Cálido, familiar, abundante… son algunas de las palabras que pueden leerse en las opiniones en la página de TripAdvisor sobre este peculiar establecimiento gastronómico. Más allá de cualquier reseña positiva o negativa que los comensales hayan decidido testimoniar, sugiero siempre acudir a dichos lugares.
Aquel viernes por la noche, estaban reunidas las ganas de un plato reconfortante para el alma y la necesidad de volver a ese pequeño espacio donde los aromas de la cocina dulcifican cualquier pensamiento o experiencia del día; en definitiva, esa cocina que ampara.
Las aspas de El Molino se veían tiesas por el frío, la calle Juncal permanecía en total silencio y sombría, pero unas hileras de autos decían «aquí estamos en busca de consolación». Blancas luces iluminaban la vereda y al abrir la celeste puerta con cortinitas, los rostros de todos allí eran otros.
Un gigantesco hombre peinado a la gomina se retiraba con tres bolsitas plásticas y una media sonrisa dibujada, victorioso. Tamara se acercó inmediatamente y nos señaló la pequeña mesita junto a la puerta que habíamos reservado una hora antes, esperanzados. Entonces comencé a contar… una, dos, tres… eran siete mesas en total, algunas de ellas eran dobles para aquellas familias o grupos de amigos en búsqueda de «una velada como en casa».
El menú no tardó en llegar y hablaba sobre platos clásicos y que todos comprendemos, aquellos con lenguaje materno y paterno que engalanan nuestras mesas. Debatimos sobre los platos a elegir, mientras un señor de barba y lentes de marco negro le decía desvergonzado a una mujer con pinta de Susana «si la vamos a hacer, la hacemos bien».
Entonces dije; como entrada dos empanaditas de carne, un pastel de papas (sin pasas de uvas), un matambrito de cerdo a la pizza con papas rejilla, y un vinito torrontés, por favor. Fue cuando Tamara remarcó que las papas rejilla no estaban saliendo como se esperaba y sugirió cambiarlas por papas fritas bastón; lo que me pareció muy acertado y considerado de su parte.
Mientras el vino torrontés se disipaba de mi copa, me dediqué a observar lo que trascendía allí. ¡Todos parecen estar muy felices! Solté. Los platos con grandes porciones pasaban de mano en mano y se escuchaban todo tipo de onomatopeyas. Algunas personas tomaban fotos de los platos y presumían la «comilona» que se encontraban gozando a través de audios de WhatsApp. Las empanadas se acercaron mientras un cuadrito que citaba «ley de vagos» me hacía sonreír.
La empanada era frita, verdaderamente jugosa y para nada picante. Contenía pedacitos de huevo duro y un sabor a comino en su punto justo.
A continuación, llegó el matambrito con la intención de conquistarnos, completamente inmerso en sus jugos y su terneza. Las papas fritas contenían pedacitos de cáscaras, que las volvían rústicas y gustosas.
El pastel de papa era el mismo que hacen las madres y las abuelas en casa. El puré era cremoso, el relleno de carne contenía todos sus jugos, a pesar del vapor que emanaba al abrirlo, era difícil apartarse de él. Esta fue la primera vez, que intercambiamos los platos al llegar a la mitad de la cena, no quisimos perdernos ninguno de ellos.
Luego de oír al comensal vecino que citaba sabiamente «¡la culpa hacia adentro!» mientras «cuchareaba» su flan mixto, nos decidimos por el helado «El Molino» de postre.
Su aspecto jovial me retrotrajo a aquellos postres hechos con mucho mimo por aquellas madres que buscaban animar las preparaciones de sus seres queridos decorando con largas galletitas «Ópera».
Fue una nostálgica batalla de cucharas en nuestra mesa, donde cada uno de los sabores elegidos por la casa y las pequeñas almendras, sellaban un par de corazones más.
Este establecimiento gastronómico toma palabras de un lenguaje simple. Nos ofrece tibias y suculentas preparaciones que comenzamos a añorar antes de haber dejado el lugar, o al menos así era el sentir de la señora que comía su porción de «poste vigilante». Percibo que, a través de esta propuesta sabrán de ahora en más seguir las aspas de aquel molino en búsqueda de cocina de hogar y sabores que nos hacen rememorar.