Una miga se mueve por el mantel rojo. La hemos descubierto avanzando sigilosa. Es del bizcocho de chocolate que masticamos con este calor delirante. Hay que fijarse mucho para ver la hormiga diminuta que la transporta. La miga es más grande que ella, asombra que la sujete con esa boquita. Ahora atraviesa la hoja de citación médica de mi tío que está sobre la mesa. Cruza el CIP, número a número, antes de regresar al desierto rojo del mantel. Quizás se dirija hacia una pata de la mesa para llegar al suelo. Antes deberá franquear un libro de Leila Guerriero que aguarda a un palmo de distancia (un kilómetro a escala hormiga, quizás). Sin entender de hormigas, esa miga negra parece demasiado grande para semejante travesía.
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