Las recientes declaraciones de Peter Lamelas, el empresario estadounidense nominado por Donald Trump como embajador en Argentina, generaron un profundo rechazo en el arco político nacional al exponer sin tapujos su intención de intervenir en asuntos internos del país. Durante su exposición en el Senado estadounidense, Lamelas dejó en evidencia una postura que va mucho más allá de las funciones diplomáticas tradicionales, con un discurso cargado de estigmatizaciones y amenazas veladas hacia las provincias argentinas, los acuerdos internacionales del país y hasta el funcionamiento del sistema judicial local.
Lamelas afirmó ante los legisladores de su país que “las provincias argentinas pueden negociar directamente con los chinos” y que eso “puede prestarse a la corrupción, a la corrupción por parte de los chinos”. En el mismo tono, sostuvo que su papel como embajador implicaría “viajar a todas las provincias, asegurarnos de eliminar la corrupción, apoyar a Milei y asegurar que Cristina Fernández de Kirchner reciba la justicia que se merece”. La gravedad de estas declaraciones provocó una ola de críticas de gobernadores, dirigentes opositores y referentes del ámbito judicial, por considerar que representan una clara injerencia en temas propios de la soberanía nacional.
Desde Tierra del Fuego, el gobernador Gustavo Melella expresó su repudio en duros términos: “No es aceptable que un funcionario diplomático adopte una postura que bordea el intervencionismo y desconozca la soberanía de nuestra provincia”. En la misma línea se manifestó el pampeano Sergio Ziliotto, quien advirtió que “los únicos que nos mandan son los pampeanos” y sentenció: “No aceptamos intromisiones externas que busquen disciplinarnos”.
Ricardo Quintela, gobernador de La Rioja, también se sumó al rechazo y cuestionó con firmeza la actitud del diplomático designado: “Es inaceptable que un embajador extranjero pretenda entrometerse en cuestiones internas de un país del que no es más que un visitante temporal”. Varios mandatarios provinciales coincidieron en señalar que las palabras de Lamelas no solo afectan la institucionalidad del país, sino que atentan contra el federalismo consagrado en la Constitución Nacional.
Desde la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof fue tajante: “Lamelas, go home. Son intolerables. Un enviado diplomático no puede comportarse como tutor de la política soberana del país que lo recibe”. El mandatario bonaerense remarcó que lo dicho por Lamelas representa una violación directa al principio de no intervención, pilar del derecho internacional, y sostuvo que “frente a este nivel de amenaza y entrega, las próximas elecciones no son simples elecciones. Hay que defender la Constitución, el federalismo y la soberanía nacional”.
La ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner también reaccionó desde sus redes sociales, calificando de “delirantes” las expresiones del embajador propuesto por Trump. “Qué nivel de obsesión, bro… Como si no tuviéramos un poder judicial suficientemente teledirigido, nos mandan un NUEVO FISCAL plenipotenciario directamente desde Mar-a-Lago. Ni Monroe se animó a tanto”, ironizó. Y agregó: “Primero deberían limpiar su casa antes de opinar sobre la nuestra”.
LAMELAS… o ARGENTINA.
Ayer vimos y escuchamos a Mr. Lamelas… el candidato de Trump para ocupar el cargo de embajador de EEUU en nuestro país, diciendo que va a venir a la Argentina a “vigilar a los gobernadores”, a “frenar acuerdos con China”, y… (para que a nadie le queden…
— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) July 23, 2025
Organizaciones sindicales y sociales también repudiaron lo sucedido. La CTA Autónoma denunció las declaraciones como “injerencistas e inadmisibles” y exigió al gobierno de Javier Milei que rechace formalmente el plácet diplomático de Lamelas. “Argentina no se vende, se defiende”, sostuvieron en un comunicado que exige el respeto absoluto por la autodeterminación de los pueblos.
Analistas internacionales coinciden en que este tipo de discursos evidencia un intento de utilizar la embajada como plataforma para influir directamente en la política interna de Argentina, tanto en lo económico como en lo institucional. Lamelas, lejos de representar una relación bilateral de respeto y cooperación, dejó entrever un proyecto de vigilancia y condicionamiento político sobre los actores provinciales y judiciales del país.
Más allá del repudio generalizado, las palabras del futuro embajador de Trump reavivan un debate de fondo: el peligro de que potencias extranjeras pretendan tutelar la democracia argentina, como en las peores épocas de la Guerra Fría. El hecho de que se mencione a una ex presidenta en términos judiciales por parte de un embajador extranjero, sin siquiera asumir su rol diplomático, representa un límite ético e institucional que no puede ser pasado por alto.
También preocupa el modo en que Lamelas planteó su alineamiento con el presidente Javier Milei. Al asegurar que buscará “apoyar la presidencia de Milei durante las elecciones de mitad de mandato y el próximo mandato”, dejó entrever un tipo de intervención que compromete la neutralidad diplomática. La embajada de Estados Unidos no puede convertirse en un actor político interno con incidencia en campañas electorales ni en decisiones judiciales.
