Una batalla por la ciudad
Lo que parecía una disputa técnica por una ordenanza urbanística, terminó convirtiéndose en un episodio de profunda densidad política. Juan Monteverde, referente de Ciudad Futura, denunció la connivencia entre el intendente de Rosario, Pablo Javkin, y las grandes corporaciones inmobiliarias que buscaban habilitar construcciones de lujo en la zona del ex Batallón 121. El pueblo rosarino le puso un freno.
La presión social logró suspender el tratamiento de la ordenanza en el Concejo y el llamado a elecciones municipales fue postergado. Pero lo más relevante no fue lo que no se votó, sino lo que se expresó: una ciudadanía organizada, atenta y dispuesta a defender su derecho a decidir sobre el futuro urbano.
¿Quién decide la ciudad?
Monteverde no dudó en señalar que la ordenanza en juego no era simplemente una medida administrativa, sino parte de un modelo que entrega la ciudad a intereses privados.
“Nos querían sacar las elecciones para que las torres de lujo no encuentren resistencia”, denunció.
La respuesta fue una movilización ciudadana ejemplar que obligó al poder político a recular. En sus palabras, “el pueblo de Rosario le ganó a Javkin y al lobby inmobiliario”. No es solo una frase de campaña: es un grito de soberanía popular sobre el espacio común.
Urbanismo o extractivismo urbano
Lo que está en discusión en Rosario —y en muchas ciudades del país— es si los centros urbanos van a seguir siendo habitables para las mayorías o si quedarán en manos del mercado y el cemento. La disputa ya no es entre partidos, sino entre modelos:
- ¿Barrios o negocios?
- ¿Tejido social o torres vacías?
- ¿Ciudad para vivir o para especular?
Monteverde y Ciudad Futura encarnan una alternativa local, pero con lecturas nacionales: demostrar que la política no se rinde, se organiza, y que aún en contextos adversos, el pueblo puede frenar los avances del capital concentrado.
Lo ocurrido en Rosario no es solo un triunfo político para Monteverde. Es una advertencia a quienes subestiman la inteligencia colectiva de la ciudadanía. Es también una invitación a recuperar lo común, lo público, lo que no se vende.
Porque las ciudades no son solo calles y edificios: son territorios de vida, memoria y futuro.