Tras 40 años, confirman que los restos hallados en un chalet de Coghlan pertenecen a Diego, un adolescente desaparecido en 1984.
Cuarenta años después de su desaparición, se reveló la verdad sobre el destino de Diego, un joven de 16 años que fue asesinado en 1984 y enterrado en el jardín de un chalet de Coghlan, en Buenos Aires. La vivienda fue alquilada años después por el músico Gustavo Cerati, aunque no tuvo ninguna relación con el crimen.
El caso salió a la luz en mayo de 2024, cuando obreros hallaron restos humanos al demoler una propiedad ubicada en avenida Congreso 3742. La vivienda lindera —donde alguna vez vivió el líder de Soda Stereo— sirvió como referencia para captar la atención mediática. Lo que parecía un hallazgo sin nombre terminó siendo la pieza final de una historia marcada por el silencio y la impunidad.
Un adolescente aplicado que desapareció sin dejar rastro
Diego tenía 16 años y era un estudiante responsable. Cursaba en la ENET N.º 36, jugaba al fútbol en Excursionistas y entrenaba casi todos los días. El 26 de julio de 1984, almorzó en su casa, pidió dinero para el colectivo y salió a ver a un amigo. Nunca volvió.
Esa tarde fue visto por última vez en la esquina de Naón y Monroe, en Belgrano. Sus padres denunciaron la desaparición en la Comisaría 39, pero los policías se negaron a tomar la denuncia: “Se fue con una mina, ya va a volver”, fue la respuesta.
A partir de allí, comenzó una lucha sin respuestas. Pegaron afiches, buscaron en medios y apelaron a cada contacto posible. Solo lograron una nota en la revista ¡Esto!, publicada en 1986, donde el padre expresó su desesperación: “Desde el primer momento lo caratularon como fuga de hogar. ¿Qué van a investigar si ellos mismos suponen que mi hijo se fue?”.
El hallazgo que reveló la verdad
El 20 de mayo de 2024, durante la demolición de una vieja casona, la caída de una medianera reveló lo impensado: fragmentos óseos humanos a solo 60 centímetros de profundidad. Junto a los restos, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) halló objetos personales clave:
- Un reloj Casio CA-90 con calculadora
- Un corbatín azul de colegio
- Una moneda de 5 yenes, usada como amuleto
- Una suela de zapato talle 41
- Un llavero naranja con una llave
Un sobrino de Diego, al ver la noticia, empezó a relacionar los datos: edad, altura, uniforme escolar. La confirmación llegó con una prueba de ADN realizada a su madre, hoy anciana. El resultado fue concluyente: los restos eran de Diego.
Detalles del crimen y causas abiertas
El informe forense reveló que el adolescente murió por una puñalada en el tórax. Además, intentaron descuartizarlo con un serrucho, aunque no lograron completar el desmembramiento. La forma en que fue enterrado —a poca profundidad y con objetos personales— sugiere un accionar apurado.
Aunque el crimen está prescripto por el paso del tiempo, el fiscal Martín López Perrando intenta reconstruir los hechos. Ya identificó a quienes vivían allí en 1984: una mujer de avanzada edad y sus dos hijos, de apellido Graf, quienes podrían aportar datos sobre quiénes frecuentaban la casa al momento de la desaparición.
Una familia marcada por el dolor
El padre de Diego falleció en un accidente sin conocer la verdad. Siempre creyó que su hijo había sido captado por una secta. Su madre y sus hermanos, en cambio, mantuvieron viva la búsqueda durante 40 años, conservando intacto su cuarto, como un altar a la esperanza.
La historia de Diego, cerrada tras décadas de silencio, expone una realidad de impunidad, desidia policial y dolor familiar que aún busca justicia. Su caso, ahora identificado, podría reabrir una investigación postergada durante demasiado tiempo.