De pequeño me fascinaba David Copperfield. No sólo por hacer desaparecer aviones y camellos (los animales me refiero), sino también por ir paseando por la revistas con Claudia Schiffer. El tipo flotaba por el escenario, traspasaba la Gran Muralla China, hacía desaparecer la estatua de la Libertad y, de paso, traspasaba también los límites de la incredulidad infantil con americana de lentejuelas. Y ahora, treinta años después, me siento en el MGM Grand a verlo en vivo y en directo… y me cuenta su vida en 75 minutos. El show arranca con una voz en off que te mete en su infancia, su juventud, su primera ilusión… y a los quince minutos me empiezo a preguntar si he comprado una entrada para el preestreno de un documental de Netflix. Una biografía con efectos especiales y algún truco (uno con un cochazo que, vale, me arranca un wow muy yanki) pero, en general, más que un mago parece un señor que ha venido a darnos la turra con una charla de autoayuda. A los 69 años, Copperfield tiene el ritmo de un narrador de audiolibros y la mirada de quien ya sólo quiere llegar al buffet del hotel sin que nadie le pida una foto. Eso sí, no se le puede negar el talento en el abracadabra financiero: cada año hace aparecer 60 millones de dólares en su cuenta corriente con unos 500 shows.
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Cambio de escenario: The Palazzo. Voy a ver a Shin Lim, ganador de America’s Got Talent , estrella de Tik Tok y propietario de un peinado que desafía la gravedad mejor que cualquiera de sus trucos. Desde mi asiento de segunda planta veo a Shin Lim haciendo trucos geniales de cartas… en una pantalla gigante. Porque su magia es tan minuciosa que solo se disfruta con microscopio. Para compensar, aparece una contorsionista/ilusionista que se dobla como un cable USB y un mago telonero que parece presentar candidatura a algún nuevo talent show . El resultado es hipnótico, sí pero también frío. Más que magia es postproducción en vivo.
El talento de Copperfield: cada año hace aparecer 60 millones en su cuenta corriente
En ocio aquí gana la música. En los próximos meses en los escenarios de Las Vegas cantarán Scorpions, Ricky Martin, J-Lo, Janet Jackson, Dolly Parton, Boyz II Men, Bruno Mars, Lenny Kravitz, Ringo Starr, Barry Manilow…. y, atención, Eagles en el descomunal The Sphere. Esa es la magia real de Las Vegas. Pero con todo esto la comparación es inevitable con Antonio Díaz, el Mago Pop. Lo he visto veinte veces exactas. No tiene ni el pasado mítico de Copperfield ni la viralidad de Shin Lim, pero sí ritmo, sorpresa, elegancia, precisión y humor. Lo hace delante de tus narices, con helicópteros, naipes, cajas… Es un todo en uno, un alioli de shows de Las Vegas. Por eso lo petó en Broadway, porque mezcla el viejo arte del ilusionismo con el vértigo del siglo XXI y con el Mag Lari, su escudero brillante.

El cartel anunciador del espectáculo de Shin Lim
LV
El Mago Pop es como Las Vegas: te seduce. Te roba el reloj mientras te da las gracias. Y tú, idiota y feliz, aplaudes. Y como dijo una vez un ilusionista sabio (o un camarero del Bellagio, no estoy seguro): “Aquí todo es mentira pero qué bien nos lo pasamos creyéndonosla.”