Plaza Catalunya, 1925. Cuando en un punto céntrico sucedía algo infrecuente, no tardaban en amontonarse los badocs . Era un placer no andar apresurado y concederse un tiempo para paladear la contemplación de no importaba qué; se embobaban ante una obra grande o la destreza profesional.
¿Cuál era el motivo de sentirse atraídos? Cuanto acaece en la imagen ya aporta algo de información. Ha sido derribado un poste del tendido eléctrico y un obrero se ha encaramado hasta lo alto mediante la escalera apoyada en el árbol. Nada permite saber si sucede algo más.
Era 1925 y se comenzaba ya la remodelación que había proyectado Puig i Cadafalch
No parece demasiado atrayente, la verdad. Sin duda habría quedado más justificado el contemplar el enorme socavamiento necesario para instalar los túneles del metro.
El motivo importante se centra en que la plaza ha pasado a ser noticia en aquella fecha, al haber principiado la reurbanización total de tan relevante lugar. Y se entregaban ya a la tala de árboles.

Los empleados municipales habían comenzado por vaciar la superficie ajardinada
DESCONOCIDO / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA
Inaugurada en un muy tardío 1902, no gustó nada ni a nadie: era un simple ajardinamiento firmado por Salvador Oliva. Al poco mereció el nombre de plaça dels apis, por la multitud de palmeras enanas plantadas. Y la prensa satírica la calificó como la plaça de la barra: a causa del polvo creado por la ventolera y del barro, en cuanto lloviznaba.
Pasados solo unos cuantos años, el arquitecto Josep Puig i Cadafalch proyectaba su reforma. Conocía el lugar mejor que nadie, al haber creado la casa del extravagante Pich i Pon, futuro alcalde, en la esquina con rambla Catalunya, 2. Sentenciaba que una gran plaza había de consistir en un espacio generoso dominado por un gran edificio; en la cabecera él había aportado su obra que encajaba con el hotel Colón proyectado por el arquitecto Enric Sagnier.
Por razones políticas no pudo terminar Puig i Cadafalch la reurbanización a causa del golpe de Estado del espadón Primo de Rivera. Le sucedió el arquitecto Francesc de Paula Nebot, citado de esta forma tan maliciosa como ingeniosa en la prensa catalanista: Nebot (f. de p.). El resultado tampoco gustó. Y denunciados unos desnudos escultóricos como si de pornografía se tratara, fueron condenados a la lejanía: ante el muro fachada del palacio Reial. Nadie protestó, al ser entonces una lejanía.
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Unos curiosos miraban con asombro las sorprendentes pruebas que en plena tarde se desplegaban en un huerto pegado a la Rambla, el de la Acadèmia de Ciències. Bajo la dirección del respetado sabio Francesc Salvà i Campillo se ensayaba hacer subir cuerpos pesados con un carruaje de cuatro ruedas por un canal en seco. Se hicieron tres intentonas entre septiembre y octubre de 1800, que merecieron pasar a la historia en las páginas del Diario de Barcelona y Calaix de sastre del Baró de Maldà. Ferran Armengol Ferrer concentra en su documentado libro (L’arrencada del ferrocarril a Barcelona, 1800-1850, edita Ayuntamiento) la apasionante aventura protagonizada por nuestra ciudad en los orígenes de la implantación de tan revolucionario medio de transporte con aquel titubeante ensayo, pero sobre todo con la llegada a Mataró en 1848, acción pionera en la Península. Obligado es aquí recordar para situarse que la primera línea ferroviaria del mundo fue la de Liverpool-Manchester en 1830. La ejemplar investigación de Armengol rescata así y con minuciosidad tan memorable acción de Salvà.