
Las Vegas
En el casino, la regla de oro es mantenerlos jugando y hacer que vuelvan. Cuanto más juegan, más pierden, y al final, nos lo llevamos todo.” — Casino (Martin Scorsese, 1995)
Lo dice Robert De Niro con voz de funeral y americana de terciopelo en Casino. Y no es una metáfora, es el eslogan no oficial de Las Vegas, el que debería estar grabado en oro sobre las puertas giratorias del Bellagio. Aquí no se trata de ganar, se trata de quedarse, de perder con elegancia y volver al día siguiente a perder con un poco menos.
Confieso que las veces que he pisado un casino lo he hecho más por vocación de etnógrafo que por amor al juego pero esta vez he caído. He jugado. Cuarenta dólares. Que, por cierto, saco de un cajero del propio Bellagio que me sugiere, sin ironía alguna, que lo mínimo decente son 3.000. Como si mis 40 dólares fueran una limosna humillante o una broma de mal gusto. En Las Vegas, hasta los cajeros tienen autoestima.
Las razones de la apuesta son impecables. Primera: el compañero Marc Mundet me ha pedido una ficha de ruleta del Bellagio como souvenir de periodista sentimental. Segunda: Joan Antoni Casanova, cronista incansable de viajes con La Vanguardia , me insistía siempre, en aquellas épocas de los desplazamientos del baloncesto, con su mantra numérico: “Apuesta al 33”. Le he hecho caso y, por supuesto, ha salido cualquier otro número menos ese. Ni rastro. Agua. Pero agua cara.

Moqueta y máquinas tragaperras, una constante en los casinos de Las Vegas
Jordi Basté
El Bellagio es todo lo que promete: mármol, moqueta y turistas con aspecto de llevar despiertos desde 2008. Aquí se rodó Ocean’s Eleven . Aunque nadie robe nada, te lo sacan todo con una sonrisa. Hablo con Frankie, un tipo que parece salido de la película. Elegante, repeinado, voz de bourbon. Me dice que problemas, pocos. Solo los rascals es decir los pillos, los que espían a los que más apuestan en las tragaperras y, en cuanto se levantan a por más dinero, se sientan en su silla a esperar el premio. El problema, claro, es si toca y el anterior jugador vuelve. Ese es el conflicto en el paraíso: no el juego sino si te llevas el premio del otro.
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Observo algo que se repite en todos los casinos de Las Vegas: no hay relojes, no hay ventanas y la música nunca, jamás, es lenta. Siempre Motown. Frankie lo confirma: “Con música suave la gente se largaría. Mejor Donna Summer que Sade”.
A las once de la noche el casino es una jungla climatizada. Clinc, clinc.. Todos parecen extranjeros o quizá solo desubicados. Florentino (sí, Florentino), un mexicano que me recoge en Uber, cuenta el reverso de la postal: “Si quieres ver cómo vive la gente de verdad, vete a las calles que tienen un número o una letra. Ahí vive Las Vegas. Sin luces ni glamour. Y con otra fiscalidad.”

Se calcula que en el estado de Nevada hay más de 160.000 tragaperras
Jordi Basté
Hago la maleta para volver y entonces, como quien recuerda una advertencia que preferí ignorar, me vuelve a la cabeza la frase de la colega Glòria Serra: “La primera vez que ves Las Vegas, fascina. La segunda, deprime.” Aún no sé si es la primera o la segunda. Porque ha sido, justo eso, una mezcla. Una fascinación que huele a ambientador barato . Pero volveré. Volveré para desempatar. Rien ne va plus.
Un negocio descomunal
En Las Vegas hay más de 300 casinos con licencia que reportaron en el 2024 más de 11.000 millones de dólares solo del juego. Eso sí, en lo que llevamos de 2025, el volumen de turistas ha caído un 6,5 por ciento respecto al año anterior. Se calcula que en todo el estado de Nevada pueden existir más de 160.000 tragaperras y unas 6.000 mesas de juego incluyendo ruleta, blackjack, craps…
El blackjack es el juego preferido de los turistas (en el 2024 se apostaron unos 8.000 millones de dólares). Los casinos más visitados son el del hotel Bellagio, el del Caesar’s Palace y el del MGM Grand.