Si son lectores habituales de este diario, habrán visto la serie de informaciones que hemos publicado sobre el impacto del calor extremo en nuestra vida cotidiana y los aspectos que deberíamos cambiar o mejorar para sobrevivir a las altas temperaturas que vamos a sufrir con más frecuencia debido a la crisis climática. Estamos obligados a adaptarnos particular y colectivamente en aspectos que van desde el interior de nuestros hogares hasta los trabajos duros al aire libre, el interior de las aulas de los colegios o en el transporte y el espacio público.
En este sentido, una de las funciones que se espera de las administraciones y de los numerosos técnicos y especialistas que trabajan en ellas, es que prevean los problemas antes de que supongan un riesgo para los ciudadanos. Por ejemplo, cuando se diseña una calle, un edificio o espacio público, debería ser un requisito obligado tener en cuenta que vamos hacia temperaturas muy altas. Esto también afecta a los materiales de construcción o a las famosas plazas duras que tanto se pusieron de moda en el pasado y que han perdido toda lógica en el nuevo contexto.
Las renovadas Glòries y Via Laietana muestran cómo llegamos tarde a la adaptación al calor
Me consta que hay profesionales del campo de la arquitectura y del urbanismo que han interiorizado esta cuestión, pero hay otros que siguen sin considerarla por coste, por estética, por falta de ideas o incluso porque los gobernantes imponen sus criterios no siempre comprensibles.
Sea como sea, el resultado final que se encuentran los ciudadanos cuando ocupan esos espacios públicos es claramente mejorable. La buena noticia es que, en el caso de Barcelona, parece que se ha guardado el dogmatismo urbanístico en un cajón y que hay voluntad de modificar proyectos si se comprueba que el diseño realizado desde un despacho no casa con el uso ciudadano real en la calle. No hay que tener alergia a hacer correcciones si son necesarias.

El espacio de agua que aliviaba el calor y que se ha secado porque no se diseñó para eso
Àlex Garcia
En Barcelona, se han abierto recientemente dos relevantes espacios públicos que han permanecido en obras durante años. Se trata de la plaza de las Glòries y de la Via Laietana. En los dos casos los usuarios echan de menos espacios cubiertos para refugiarse del sol. La nueva plaza de las Glòries tiene una enorme extensión de 43.000 metros cuadrados de los cuales hay 700 metros cuadrados de umbráculo.
Cruzar esa plaza durante la reciente ola de calor era una aventura arriesgada. Se ha dispuesto de una zona de agua para los niños, aunque la que ha tenido más éxito es una lámina de agua que se diseñó con el único objetivo estético de que se reflejara en ella el edificio de la Torre Glòries. Pero los chavales y sus familias no entendieron la virguería de los urbanistas e hicieron suya la lámina bañándose en ella para sofocar el calor asfixiante. Ni los carteles, ni la Guàrdia Urbana ni los agentes cívicos que se desplegaron en la zona impidieron ese uso imprevisto para los técnicos que dibujaron ese espacio.
Ante tamaña incomprensión popular, la drástica solución fue vaciar de agua ese lugar. Muerto el perro se acabó la rabia. Pero, viendo el uso ciudadano, haría bien la autoridad competente en pensar en recuperar ese espacio con agua potabilizada que no suponga un riesgo para la salud.
En Via Laietana, vecinos, comerciantes y paseantes también echan en falta zonas de sombra. Los árboles no se pueden plantar porque el metro pasa a muy poca distancia del suelo y a nadie se le ocurrió colocar jardineras donde plantar esos árboles, aunque ahora se está valorando.
Es verdad que la Via Laietana no tenía árboles antes de los eternos tres años de obras, pero tampoco hacía tanta calor. Los técnicos estudian qué hacer para paliar este déficit tanto en la Via Laietana como en tantos otros lugares de la ciudad, otrora adalid de las plazas duras. Y la solución que se está encontrando es la colocación de toldos que protejan a los peatones del sol. Cada vez se instalan más en toda la ciudad, como ya sucede en otras urbes de España, donde sus calles más concurridas ya tienen entoldados. El ejemplo más emblemático son los toldos de la plaza del Sol de Madrid, la de las campanadas de fin de año.
Así que mientras rediseñamos la ciudad para adaptarnos al calor extremo, el socorrido toldo reaparece en nuestras vidas. De hecho es más barato aunque en una ciudad que siempre ha presumido del buen diseño, no se si es la mejor salida estructural a un problema que persistirá en el tiempo.