Cada 4 de agosto se recuerda el nacimiento del gremio panadero, que en 1887 desafió al poder con huelgas y hasta con facturas irónicas.
Bajo la influencia de anarquistas italianos como Errico Malatesta, el gremio se organizó frente a jornadas de más de diez horas y sueldos miserables, en plena expansión urbana de Buenos Aires.
En enero de 1888, apenas meses después de su fundación, los panaderos llevaron adelante la primera huelga del sector. Aunque fue reprimida, el movimiento sirvió de inspiración para otros trabajadores y abrió el camino a nuevas luchas sindicales.
Facturas con nombre de protesta
La rebeldía panadera no se limitó a las calles. También se metió en la cocina. Como parte de su protesta, estos obreros —en su mayoría inmigrantes italianos y españoles— crearon facturas con nombres que ridiculizaban al poder:
– Vigilantes y cañoncitos: burlas a policías y militares.
– Bolas de fraile y suspiros de monja: sátiras dirigidas al clero.
– Sacramentos: ironía sobre rituales eclesiásticos.
Así, el pan no solo alimentaba, sino que también transmitía un mensaje político.
Un oficio con raíces combativas
Hoy, Argentina mantiene viva su tradición panadera, con una panadería cada 1.100 habitantes y un 77% de la población que consume pan semanalmente.
Pero cada 4 de agosto no solo se celebra el oficio, sino también la memoria de quienes, entre hornos y harina, hornearon las bases del sindicalismo argentino.