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sábado, julio 5, 2025

La diáspora venezolana y una brújula para la narrativa en tránsito

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¿Cómo se cuenta el desarraigo? ¿Qué lugar ocupa la migración en la escritura contemporánea? ¿Puede la literatura convertirse en cartografía del exilio? Salvar la frontera (Equidistancias, 2024) propone una respuesta coral: treinta narradores venezolanos, diseminados por cuatro continentes, convierten la experiencia migratoria en materia estética. El resultado es una antología que funciona como brújula de una narrativa en tránsito, donde la nostalgia se vuelve herramienta de reinvención.

Editado por Gustavo Valle y Carlos Sandoval, el volumen reúne relatos atravesados por el éxodo venezolano, fenómeno de escala histórica: más de ocho millones de personas dejaron su país en la última década. Lejos de intentar un canon, los compiladores advierten que se trata apenas de un «pantallazo» generacional, pero útil para detectar cómo la migración conmueve la sintaxis, los temas y las sensibilidades.

«Equidistancias es una editorial especializada en publicar a autores que viven fuera de su país de origen y escriben en castellano. Somos la única editorial en América Latina que nos focalizamos exclusivamente en la literatura migrante o transterritorial», apunta Andrés Tacsir, de la editorial.

De ese modo, las voces migrantes se organizan en tres colecciones (narrativa, poesía, ensayo) y además de los autores, Equidistancias trabaja el formato de la antología. «Muchas veces es visto como un género menor, pero logra dar una idea más o menos acabada de cómo ciertos colectivos de inmigrantes escriben en ciertos lugares», puntualiza Tacsir.

Así fueron apareciendo una antología de poetas latinoamericanos en el Reino Unido, una de poetas latinoamericanos en Alemania o aquella de narradores latinoamericanos judíos que se fueron de sus países. «Salvar la frontera es la última de las antologías y nos parece una oportunidad maravillosa para que el público argentino se familiarice con la literatura venezolana, una dimensión muy poco conocida«, invita.

Hensli Rahn. Foto: Carsten Meltendorf, gentileza.
Hensli Rahn. Foto: Carsten Meltendorf, gentileza.

Una cartografía del exilio

El índice de Salvar la frontera funciona como un mapa de nombres y geografías: de Alberto Barrera Tyszka a Karina Sainz Borgo, de Fedosy Santaella a Keila Vall de la Ville. Las escenas narrativas cruzan fronteras físicas y simbólicas: del asfalto porteño al río Aponwao, del Caribe a un videoclub caraqueño de 1996.

“Llegué a Buenos Aires en 2007 y al principio todo lo que uno escribe es prosa de lamentación”, admite Ricardo Añez en diálogo con Viva desde su casa en Ciudad de Buenos Aires. Su cuento «La locura arltiana» narra la deriva de un maracucho que pierde el acento, pero no la perplejidad. La ciudad le devuelve el gesto: lo detienen en la calle para hacerle preguntas imposibles.

Añez reconoce que tardó más de una década en encontrar el tono: “Se necesita tiempo para que la ficción fisure la anécdota”, sostiene, invocando a Roberto Arlt. Ese proceso desembocó en S.M.L., su libro sobre extranjería, de donde proviene el cuento. Para él, la nostalgia no es un lastre, sino una clave: “La migración masiva instaló la idea de que Venezuela es invivible, pero aún hay gente que trabaja, que sostiene proyectos allá”.

Entre las treinta voces de la antología, Liliana Lara aporta una perspectiva urgente: la experiencia femenina del éxodo. Narradora caraqueña radicada en Haifa (Israel) desde 2016, reconstruye en su cuento «Cabo Codera» un naufragio real frente a ese lugar –punto mítico para los marinos venezolanos– desde la mirada de una niñera que sobrevive mientras cuida a dos niños.

Liliana Lara. Foto: gentileza.Liliana Lara. Foto: gentileza.

