Por Marcelo Carbone
La venta sana es la que se hace pensando únicamente en el cliente y no en los intereses netamente mercantilistas de alguien que, aún sin estar seguro si el producto sirve, lo va a vender como sea. La venta sana es aquella venta que no solo está al favor, sino también al servicio del cliente.
Es la venta en la que el vendedor deja que el cliente elija el producto y no empuja a esta elección. Hay un trecho entre una venta compulsiva con argumentos que rayan lo inverosímil, con una en la que el cliente elige en función de su propio criterio, aunque esté asesorado. Uno se pone en el lugar de vendedor, pero desde la parte del cliente. La venta sana tiene más escucha que habla. Estas ventas nos hacen ganar clientes de largo plazo.
Uno tiene que tratar de no meterse en las ventas. Esto a pesar de que algunos productos son medio pelo, que existen porque también es cierto que la calidad de los artículos puede variar según su precio o la capacidad adquisitiva del cliente.
Buenos ejemplos en este sentido pueden ser los carniceros y los mecánicos. El carnicero te puede decir la verdad sobre el tipo de carne con la que las milanesas te van a salir buenas. Y el mecánico, del que creemos que nos puede dar la peor solución para cobrar el mayor dinero posible, puede decir la verdad al cliente. Este tipo de cosas se pueden trasladar a cualquier rubro.
Otro caso es el del almacenero, que se puede poner del lado del paladar, el bolsillo y la familia de su cliente. Acá, no hablamos de bienes durables, sino de bienes de consumo. El almacenero capaz hasta te aclara “te conviene venir tal día que tenemos tal promoción” o “vení mañana que entra mercadería nueva”. La venta sana parte de la honestidad.