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sábado, junio 28, 2025

Animarse a vivir el mundo

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Tengo una amiga que salió de vacaciones por primera vez a los doce años. Familia de clase media media, la razón era que mejor no gastar de más por si en el futuro se necesitaba algún ahorro. Con los años ella se dio cuenta que detrás de esa lógica subyacía otra: el temor a quebrar la rutina, a exponer cuerpos no atléticos en la playa, a abandonar el ambiente protegido. Son muchos los que adoptan una forma de pensar similar: mejor malo conocido que bueno por conocer. Y así la vida se desarrolla en tonos de grises.

Pasa lo mismo con el cambio de trabajo, con las mascotas e incluso -sí- con los hijos. Algunas personas se preguntan si están preparadas para ser padres, si tiene sentido traer chicos a este mundo convulsionado, si no van a poner en peligro su crecimiento profesional. Disculpen la simpleza de mi pensamiento pero todo eso carece de sentido: si realmente tenés ganas de dar vida y ver crecer, arriesgate que la experiencia no te va a defraudar. Si no tenés ganas, no hay que buscar excusas, nadie obliga.

La vida es aprendizaje de bienvenida y de adioses. Me gustaría que no fuera así, pero no puedo cambiarlo entonces, mejor, aprender a convivir con esa limitación. Otra amiga -juro que los dos casos son reales- tenía, de chica, un pececito de color naranja en su casa. Sabemos que no suelen durar mucho, mueren con facilidad. El de ella, no. Vivía y seguía viviendo. Ya de grande le dijeron la verdad: el pececito eran muchos pececitos; cuando uno moría lo reemplazaban por otro similar. Y así. Intuyo que querían protegerla pero en verdad la hubieran podido fragilizar: no es la vida real, no nos movemos dentro de una burbuja.

De chico tuve una perrita, Archibalda. Es la única perra que he conocido que se reía: cuando estaba contenta abría la boca y mostraba los dientes, feliz. Si yo salía en bicicleta, siempre me seguía, como si esa fuera su función. ¿Acompañarme? ¿Protegerme? Al tiempo la atropelló un auto. Qué les voy a contar de la tristeza y del cargo de culpa. Pero lo que vivimos juntos no me lo quita nadie y eso es la vida: compartir y crecer. Hasta que se pueda.


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