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sábado, julio 5, 2025

Mundos íntimos. “Cacé” fantasmas en casas abandonadas cuando era chica: no los encontré pero lo que aprendí aún hoy me sirve

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Puedo decir que mis búsquedas empezaron de chica. A eso de los once o doce años decidí salir a buscar fantasmas. Con el afán de sentirme, casi, una “ghostbuster” y en compañía de mi amiga María Ester, comenzaron los recorridos por lugares abandonados.


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Crecí en Barker, un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Un lugar donde olvidarse la puerta sin llave no representaba un riesgo, ni mucho menos, una preocupación. Donde la tranquilidad era un alivio para los adultos y un incentivo en los más chicos a inventar juegos y salidas. De mi infancia y mi adolescencia lo que más recuerdo es la libertad. Podía recorrer el pueblo, salir en bicicleta, ir a la casa de amigas y por supuesto buscar fantasmas. Fueron estas salidas, las que me marcaron, una forma de andar por la vida.

No recuerdo cómo salió el tema o a cuál de las dos se le ocurrió hacer los recorridos por el pueblo. Lo que sé es que con María nos pusimos de acuerdo y organizamos día, hora y qué lugares inspeccionaríamos. Elegíamos las casas más viejas para investigar. Casi siempre, estaban bastante alejadas de donde vivíamos. Como una parte del pueblo estaba rodeada por cerros y monte, nosotras preferíamos las casas solitarias que rondaban esa zona. Incluso, el antiguo y primer cuartel de policía, fue objeto de exploración. Estaba ubicado cerca del monte y al costado de un camino de tierra que llevaba a la localidad vecina de Villa Cacique. Los barrotes oxidados de las ventanas, las paredes descascaradas del lugar, y los árboles enormes que lo rodeaban, eran la imagen perfecta de una película de horror. Nos llevamos una decepción al descubrir que solo era una fachada vieja potenciada por nuestra imaginación. El destacamento, roído por el paso del tiempo, guardaba una quietud y un silencio que se interrumpía con el canto de algún pájaro del monte o el sonido de las ramas movidas por el viento.


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No teníamos máquina de sacar fotos así que, en su reemplazo, yo optaba por llevar una libreta y una lapicera para tomar apuntes. María, prefería un crucifijo. Supongo que también pensábamos encontrar vampiros, o al menos, enfrentar algún demonio. No lo recuerdo. Lo que sí me acuerdo, era la adrenalina que me generaba esperar a que llegaran los viernes de exploración. Creo que los llamábamos así. La sensación de hacer algo emocionante no tenía precio. Sobre todo en un lugar donde lo más peligroso que te podía pasar era que el camión que regaba las calles en verano te cruzara y te salpicara las zapatillas.

En casas como esta, Guillermina Borges ponía su fantasía y su curiosidad. ¿Encontraría algún alma perdida? En casas como esta, Guillermina Borges ponía su fantasía y su curiosidad. ¿Encontraría algún alma perdida?

El hecho de que fuéramos a la escuela en el turno mañana, facilitaba las salidas. Teníamos toda la tarde del viernes para llegar tranquilas al lugar, e inspeccionar si se manifestaba alguna actividad paranormal. El trayecto nos servía para afinar la mirada y divisar la próxima inspección.

A toda esa emoción, se sumaba la tarea de mantenerlo en secreto. Nadie podía saber de nuestros recorridos. En primera instancia porque seguramente nos iban a retar y además porque no queríamos a nadie metido en nuestra misión. Era nuestra. La ideamos nosotras y no pensábamos compartir nuestras habilidades detectivescas, al estilo Mulder y Scully de The X-Files (serie, que más adelante, nos fascinaría). Ya no me acuerdo cuanto duró el encanto y la magia de las salidas de los viernes a la tarde. Porque había magia, a pesar de que jamás vimos un fantasma, ni escuchamos susurros entre las paredes destartaladas de las casas a las que entrábamos. Contábamos con la fascinación por la aventura, de salir a buscar algo nuevo, aun con el riesgo de encontrarnos con lo peor. A nuestro favor, teníamos la amistad que nos unía y nos fortalecía. Esa lealtad que no te deja sola, que a pesar de los riesgos y los posibles retos o penitencias, se anima y te acompaña. Durante un tiempo fuimos dos expertas investigadoras de casas abandonadas. Dos amigas unidas por la sed de aventuras. Creo que las salidas terminaron cuando se nos agotaron los lugares. En ese sentido, el pueblo presentaba algunas limitaciones. Pero ese no fue el final, al menos para mí, las búsquedas siempre siguieron y siguen en mi vida. Como un motorcito que me ayuda a avanzar, un tintineo que me obliga a voltear la mirada y ver a esa Guille de once años que me alienta a salir.

Guillermina Borges con sus dos hijos: la idea de que siempre hay que mirar más allá de lo aparente es algo que intentó enseñarles. Guillermina Borges con sus dos hijos: la idea de que siempre hay que mirar más allá de lo aparente es algo que intentó enseñarles.

Pero la cazafantasmas nunca se fue. De chica los buscaba en casas abandonadas. No los encontré, pero aprendí que no siempre se trata de hallar, sino de salir a buscar. No permanecer inmóvil ante la duda, moverme, descubrir. Eso no significa que los resultados sean siempre los que espero, pero el trayecto recorrido me permite ampliar la mirada, divisar nuevos horizontes y crecer en todos los sentidos.

Sí, la buscadora de fantasmas que anotaba cosas en una libreta, nunca se fue. No sé qué habrá sido de las anotaciones de las casas que visitábamos con María, sé que esa costumbre me acompañó siempre. Donde quiera que voy, en la cartera, nunca me falta una libreta y una lapicera. Así, como llevo a cuestas la libreta, me acompañan las ganas de salir a buscar.

