
Desde hace décadas, la cuestión nuclear ha sido uno de los temas más sensibles y determinantes de la agenda internacional. La reciente escalada de tensiones entre Irán y Occidente ha vuelto a colocar el espectro de una carrera armamentista atómica en el centro del debate, no solo por sus implicaciones regionales en Medio Oriente, sino también por su potencial desestabilizador a nivel global. A pesar de que América Latina no es un actor directo en esta confrontación, las consecuencias de un nuevo ciclo de proliferación nuclear impactan directa e indirectamente en su seguridad, economía y arquitectura diplomática.
¿Qué es la tensión nuclear y por qué importa? Cuando se habla de tensión nuclear se hace referencia a una situación de creciente incertidumbre y desconfianza entre países con capacidades nucleares —o sospecha de desarrollarlas— que puede desembocar en conflictos armados, sanciones, represalias o incluso accidentes nucleares. En el caso iraní, la tensión se origina en el temor de que Teherán desarrolle un arma atómica bajo el pretexto de fines civiles, y de que eso altere el equilibrio geopolítico en una región ya marcada por guerras proxy, rivalidades religiosas y disputas energéticas.
El caso de Irán no es aislado. Desde 1945, más de 13 mil armas nucleares se han fabricado en el mundo, la gran mayoría concentradas en Rusia (alrededor de 5 mil 900) y Estados Unidos (aproximadamente 5 mil 200), según el Instituto de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI, 2024). Otros países como China (410), Francia (290), Reino Unido (225), Pakistán (170), India (160), Israel (90) y Corea del Norte (30-40 estimadas) también poseen arsenales. Irán, de momento, no se ha confirmado como potencia nuclear, pero los temores sobre su programa han sido recurrentes.
En 2015, tras años de negociaciones, se firmó el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC o JCPOA por sus siglas en inglés), un acuerdo multilateral entre Irán y el grupo P5+1 (EEUU, Reino Unido, Francia, Rusia, China y Alemania). El tratado establecía límites estrictos al enriquecimiento de uranio iraní, reducía sus centrifugadoras y permitía inspecciones internacionales a cambio del levantamiento de sanciones económicas.

Sin embargo, en 2018, la administración Trump se retiró unilateralmente del acuerdo, alegando que Irán no había cambiado su comportamiento regional ni abandonado su apoyo a milicias como Hezbollah o los hutíes. Como respuesta, Teherán comenzó a incumplir varios puntos del JCPOA, reactivando sus capacidades de enriquecimiento de uranio a niveles del 60 %, muy por encima del 3.67 % permitido por el tratado original.
Según la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), en 2023 Irán poseía alrededor de 4.5 toneladas de uranio enriquecido, de las cuales al menos 114 kilogramos estaban enriquecidos por encima del 60 %, un umbral técnico que, aunque no representa un arma en sí, permite acercarse rápidamente a niveles militares (90 %).
Irán ha insistido en que su programa nuclear tiene fines pacíficos: generación de energía, investigación médica y reducción de dependencia del petróleo. En términos de doctrina, Irán se encuentra en una posición ambigua. Aunque su líder supremo ha declarado que el desarrollo de armas nucleares es contrario al islam, las presiones externas, la inestabilidad regional y el precedente de Irak y Libia (donde los regímenes fueron derrocados tras abandonar sus capacidades militares) fortalecen en Teherán la idea de que solo la disuasión nuclear puede garantizar su supervivencia.
¿Riesgos para Medio Oriente y más allá? Una Irán nuclear alteraría radicalmente el equilibrio regional. Arabia Saudita y Egipto podrían iniciar sus propios programas, desencadenando una carrera armamentista regional. El riesgo de una guerra preventiva por parte de Israel también aumentaría, así como los ataques cibernéticos y sabotajes (como los ya ocurridos en las instalaciones de Natanz y Fordow). Además, la presencia de actores no estatales en la región, como Hezbollah o grupos insurgentes, agrava el riesgo de proliferación descontrolada.
A nivel global, el colapso definitivo del JCPOA y el posible desarrollo de un arma nuclear por parte de Irán pondría en jaque al régimen de no proliferación nuclear, codificado en el Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP), que desde 1970 ha logrado, con dificultades, evitar que más de una docena de países se nuclearicen.

