Hay artistas que deslumbran por su técnica, otros por su carisma. Marianela Núñez brilla por ambas cosas. Pero también por algo más profundo, más difícil de encontrar: una humildad única. En su reciente visita al Complejo Cultural Plaza de San Martín, en su ciudad natal, no llegó como la estrella consagrada del Royal Ballet, sino como la niña que un día soñó frente al espejo.
En una entrevista ante el público en la que repasó su vida, sus raíces y su entrega absoluta al arte, Marianela se mostró como una artista inmensa con los pies en la tierra. No hubo distancia entre ella y el público. “No podría estar acá si ustedes no estuvieran ahí”, dijo frente a un auditorio colmado, en su mayoría, por niñas que sueñan ser ella.
Durante la charla, «Nela» se emocionó en varios momentos, lloró y habló con la voz quebrada. “La danza fue un regalo del cielo, pero más importante fue tener unos padres como los míos, que escucharon esa vocación y lo dieron todo para que creciera”, expresó.

Elena y Norberto, sus padres, estaban presentes en la sala, junto a su primera maestra, Adriana Stork. Y en cada palabra, Marianela los honró con gratitud y ternura. El público la aplaudió una y otra vez, y en más de una ocasión se escuchó: “Olé, olé, olé, Nela, Nela”.
La velada dejó en claro que Marianela no volvió para ser homenajeada, sino para estar junto a esas niñas que hoy sueñan como ella soñó. “Hay que apoyar a las próximas generaciones, darles amor, darles una base sólida. Porque si uno tiene eso desde el principio, puede volar”, dijo.
Mientras de desarrollaba la entrevista se proyectó un video que repasó su trayectoria: desde sus primeros pasos en San Martín, en el Estudio Adriana Stork, a los cinco años, su ingreso al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón a los ocho, su audición en Londres a los quince y su consagración como primera bailarina del Royal Ballet a los diecinueve.
“Cuando llegué a Londres no hablaba inglés, no tenía redes sociales, solo tenía mi vocación y mi talento. Podría haber sido un riesgo, pero mis padres confiaron plenamente en mí, en mi fortaleza. Eso tiene un valor que no se puede explicar con palabras”, recordó Marianela visiblemente emocionada. Y agregó: “Tengo dos hogares. A veces duele, como si uno viviera en mitad del Atlántico, pero cuando lo pienso bien, es un privilegio.»

Desde hace casi treinta años, Marianela ha bailado en los principales teatros del mundo, interpretado los grandes roles del repertorio clásico y recibido múltiples premios, incluido el más reciente: la Orden del Imperio Británico, entregada por el Rey Carlos III en el Castillo de Windsor.
“Estábamos camino al castillo con mis papás y, de repente, en la radio anuncian que el rey Carlos volvía a sus funciones ese mismo día. Fue impresionante”, recordó. Y como si el destino quisiera cerrar el círculo, mientras subían las escaleras del palacio, sonó “Por una cabeza”, la inolvidable pieza de Carlos Gardel. “Nunca supe si fue casualidad, pero fue increíble. Me emocioné profundamente”, rememoró.
Marianela habló desde el corazón de la niña que vivió la danza como una certeza. “Nunca dudé”, dijo. “La danza siempre fue mi motor”, aseguró.

Uno de los momentos más emotivos fue cuando recordó su sueño de volver a bailar en el Teatro Colón: “Me angustiaba muchísimo. Pensé que nunca se me iba a dar. Y de repente, todo el teatro cantando ‘Olé, olé, olé, Nela, Nela’… Fue una emoción tan genuina. El arte no es para unos pocos, es para todos, y ese día el Colón rompió barreras. La magia queda flotando en las butacas. Y eso es lo que tiene que pasar: que el Colón sea de todos.»
El domingo pasado protagonizó la última función de Don Quijote junto a Patricio Revé. La sala colmada, los cánticos espontáneos, las ovaciones de pie y hasta una camiseta de la Selección levantada en el saludo final convirtieron la noche en una fiesta popular. El lunes, en el cierre de la Gala por los 100 años del Ballet Estable, volvió a subir al escenario para el saludo final.

También recordó su primera visita al Teatro Colón como espectadora. “Era chiquita, estaba haciendo cola con mi mamá para que me firmen el programa. Un trabajador del teatro me hizo pasar y terminé en el camarín de los primeros bailarines. Me firmó Maximiliano Guerra. Tengo ese programa todavía. No me lo olvidé nunca”, contó. Años después estaba bailando con él.
También habló de los momentos difíciles. “Se puede estar cayendo el mundo a pedazos, pero sé que voy a estar ahí, como sea, haciendo lo que amo y brindándome al público”, dijo y pidió «no tenerle miedo a la frustración, no bajar nunca los brazos”.
Y aunque ha sido comparada con las grandes figuras de la danza mundial hay una que rompe el molde cunado la llaman «la Messi» del ballet. “Me encanta que me comparen con él”, admite.

El cierre del encuentro le llegó el momento de volver a ser espectadora. Marianela se sentó a ver a sus ahijadas de la Escuela Municipal de Danzas de San Martín. “Vamos, vamos, vamos”, les dijo con una sonrisa.
Y para finalizar, Marianela recibió una distinción de manos del secretario de Gobierno del Municipio de San Martín, Marcos Vilaplana. Ella, con los ojos aún húmedos, agradeció con su habitual modestia: «Es mi deber darles mi tiempo y mi agradecimiento.»
Una vez concluido el acto, una energía quedó flotando entre las butacas. “El teatro vibró”, dijo. “Y esa magia queda ahí, guardada entre los rincones, como parte de la historia”, añadió «Nela», esa niña con rodete que volvió siendo una estrella que simboliza la excelencia artística.
Por María Fernanda Godoy. Maestría Clarín-San Andrés.
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