El diccionario define la palabra buscar como la acción de hacer, para hallar algo o alguien. Para mí, es esa acción, la que define nuestra ruta. En mi caso, es un camino de ida. Nunca hay marcha atrás y nunca se detiene. Busqué nuevos rumbos cuando decidí irme del pueblo a los veinte años. No me fui muy lejos, apenas sesenta kilómetros. Tandil se ubicó como punto intermedio que me permitía mantener un cierto equilibrio entre la ciudad y los espacios verdes. Tenía y tiene todo lo que me gusta: cafés, cines, centros culturales, librerías, bibliotecas, calles adoquinadas cargadas de historia, tilos enormes que perfuman la Avenida Colón en primavera. Plazas verdes y enormes para matear sola o con amigas y, lo mejor: el silencio que reina en las cuadras, porque a pesar de ser una ciudad, las tardecitas de Tandil tienen la tranquilidad de los barrios de antaño. Llevo muchos años viviendo en este lugar y las búsquedas nunca cesaron. Busqué profesiones y carreras a montones. Rodé por cuanta carrera se presentaba como un inicio interesante. Así pasaron Psicología Social, Lengua y Literatura, Ciencias Políticas y un par más que no valen la pena mencionar porque la lista sería eterna. Hasta que Comunicación Social se hizo presente y supe que el camino era por ahí.

También busqué hijos y los tuve. Dos: Timo y Fabri. Y aunque la maternidad fue algo deseado, no puedo decir que sea siempre un lecho de rosas. A veces se complica. Me agoto, me siento mal y creo que soy pésima educando a mis hijos. Pero, ahí, aparece nuevamente la buscadora de fantasmas para decirme que ningún recorrido es certero. Que nada de lo que hacemos tiene la seguridad de terminar en buen puerto. Que el secreto está en andar. En recorrer el trayecto con la misma emoción que se siente al buscar fantasmas. Que tengo que transitar cada etapa con disfrute para que no me quede el sabor amargo de haberme salteado algo. Incluso ahora, que mis hijos son adolescentes, y ya no necesitan tanto de la mirada de mamá. Maternar es una búsqueda constante de recursos y paciencia. De amor y compromiso.

Pensar en buscar es un camino de ida, nunca se para. Siempre hay algo nuevo por recorrer. Me gusta que sea así y no puedo verlo de otra manera. Si no tuviera presente a esa nena de once años, seguro todo hubiera sido más difícil o aburrido.

Solo hay dos cosas en mi vida que nunca busqué. Que se presentaron solas, y a mi entender, es hermoso que así suceda. El amor y la amistad. El amor siempre me llegó sin aviso, pasó sin golpear la puerta y no me dejó muchas opciones más que recibirlo. Para mi suerte, con los amigos fue la misma historia. Me llegaron. Esa sí, es la verdadera magia. El resto hay que buscarlo, salidas, trabajos, conocimientos, hobbies, oficios. La lista sería enorme y está bien que así sea. Las búsquedas no deben ser limitadas, ni nos deben limitar.

Con lo único que estoy en duda en quién buscó a quién, es con la escritura. Nunca voy a tener muy claro si ella me encontró inventando historias en la mesa de una cocina de pueblo o yo la encontré a ella en las hojas mal garabateadas y borroneadas de un cuaderno Rivadavia. Lo cierto, es que desde ese encuentro nunca nos separamos. Nos acompañamos en la libreta de una nena que buscaba fantasmas, en los cuadernos que tengo en casa y en este texto que hoy sale tecleando una PC.

Estoy segura de que no soy la única buscadora que existe. Sé que hay miles como María y como yo que están con ansias de salir, de explorar, de emocionarse. Cada una o uno sabrá qué quiere o tiene que buscar. Y si no lo sabe, al menos, que salga. Que lo intente como lo hacíamos con mi amiga. Que sienta la adrenalina de algo nuevo, que los nervios le hagan temblar las piernas, que dude como lo hacíamos nosotras en algunas casas, que a pesar de sentir todo eso, avanzábamos y entrábamos. Nunca nos venció el miedo. Las dos le hacíamos frente, porque si hay algo fácil de vencer en compañía de una amiga, es el temor. Esa confianza y seguridad te da valentía para el resto de tu vida. Al menos en mí, tuvo ese efecto.

Por mi parte, no pienso dejar de buscar, me niego a quedarme estática frente a la vida. Buscar me moviliza, me da proyectos, me hace crecer. Ya no recorro las casas abandonadas rastreando entidades, ahora lo hago en modo turista. Aunque en el fondo, la nena con la libreta en la mano siempre está atenta a nuevas aventuras. Una nunca sabe. En una de esas, esta vez, encuentra un fantasma.


Sobre la firma

Guillermina Borges

Guillermina Borges, comunicadora y escritora. Es amante de los libros, el cine y hacer paradas en algún café de la ciudad. Le gusta vivir entre sierras y adoquines. Reparte su tiempo con el Club escritores de Tandil, espacio que difunde la lectoescritura y autores locales. Tiene publicadas microficciones “Relatos breves para leer desordenados” (2023) y un ensayo “Monstruos en la alacena” (2024), ambos de Halley Ediciones. Ha participado en antologías y este año se publicará su primera novela. Cuando frena la escritura, recorre las calles sacando fotos. A veces lo logra y hace capturas presentables de los lugares por donde pasa. Cree que algún día mejorará, hasta que eso ocurra, escribir es lo que mejor le sale.

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