¿Por qué la no proliferación es clave para la estabilidad global? El principio de no proliferación nuclear, establecido en el Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), descansa sobre tres pilares: no adquirir armas nucleares, desarme progresivo de quienes ya las poseen y uso pacífico de la energía nuclear. Hasta ahora, el régimen ha funcionado con altibajos, pero ha evitado que docenas de países se conviertan en potencias atómicas. Si Irán llegara a romper ese consenso, el impacto simbólico y operativo sería devastador.
En términos prácticos, una proliferación desenfrenada aumentaría el riesgo de errores de cálculo, accidentes, terrorismo nuclear o conflictos regionales con impacto global. Y aunque América Latina está geográficamente alejada del Golfo Pérsico, su seguridad, economía y política exterior no están exentas de consecuencias.
¿América Latina es una región alejada o vulnerable? América Latina es, en principio, una zona libre de armas nucleares gracias al Tratado de Tlatelolco (1967), el primero de su tipo en el mundo. Peroesa condición de neutralidad no la convierte en inmune a las consecuencias de una crisis nuclear. De hecho, las implicaciones son múltiples:
Una escalada militar entre Irán y potencias occidentales dispararía los precios del petróleo y afectaría los mercados energéticos. América Latina, si bien cuenta con exportadores como México, Venezuela o Brasil, también es importadora neta en muchas de sus economías. Un aumento sostenido del crudo, como ocurrió en 2022 con la guerra en Ucrania, podría disparar la inflación, encarecer el transporte y reducir el poder adquisitivo de millones.

Asimismo, las sanciones financieras secundarias impuestas por EEUU o la UE a países o empresas que comercien con Irán —o con sus aliados como Rusia o China— podrían golpear indirectamente a bancos, compañías navieras o industrias con vínculos internacionales, incluso en países como Argentina, Uruguay o Chile.
El alineamiento automático de varios países latinoamericanos con Washington, o al contrario, con potencias como China o Rusia, podría exacerbar divisiones internas en la región. Gobiernos que mantengan relaciones con Irán —como Venezuela, Nicaragua o Bolivia— podrían verse en la mira de sanciones o presiones diplomáticas, generando nuevas tensiones en foros como la CELAC o la OEA.
Además, una eventual crisis nuclear modificaría las prioridades de la política exterior global, relegando los intereses latinoamericanos —como el financiamiento climático, el acceso a vacunas o las inversiones sostenibles— a un segundo plano.
3. Riesgo de fragmentación del orden multilateral
América Latina ha apostado históricamente por el multilateralismo como vía para equilibrar su limitada capacidad militar y económica frente a los grandes actores globales. Si el sistema de no proliferación se debilita y los acuerdos internacionales pierden legitimidad, la región también pierde uno de sus escudos más importantes: la fuerza del derecho internacional.

La AIEA, la ONU y los mecanismos de verificación —tan necesarios para el control nuclear— también son utilizados por América Latina para monitorear temas como cambio climático, comercio de armas o derechos humanos. Un descrédito de esas instituciones debilita también su función en otras áreas prioritarias.
Volver al acuerdo nuclear con Irán o establecer uno nuevo con garantías verificables es, por tanto, no solo una cuestión de seguridad regional en Medio Oriente, sino un imperativo estratégico global.
La comunidad internacional debe evitar que el fracaso del JCPOA marque el inicio de un desarme moral en materia de no proliferación.
Es urgente reconstruir canales diplomáticos, limitar las acciones unilaterales y fortalecer a los organismos internacionales. También es esencial que países fuera del radar habitual —como los latinoamericanos— mantengan una voz activa y coherente en defensa del régimen de no proliferación, recordando que la paz nuclear es indivisible: o se protege en todos los rincones del planeta, o no se protege en absoluto.
América Latina, aun siendo periférica en términos geoestratégicos, no es ajena a estos dilemas. Su economía, su diplomacia y su visión del mundo dependen del respeto al derecho internacional y de un orden basado en reglas. Por eso, el reloj nuclear de Teherán también hace eco en las calles de Bogotá, Buenos Aires, Ciudad de México o La Paz.