puso en marcha sin más apoyo que el de la Fundación para el Asesoramiento y Acción en Defensa de los Animales (Faada), que le prestó una jaula para capturar gatos que luego llevaba a esterilizar a sus expensas y volvía a soltar. De paso, colocaba casetas en la montaña del Guinardó para evitar que los gatos bajasen y corrieran riesgos y les daba comida.

Una de las gaviotas que anidan en la vieja cantera al pie de la cual se ubican las instalaciones de Durga
Àlex Garcia
“Durante diez años recibimos agresiones continuas: destrozaron el coche de mi marido, me tiraban orines en el mío, me dejaban cadáveres de animales. También encontramos paquetes con atún y matarratas y quitaron las casetas”. Logró demostrar las agresiones y que los violentos fueran expulsados del parking. Y, con paciencia y pedagogía, fue convenciendo a los vecinos de que “los gatos, por instinto, hacen una tarea de control de las ratas aunque estén alimentados”.
Su suerte cambió en el 2014, cuando el Ayuntamiento le concedió el uso de estos terrenos contiguos al parking, ocupados antes por unos talleres que habían sido demolidos y, en aquel momento, llenos de basuras y ruinas. Como siempre sola, empezó con la limpieza de aquel vertedero, y a medida que la tierra, cargada de residuos, se regeneraba sucedieron milagros como que volvieran a crecer especies vegetales autóctonas, regresasen los pájaros e incluso que una de las higueras hiciese aflorar con sus raíces una nevera y dos lavadoras inservibles y un viejo lavadero de mármol que ahora usan para las tareas diarias de limpieza.
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Consiguió que el Ayuntamiento vallase el recinto y que cada año desbroce el prado, aunque no siempre lo haga respetando los ciclos de los insectos polinizadores, vitales para mantener este ecosistema. El Consistorio pagó también la instalación de la más grande de las dos estructuras en las que se refugian los gatos; la otra se utiliza como clínica para los animales enfermos y espacio de acogida para los recién llegados.
Los gatos que viven aquí no son adoptables, salvo en unos pocos casos muy específicos. Siempre han vivido en la calle y no son aptos para estar en una casa. Queixalós explica que, aunque los cuiden y estén pendientes de su salud, sus vidas son por fuerza más cortas que las de un animal doméstico, pero a cambio tienen la libertad de moverse a sus anchas y vivir en un espacio natural. Los voluntarios tienen instrucciones de interactuar con ellos lo mínimo posible.

Un verderón, dos picos de coral y un gorrión, en uno de los muchos comederos repartidos por las instalaciones de Durga
Àlex Garcia
Todos los felinos han llegado aquí por el método de captura, esterilización y retorno (que asegura que las colonias no crecen en número de individuos), procedentes de otras colonias de gatos que han sido desalojadas por diferentes motivos o de organizaciones que se han quedado sin espacio, tanto de Catalunya como de otros lugares de España, como Almería, Valencia o Murcia.
Con el tiempo han ido llegando voluntarios, aunque “la mayoría venía solo por los gatitos, no entienden que las plantas, los pájaros, las serpientes… todo cuenta; sin el conjunto, Durga no se entiende”, explica Queixalós. “Además –continúa–, muchos no aguantan el trabajo físico duro continuado que hacemos aquí: vienen un día o dos, ven que no pueden acariciar a los gatos porque no se dejan, que hay que cavar, cargar sacos, y no vuelven”. Ahora Durga cuenta con gente que ha encajado con el proyecto, cinco personas fijas cada semana y otra media docena que ayudan de manera esporádica.
Los 20.000 euros anuales que cuesta mantener Durga salen de aportaciones de socios y colaboradores; no cuentan con subvenciones
Los 20.000 euros anuales que cuesta mantener Durga entre piensos, tratamientos y material salen de aportaciones de los socios y colaboradores, ya que no cuentan con ninguna subvención pública. También reciben donaciones en forma de comida, a menudo, de más calidad que la que ellas pueden comprar, y por eso la mezclan toda para mejorar el conjunto y le añaden pescado. Los mejores piensos se reservan para los gatos hospitalizados. Todos los gastos extraordinarios siguen saliendo del bolsillo de Queixalós.
Núria tiene 62 años, y el futuro le preocupa: “¿Qué pasará cuando no esté yo? Porque gateros siempre habrá, pero ¿quién cuidará del resto?”. Y mira en torno, del pino centenario a los milpiés en desbandada, con una expresión entre la angustia y la esperanza.