“El naufragio es apenas el detonante; lo que me obsesiona es hasta dónde llega el amor de una madre”, explica Lara. La historia, tejida a partir de un audio reenviado por WhatsApp, se sostiene en una poética de los objetos: compotas vencidas, una piña inflable, un frasco de perfume vacío, uñas de gel con strass. “Los objetos dicen más que los personajes: son su radiografía social”, asegura, citando a Marcelo Cohen como influencias clave.

La trama se apoya también en su biografía: su padre, navegante aficionado, veía el cruce del Cabo como una prueba de fuego. Así, el mito doméstico se funde con la tragedia pública. Lara, que investiga la narrativa del desplazamiento, desconfía de la “prosa testimonial” y prefiere alusiones elípticas: “La identidad impura es nuestra verdadera libertad”.

El resultado es un cuento que oscila entre el horror y el kitsch, donde la frivolidad –las uñas perfectas, la piña de plástico– irrumpe en la zozobra como diamante en naufragio. O, en palabras de la autora, “una historia de hambre en alta mar que revela las hambres en tierra firme”.

Entre cintas y palíndromos

Mientras Añez dialoga con Arlt, Hensli Rahn elige el tracking de un VHS. Su cuento «Videoclub» retrocede a la Caracas de 1996 –época de caseteras y afiches de Trainspotting– para narrar la iniciación laboral de un adolescente entre cintas y palíndromos. “Lo escribí cuando aún vivía en Caracas y todo era muy difícil; por eso quedó impregnado de una melancolía sweet & sad”, recuerda Rahn desde Berlín, a pocas estaciones del antiguo Muro.

Ricardo Añez Montiel. Foto: Luis Mogollón, gentileza.Ricardo Añez Montiel. Foto: Luis Mogollón, gentileza.

El autor emigró en 2015 “por la estampida”, y tituló su crónica personal «Anotaciones al margen de una diáspora» y aparece en el libro Florecer lejos de casa (KAS) lo que le permite recurrir a una metáfora botánica: en biología, “diáspora” es el viaje de las semillas. Con dos hijos nacidos en Alemania, Rahn aún no ha podido volver a Venezuela. Mantiene el vínculo con su ciudad a través de videollamadas y cuentos que exploran el extrañamiento. En su relato, el poeta palindromista Darío Lancini aparece como cliente habitual del videoclub: un guiño pop que articula cultura popular y tradición literaria. “Escribo en mi cueva personal y, con suerte, sucede una entrevista como esta”, bromea.

En su relato «Enero es el mes más largo», Keila Vall de la Ville convierte enero en un territorio emocional: un mes blanco y eterno, metáfora de la alienación que produce tanto el duelo como la migración. “La nieve es una hoja en blanco”, dice la autora, aludiendo a esa sensación de extravío que habilita la posibilidad de recomenzar.

Recién separada y recién llegada a otro país, la protagonista del cuento no entiende el idioma, el clima ni las unidades de medida. La extranjería se vuelve una estación interminable. En medio de ese paisaje ajeno, sufre una caída y se fractura las costillas.

“Las costillas no son una colección de huesos cualquiera, son el entramado perfecto que protege los órganos vitales. Para eso están. En las costillas se inserta parte del diafragma, el músculo que nos permite respirar. Respiración y circulación y, si se quiere, sentimiento, están protegidas por esta armadura sutil”, explica Vall de la Ville, que usa el cuerpo como metáfora del desgarro emocional.

En Salvar la frontera, a escritura se convierte entonces en una segunda piel, en un modo de traducir el desplazamiento sin nombrarlo del todo. No se trata de escribir “como inmigrante”, sino de escribir desde un cuerpo marcado por el tránsito, desde una mirada afinada por el extrañamiento. Cada página, como cada frontera, deja una marca. Y quizás ahí resida la fuerza de esta literatura en movimiento: en su manera de hacer del exilio una forma de estar en el mundo.

Salvar la frontera (Equidistancias, 2024)

Redacción

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