Con el sol como invitado especial y una convocatoria desbordante, en el Centro de Arte Contemporáneo de Muntref, el sábado quedó inaugurada la 5ta. edición de BIENALSUR, la bienal organizada por la Untref que en su 10° aniversario tiñó la tarde de festejos. Chocolate con churros incluidos.
Fue alrededor de la exposición Let’s Play / Juguemos en el mundo, que tomó los espacios del edificio del Hotel de Inmigrantes con diferentes modalidades y disposiciones necesarias para el juego, desde asumir roles a estar dispuesto a seguir (o no) las reglas.

Largas colas insistían en tener sus pocos minutos y sus selfies en una nueva versión de Implosión, la sala inmersiva de Marta Minujín, o jugar al metegol en una mesa diseñada por el italiano Michelangelo Pistoletto, entre la obra de 20 artistas, seleccionados de un llamado internacional.
“Queríamos hacer algo distinto, no por ser originales, sino para mostrar la universalidad de la cultura, y nos planteamos hacer una bienal internacional que estuviera en muchos países al mismo tiempo”, destacó Aníbal Jozami, director general de BIENALSUR, entre las reflexiones de una década atrás.

“Este es un proyecto que se desarrolla en plural, sobre la base del diálogo sostenido tanto en nuestras dinámicas de trabajo como en la construcción de esta cartografía transnacional para el arte y la cultura, que es un desarrollo artesanal”, sumó Diana Wechsler, directora artística de BIENALSUR, también curadora de Juguemos en el mundo, antes de un extenso listado de agradecimientos a los colaboradores del proyecto.
Un juego, diversos caminos
Si en Rayuela Julio Cortázar plantea nuevas lógicas en la novela y así define un nuevo lector, el concepto de juego y su analogía con la vida –¿acaso no se habla de jugársela por algo o alguien?– los visitantes de Juguemos en el mundo están invitados a asumir una actitud que va más allá del espectador pasivo. La propuesta abarca todo el edificio, desde las salas a los pasillos, incluido el crucero y el Museo de la Inmigración.
Como en la novela de Cortázar, las obras (arte) pueden ser objetos inertes, pero también pueden dotarse de vida si el público las performatiza, participa de las dinámicas de juego más allá de la experiencia estética.

Es el caso del (De) estructura, el proyecto del grupo colombiano El Puente, que plantean un juego a escala escultórica, cuya configuración varía según las respuestas de quiénes lo juegan. La pregunta que dispara el juego es ¿cómo te imaginás de aquí a 10 años, y qué creés que hace falta para que eso ocurra? “Como el juego permite registrar las distintas respuestas y esta acción va a ocurrir en varias sedes, la información va nutrir un ensayo sobre las variaciones y expectativas de los distintos públicos que participaron”, explica Wechsler.
Creado por dos artistas catalanes, el Instituto del tiempo suspendido, es otro de los proyectos que requiere espectadores participantes. A partir de una reflexión sobre el uso del tiempo en el capitalismo tardío, en el recorrido del espacio cada uno responde preguntas y al final recibe una prescripción a partir del uso que cada uno hace del tiempo, y de cómo eso puede ser revertido, corregido o le corresponde una penalidad de tiempo en suspenso.

Como los móviles de Alexander Calder, pero en lugar de piezas geométricas, los platillos de batería oscilan con el ímpetu de los golpes, en su mayoría de niños, que inundan la sala de una vibración intensa, siempre cambiante. Es una obra del brasileño Carlos Amorales, que tocó su propia creación en el crucero del edificio.

Junto a su instalación, el trabajo sitio específico de la artista española Cristina Lucas consiste en dos mesas repletas de piezas de colores que forman las banderas de los países de los que llegaron los inmigrantes a la Argentina. Invita a que cada uno construya su propia identidad con su propia bandera.
Ya en las salas, un caleidoscopio de videos constituye un universo de infancias reinterpretado por artistas de distintos países. Se destaca Glottogenesis, la obra interactiva a través de la voz de la creadora china Tansy Xiao. Una instalación de Liliana Porter y Ana Tiscornia comparte sala con una de las miniaturas de Porter, y los mundos curiosos que Sebastián Gordín construyó para esta exposición. En rigor, es un tríptico dividido en tres sedes diferentes donde se replica, con variantes, Juguemos en el mundo, y que sólo se podrá unir en la cabeza de quien haya visto las tres muestras.

Al cumplir diez años, BIENALSUR invitó a esta edición artistas emblemáticos que ya habían participado. Es el caso de Michelangelo Pistoletto –con sus versiones de mesa de ping pong y sapo– y de Erwin Worm, que instaló sus fantásticas One Minute Sculptures, sillas de diseño contemporáneo con instrucciones para “activarlas”, más un video.
El punto más alto, de multitudes e impacto, está detrás de las cortinas que separan la sala de la nueva versión de Implosión, la obra que Marta Minujín mostró en el CCK.

Un clima distinto se percibe en la sala contigua, donde distintas modalidades de recreación y de juego se expresan en contextos y tiempos diferentes. Allí gira con lentitud y silenciosa la rueda de la fortuna de Pierre Ardouvin; se despliega la serie de las Trucas, la versión del juego del truco de Alejandra Fenochio; y la impactante serie, tanto en fotografías como en video, del británico Robbie Cooper, que registra los rostros y sus variaciones de los jugadores de videojuegos.
De regreso al juego colectivo, el fútbol en las favelas brasileñas llega con la dupla Dias & Riedweg (Mauricio Dias y Walter Riedweg) en un despliegue de usos del cuerpo en el mundo contemporáneo.