Hace medio siglo Héctor Vargas no lo sabía, pero se convertía en heredero de un tesoro en pleno centro de Ushuaia. Sus padres, le dejaron una huerta que con mucho sacrificio supieron fundar y mantener durante años desde que inmigraron de Chile a Argentina en la década del 40.
Hijo de inmigrantes chilenos provenientes de la isla grande de Chiloé, Héctor y sus dos hermanos, mamaron el trabajo con la tierra desde la cuna y crecieron entre los surcos de la huerta de su padre, que llegó caminando desde la frontera hasta Ushuaia en enero de 1947.
Nació en Tierra del Fuego y dueño de una fuente inagotable de riquezas. Esa huerta lo alimentó durante la infancia y ahora también le da de comer a su familia. Así pudieron pasar crudos inviernos alimentándose de los frutos que la tierra les brindó.

La huerta histórica tiene 200 metros cuadrados es de las pocas que quedan en el casco urbano de Ushuaia. Es conocida por sus papines, su kale, arvejas y ajos y distintas variedades de hortalizas. Además es una de las más antiguas y australes de Tierra del Fuego. La más antigua está en Estancia Harberton y tiene más de 140 años. Esa es la más austral del continente; según comentó Héctor.
“En la familia teníamos cuatro variedades de papa de la isla de Chiloé, pero cuando empezaron a cerrar esas huertas históricas de nuestros vecinos a muchos de ellos, se les dio por empezar a regalarme sus semillas, que cultivaban hace 30 o 40 años”, contó el huertero a Diario RÍO NEGRO. “Y yo sin querer me fui convirtiendo en un curador, guardador y conservador de semillas”.

Hoy pasó de tener cuatro variedades de papas a 20. “Creo que tengo todas las semillas de las papas que se cultivaban en la antigua huerta de Ushuaia, por este intercambio, por esta generosidad de muchas familias”, planteó con orgullo.
A través de la conservación de semillas, pudo recuperar algunas verduras que antes plantaban sus padres y después de 15 años probó. “Fue increíble, me salieron algunas plantas y recuperé lo que era el repollo corazón de buey y el nabo bola de oro, que está hoy en día por cumplir casi 100 años en la isla. Esas dos verduras nos salvaron en los inviernos”, contó.

Él tenía ocho años cuando empezó a dar vuelta el suelo para ir preparando la huerta. Era como un juego, pero ahí nacieron los aprendizajes que guiaron su trabajo. Héctor estudió en la misión salesiana y trabajó en el área de Bosques y Recursos Naturales de la provincia, hoy está jubilado.
“Siempre hubo una creencia muy normal de que acá no se daba nada por el clima, por el frío, que el suelo no es bueno, y digo: si ellos lo hicieron en el 40, ¿Cómo nos vamos a poder nosotros?”.
Héctor Vargas, huertero histórico en Ushuaia.

Los papines, una revelación: vendió más de 100 kilos
Hoy recuerda al INTA, clave en su desarrollo ya que sus técnicos lo asesoraron e incentivaron a comercializar en 2005. Los papines fueron una revelación: en aquel momento para él eran alimento para los chanchos y las gallinas, pero descubrió que había un gran mercado detrás de ellas: se las sacaban de las manos en las ferias.
La primera vez vendió 25 kilos de papines. “En dos horas y media no me quedó nada”. A partir de esa experiencia, comenzó a venderlos y en esta temporada, superó los 100 kilos en ventas entre todas las variedades.

La huerta hoy es su cable a tierra, no le importa si le da dinero o no. “Me gusta la conexión con el suelo”, contó. Y en paralelo, tiene otro emprendimiento de 400 metros cuadrados en una zona aún más austral que es Punta Paraná, hace seis temporadas.
Los huerteros a cielo abierto hacen una pausa en esta época del año y durante seis meses se paralizan las actividades afuera, al igual que las plantas reposan a la espera de mejores tiempos, acostumbrados a la nieve, el hielo y las temperaturas bajo cero.

La historia detrás de las huertas en la Patagonia más austral
Esa huerta, legado de sus padres, no nació de un repollo, sino por necesidad básica: la alimentación de su propia familia. “Eso era lo que nos daba de comer gran parte del año”, admitió.
“En Tierra del Fuego, las huertas no nacen por gusto, sino por necesidad”, explicó Héctor. Es que en los 70, toda la mercadería fresca que consumían llegaba por vía marítima. “Se esperaban frutas y verduras que venían en un barco cada tres meses, con carga para todo el pueblo. Ahí aprovechaban nuestros mayores a abastecerse de lo que hubiera”, comentó.

Eso no era suficiente y por eso sus padres fueron de los que pusieron en marcha el ingenio, además de sus conocimientos previos sobre agricultura. El contexto no era alentador cuando llegaron: un suelo inhóspito y un clima adverso.
“La gran mayoría de ellos ya traían un conocimiento previo de cómo era trabajar la tierra y al clima se acostumbraron, fue un impedimento”, comentó.

“Mi viejo buscaba abastecerse durante estos períodos que eran tan prolongados hasta que llegaba la fruta y la verdura fresca. Así nacieron las huertas”.
Héctor Vargas, huertero histórico en Ushuaia.
«Trajeron sus semillas, su conocimiento y acá empezaron a armar huertas de cero”, contó Héctor. Y llevaba un incansable trabajo de transformación ya que los terrenos en los que se asentaban no estaban aptos para cultivar, tenían que trabajarlos con abonos o fertilizantes.

Además, había algo especial en esta labor: el trabajo era agroecológico. “Antes no se usaban estos términos como soberanía alimentaria y agroecología, tan requeridos hoy en día, pero ellos ya lo ponían en práctica sin saberlo”, expresó Héctor. Hoy continúa manteniendo esa esencia.
Con el paso de los años, esa sana costumbre de la huerta fue cambiando y la llegada de los supermercados alteró las rutinas, y la sanidad de los consumos se alteró. “Muchos de estos productos vienen de más de 3.000 kilómetros de distancia, entonces vienen con químicos”, cuestionó.