La muerte en Fraga (Huesca) de un temporero de origen pakistaní por un supuesto golpe de calor en plena recolección de la fruta ha caído como un jarro de agua fría –por la tragedia y la negativa imagen de la noticia– para un sector que dice estar esforzándose ahora como nunca para hacer las cosas bien. Tarea nada fácil en estas campañas con el desembarco en esas áreas agrícolas de decenas de miles de jornaleros extranjeros, sin cuya mano de obra la fruta se quedaría en los árboles.
El caso, investigado por la Guardia Civil, tiene todos los ingredientes para echar por tierra el trabajo de un negocio que ha logrado –eso nadie lo puede negar– poner cierto orden en la contratación, alojamiento y condiciones de empleo de esos migrantes. Aquellos vergonzosos campamentos con más de mil personas alojadas, como el permitido durante años en las afueras de Alcarràs, población del lado catalán muy cercana a Fraga, ya son historia. Así como la imagen de decenas de personas deambulando por esos pueblos sin tener asegurado el trabajo, ni papeles, a la espera de ser contratados por patrones dispuestos a explotarlos.
Las personas que abandonaron a la víctima en un centro de salud tampoco tenían documentación
“Hoy las cosas se hacen mucho mejor”, aseguran a La Vanguardia payeses de esa amplia área frutícola a caballo entre Aragón y Catalunya. Pero la muerte de ese temporero en Fraga o la operación días atrás de la Guardia Civil en la localidad vecina de Candasnos –se desmanteló una banda que tenía hacinados a esos extranjeros en condiciones casi infrahumanas– dejan en evidencia que aún queda trabajo por hacer en ese engranaje de la recolección de la fruta.
Jornada intensiva de 7 de la mañana a 4 de la tarde
El calor, eso lo saben muy bien los empresarios de la fruta, es uno de los caballos de batalla a combatir cuando las cosas se hacen bien. Estos días los temporeros arrancan a las siete de la mañana y acaban su jornada –salvo algunos días puntuales– a las cuatro de la tarde. En las fincas, afirma un empresario que tiene a centenares de temporeros contratados, se colocan puntos de agua para que los trabajadores puedan refrescarse. Si las cosas se hacen bien, insiste este payés, trabajar en la recolección de la fruta no presenta más riesgos que cualquier otra ocupación en verano y al aire libre. En Lleida y el Bajo Cinca se necesitan para la temporada de la fruta alrededor de 50.000 temporeros. Esto se repite cada año y los golpes de calor, y mucho menos los mortales, son contados. Así que en este aspecto, con la excepción de lo ocurrido este año en Fraga, las cosas se estarían haciendo bien.
s pesquisas sobre el caso del temporero pakistaní se llevan con mucho sigilo. Lo que se sabe hasta ahora es que ese hombre fue abandonado frente a la puerta del centro de salud de Fraga. Se cree que lo trasladaron hasta allí otros compatriotas desde alguna finca cercana. Se ha confirmado que la documentación que llevaba el fallecido no se corresponde con su identidad y se cree que las personas que trasladaron al temporero estarían en una similar situación, por lo que marcharon del lugar para evitar problemas. Lo que hay que investigar es si el empresario que les daba trabajo era consciente o no de esa ilegalidad.
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Este episodio apunta, como mínimo, una contratación irregular si se confirma que ese ciudadano pakistaní estaba recolectando fruta cuando sufrió el presunto golpe de calor. Y otro dato que rezuma también ilegalidad: “Ningún encargado o patrón acompañó a esa persona al centro sanitario y eso no se entiende a no ser que las cosas se estuvieran haciendo muy mal”, afirma un payés que pide salvaguardar su identidad mientras se investiga el caso.
En estos momentos hay más lagunas que certezas en las circunstancias que rodearon esta desgraciada muerte. No ha trascendido el nombre del empresario para el que podría estar trabajando este temporero o si es una firma grande o una explotación pequeña. En este último punto las versiones son dispares. Hay agricultores que afirman, sin embargo, que si se trata de una contratación irregular “lo lógico es pensar que estaba en una finca de un pequeño agricultor”. En entornos reducidos, añade ese payés, “es más fácil esquivar los controles”.
Agricultores del Baix Segre y Bajo Cinca se inclinan por pensar que ese temporero podría haber sido captado “por pequeñas mafias dirigidas por compatriotas suyos, cuya existencia no se puede negar”. Esas organizaciones, que actúan por separado y por nacionalidades, buscan a compatriotas para ofrecerles trabajo. Ellos también se encargan, apuntan estas fuentes, de facilitarles el transporte hasta las fincas y el alojamiento. Todo previo pago, claro. Algunas de esas bandas operan desde ETT poco escrupulosas, “lo que complica mucho las cosas a los payeses para saber si es o no todo legal”.
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Y lo más difícil, advierten los payeses y corrobora Óscar Moret, delegado en el Bajo Cinca de la Unión de Agricultores y Ganaderos de Aragón (UAGA), “es que con un mismo documento de identidad pueden estar trabajando, con ese nombre, varias personas”. Hay, pues, tráfico de pasaportes por los que pagan aquellas personas que han entrado en España de forma irregular. Detectar ese engaño resulta prácticamente imposible para los agricultores, sin medios para comprobar esa información. Sería el caso, en lo que afecta a su falsa identidad, del temporero muerto en Fraga.