Juli Vallmitjana (1873-1937), escritor de los bajos fondos de Barcelona, no fue un gran botánico: vivió una época anárquica, de descampados y fábricas contaminantes. En uno de sus primeros cuentos, “El destí de la Laya”, del libro Fent memòria (1907) cuenta el caso de un campesino, trasplantado a una carbonería, que añora las labores del campo y alquila un huerto en los alrededores del passeig de Sant Joan. Lleva el primer higo a casa, envuelto en un paño, como si fuera un bebé. Lo mismo hace con la coliflor. Cultiva tomateras, meloneras y cerezos. Pero ¡ay! junto al huerto instalan una tintorería. Está un par de días sin ir a regar y cuando regresa encuentra el huerto sumergido en agua negra.

Mediterrània (1910)
Joaquim Sunyer
La estrella de la botánica suburbial es el agave (atzavara, en catalán), esa planta tan contradictoria. Es mexicana pero en manos de artistas y escritores noucentistes pasa por ser un símbolo del Mediterráneo. Crece en los descampados pero es una pieza fundamental de los grandes jardines de la Costa Azul. Es la planta del gran turismo internacional de Menton y Montecarlo pero asoma en cientos de postales del Escudo de Oro. Ahora, además, gracias a Vallmitjana, sabemos que los barceloneses de 1900 las criaban en tiesto. En la novela La Xava (1910) aparece tres veces.

Postal de Calella de la Costa de los años 70
LV
La protagonista tiene uno plantado en una olla. “Era una flor que esclatava enmig de les runes de la pobresa”. Que bien dicho está. La segunda, en Montjuïc: un agave que exhibe “el tronc florit, les quals flors, en conjunt, semblaven mans que esperessin alguna cosa del cel”. También está bien. La tercera, en una boda. El Morros tira a la cabeza del Mala Gente “un test ple de terra amb una atzavara per curar els ulls de poll”. ¡El agave que Joaquim Sunyer y Lola Anglada pintaban noucentísticamente como una planta estética y elegante, cultivada en un balcón para combatir las duricias que provocan las deformidades de los pies¡
Es mejicano pero en manos de los artistas ‘noucentistes’, pasa por símbolo del Mediterráneo
La otra planta arrabalera de los libros de Juli Vallmitjana es el cenizo (Chenopodium album), (en catalán, blet blanc): una especie de acelga-. En Barcelona se cría en alcorques y grietas. La conozco porque me la enseñó un amigo agricultor y me hace ilusión encontrarla por la calle: mira un blet! En argot barcelonés, ser un blet, quiere decir ser tonto. “Que a mi el paper de blet no m’agrada de fer-lo!” -dice uno de los golfos de La Xava-. En el Diccionari Etimològic i Complementari de la Llengua Catalana, Joan Coromines se admira de que el adjetivo bledà, que quiere decir fresco y sano, tenga la misma raíz que blet i bleda “la més insípida de les verdures.”

Cartel turístico de Mónaco de los años treinta
LV
El agave está considerado una especie invasora. Ahora la población ha bajado, a causa de la plaga del escarabajo picudo (Scyphophorus acupunctatus). Pero si un día vuelven a crecer en abundancia podríamos hacer como en el parque nacional de Calanques, próximo a Marsella: arrancarlos y fabricar mescal.