En un país cuya historia reciente está marcada por la intromisión de intereses externos en decisiones soberanas, lo expresado por Peter Lamelas no puede relativizarse ni leerse como una simple declaración de tono personal. Al provenir de quien pretende representar al país más poderoso del mundo, y con vínculos directos con el expresidente Trump, se trata de un mensaje con consecuencias geopolíticas profundas.
La relación entre Argentina y Estados Unidos tiene múltiples dimensiones y un largo recorrido de cooperación, pero también de tensiones y asimetrías. Este episodio pone sobre la mesa la necesidad de definir límites claros y de reafirmar que ningún embajador extranjero puede tener la potestad de “evaluar” a funcionarios, presionar a jueces o determinar con quién se puede o no negociar.
La diplomacia no es un campo para el disciplinamiento ideológico ni para la vigilancia política. Es un espacio para el entendimiento entre naciones, basado en el respeto mutuo y la no intervención. Lamelas, con sus dichos, rompió ese equilibrio y dejó en evidencia una mirada colonialista impropia del siglo XXI.
La Argentina no necesita tutores externos. Lo que necesita es que se respete su Constitución, sus instituciones, sus provincias y su soberanía. La política internacional debe ser un puente, no una amenaza. Y quien venga a representar a otra nación debe asumir que está en tierra ajena, con historia propia, con decisiones soberanas y con una dignidad que no se negocia.
El embajador de Trump
Hay momentos de una transparencia brutal en la diplomacia que funcionan como una radiografía instantánea del poder. La audiencia de Peter Lamelas, diplomático propuesto por Trump para ocupar la embajada de Buenos Aires, ante el Congreso de su país, fue uno de esos episodios reveladores. En esa instancia, no hubo lugar para los eufemismos habituales ni para las elipsis corteses que suelen maquillar las relaciones internacionales. Por el contrario, lo que se exhibió fue un manual de instrucciones, expresado sin tapujos y con la frialdad de quien se sabe protagonista en el escenario de un socio subordinado.
Por Pedro Pesatti – Vicegobernador de Río Negro
Ahora bien, el problema no radica tanto en el contenido de ese guión, sino en la validación acrítica que recibió en Buenos Aires. Se trató de un placet anticipado, no como un trámite diplomático, sino casi como un gesto de rendición preventiva.
Lamelas delineó con precisión quirúrgica los tres ejes de su futura gestión: en primer lugar, frenar la expansión de China —y, en menor medida, de Irán, Venezuela y Nicaragua—; en segundo término, desmontar el entramado de “barreras no arancelarias” que, según afirmó, desalientan a los inversores estadounidenses; y por último, garantizar el acceso de sus empresas a los activos estratégicos del siglo XXI: el litio, Vaca Muerta, la economía del conocimiento y los corredores logísticos. Desde luego, nada de esto resulta sorprendente: se trata del comportamiento esperable de un enviado de la principal potencia global en un escenario de competencia geopolítica descarnada. Un embajador, al fin y al cabo, no es otra cosa que un lobista con inmunidad diplomática.
Sin embargo, lo verdaderamente inquietante —lo que transforma este episodio en un caso de estudio— es la incapacidad del gobierno argentino para descifrar la lógica del poder internacional. La franqueza de Lamelas no fue entendida como una injerencia que exige, como mínimo, cautela y ejercicio de soberanía. Por el contrario, fue celebrada a través del prisma ideológico de una administración que percibe en la subordinación un camino pragmático. La Casa Rosada, atrapada en su narrativa de alineamiento automático como única forma de racionalidad, confunde el rol de aliado con el de protector dependiente. Aplaude la nitidez del plan de Lamelas porque, en el fondo, ese libreto externo le evita la tarea —siempre ardua— de pensar uno propio.
En consecuencia, lo que está en juego excede por mucho la anécdota diplomática. La figura del embajador estadounidense adquiere un peso sobredimensionado porque llena un vacío estructural. El Estado nacional, ausente en su función de articular un proyecto estratégico, se convierte en un terreno expuesto. Lamelas lo sabe y lo explicita al anunciar que las provincias serán el foco de su gestión. Dicho de otro modo, comprende que, sin un poder central que trace reglas y defienda una visión integradora, los gobernadores de los territorios con recursos valiosos pasarán a ser sus interlocutores preferenciales, dispuestos a negociar en forma directa con actores globales.
Así las cosas, el federalismo, desprovisto de una Nación que lo vertebre y le otorgue sentido, degenera en un archipiélago de intereses dispersos. La fragmentación territorial avanza al ritmo de una disolución institucional que debilita los vínculos necesarios para sostener el sistema federal.
De este modo, Lamelas no necesita forzar puertas: las encuentra abiertas, como el ladrón que celebra la negligencia de quienes debían resguardar su casa. Su figura no incomoda por la amenaza que representa, sino por lo que revela: un sistema político que ha perdido el reflejo de la defensa propia, que ha resignado la soberanía no por coacción externa, sino por abdicación interna. El futuro embajador, con su sinceridad metódica, no viene a imponer: viene a llenar un vacío, a ejercer una autoridad que el propio poder argentino dejó vacante, empujado por un presidente intoxicado de consumir —y gobernar con— ideología chatarra.