“Siempre estamos un poco en crisis, pero eso también nos identifica y, bien usado, creo que es una gran fortaleza”, reflexiona Benja Alfonso (41), quien regresó hace poco a Argentina tras su aventura en España. En su diagnóstico, aclara: “Creo que es una virtud hacer buenas cosas con eso de ‘lo atamos con alambre’, pero espero que pronto también llegue la etapa de hacerlas con muchos recursos”.
Tras emigrar a la Madre Patria por un largo período –que comenzó en la cuarentena del Covid 19–, se volvió a instalar en el país pero, como siempre, su espíritu inquieto lo volvió a llamar: en las próximas semanas viajará a México por proyectos laborales. Cuando se le pregunta qué cuenta de sí mismo respecto a su vida itinerante, y qué estuvo haciendo durante todo este tiempo, explica: “Digo que estuve viajando, por dentro y por fuera. Y buscando paz. Por suerte la encontré”.
Con una serie a rodar en agosto, el actor que participó de proyectos como Educando a Nina e Historia de un clan viene de vivir una experiencia más que transformadora. Dio clases de teatro dentro a un grupo de reclusos en el penal número 15 de Batán y, desde entonces, asegura que no es el mismo.

Benja Alfonso y el desafío de entrar en las emociones de los presos
«Ahí adentro las emociones eran muchas, juntas, todas a la vez«, asegura sobre el viaje emotivo que vivió en aquella unidad del Servicio Penitenciario Bonaerense, ubicado en la ruta 88, Partido de Pueyrredón, a pocos kilómetros de Mar del Plata.
“La apertura que uno tiene cuando toma una clase de teatro es muy profunda. A ratos me venía un agradecimiento, una sensación de plenitud… Aunque alrededor seguía siendo un penal, lo que sentía ahí adentro era una comodidad muy genuina. Había confianza. Había escucha”, relata al referirse a su tarea de “entrar emocionalmente” y conectar el grupo de prisioneros con el que trabajó.
Alfonso elige recurrir a una imagen luminosa para describir lo que compartió en Batán con los presidiarios. “Es como plantar una semilla en tierra fértil. Prende, agarra, florece. Eso fue lo que pasó en Batán”, explica cuando relata cómo se fueron abriendo a sus propuestas.
“¡Llegó un punto en el que jugaban con tanta libertad! Parecían chicos de 8 años divirtiéndose a las escondidas”, dice Benja sin rodeos. Y enseguida apela a su sensibilidad para contagiarnos esas sensaciones vividas: “Los cuerpos se volvían más blandos, las miradas tenían brillo, estaban presentes. Se generó un estado de gracia. De disfrute”.

«No me importaba por qué estaban ahí»: la experiencia que lo cambió para siempre
Acerca de si la consciencia de los reclusos sobre las consecuencias de sus actos afectó en algo el devenir de la clase, Alfonso asegura, tajante: “De ninguna manera”. Y suma: “Podíamos estar dentro de un penal como en una fría sala de ensayo en Colegiales. Las causas por las que estaban ahí no afectaban en nada la dinámica”.
Y claro, esa convicción es una de las claves de su conexión con los internos. Porque no se trata de juzgar. Se trata de abrir una puerta, y decir: “Acá también podés ser otra cosa. Otro. Otra versión”.
–¿Cómo sentís que el teatro puede colaborar con la reinserción y eso de intentar “ser otras personas”?
–Creo que los seres humanos somos animales de hábito. Y que, sin darnos cuenta, vamos usando diversas máscaras en la sociedad. Unas para estar en el trabajo, otras cuando estamos solos, otras con amigos, otras con la familia… Y aunque las tomemos como parte de nuestra esencia, la verdad es que es una versión de nosotros mismos. Como en el teatro: si uno puede jugar que está haciendo de alguien más y siente el poder de toda la escena, aunque las circunstancias sean inventadas ya está modificando algo en esa persona. Porque lo experimenta y eso ya modifica su base emocional. Puede abrir posibilidades.

-¿Qué otra persona terminaste siendo vos después de esa experiencia?
–Después de esta clase terminé siendo una persona que tomó la decisión de dar servicio y lo logró a pesar de las dificultades. También a pesar de exponerme. Porque cuando empecé comentarle a algún que otro amigo o compañero de teatro que iba a hacer esto, muchos me preguntaron: “Che, ¿no tenés miedo de que pase cualquier cosa en el penal?”. Entonces creo que terminé siendo una persona que toma riesgos y que se fue con una sensación de haber dejado un lugar un poco mejor de lo que lo encontró.
-¿Tenés pensado volver a dar clases en el penal o expandir esta experiencia a otros espacios donde el arte también puede ser un puente?
-Ya empecé a hablar con un productor para convertir esta experiencia carcelaria en un documental, para llevar el mensaje más lejos, para que esto no sea una anécdota. Por lo pronto, creo que el arte tiene que trabajar en pos de un sistema más justo, sobre todo emocionalmente. Porque cuando uno está sano, no quiere hacerle mal a nadie.

Benja Alfonso o un alma en viaje: “No soy de aquí, no soy de allá”
“Estuve viajando mucho. Afuera y hacia adentro. Buscando un propósito alineado con lo que me hace bien”, asegura Benja cuando tiene que sintetizar en dos líneas qué fue de su vida fuera de Argentina en el último tiempo.
Acerca de la experiencia de migrar, explica: “Cuando uno se va a otro lugar y empieza de nuevo -que uno lo ve en las películas y también lo vivieron nuestros ancestros que han venido a la Argentina-, ves que tenemos un gran país y de una idiosincrasia prácticamente única”.
En ese sentido, Alfonso destaca: “Especialmente, una humanidad muy cariñosa y muy inclusiva en cuanto a abrir las puertas de nuestra casa, de nuestro corazón, de intentar ayudar a alguien”.

-¿Qué aprendizajes te dejó viajar tanto y qué te impulsó a volver a la Argentina?
-Estoy muy como Facundo Cabral, no soy de aquí, no soy de allá… Aunque vengo con muchos viajes, ya estoy con ganas de meter un poco de base. Pero sí, hace más de un año que ando yirando. Como te decía, ahora en agosto me espera un rodaje de varias temporadas del que no puedo comentar mucho, pero estoy muy contento con el proyecto. Eso es a mediano plazo, y luego no tengo idea qué me espera…
Fotos: Gentileza B.A.