Ya lo dijo Julio Lagos, “La Argentina es un país de radios”. Es por la inmensidad de su geografía, por su diversidad, por su paisaje profundo, allí donde solo llega la radio.
Por eso, la radio en este bendito territorio, no cerrará sus ojos, aunque tenga ropa nueva, más herramientas y más canales…
Porque es necesaria, imprescindible, urgente. Allí, lejos de las grandes capitales, en un ranchito de adobe, con un palo alto por antena, con micrófonos recauchutados, hasta de plástico si no hay, para que la voz de su locutor, llegue a su casa, para que te acompañe, y en momentos de dolor, te consuele.
Por eso este escrito salido de las entrañas de un habitante de esas regiones remotas que describe en esta foto hablada, lo que la radio representa para los pobladores de esas regiones del país profundo, ese que no podemos ver porque la niebla de la ciudad nos enceguece.
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Volver al origen: la Radio como frontera del éter
En la inmensidad de la Patagonia, donde el horizonte se confunde con el cielo y el silencio es ley, la radio no es entretenimiento: es compañía, es aviso, es noticia, es consuelo, es vida.
Allí, donde no llega el celular ni el internet, donde la única señal que importa no es la del WiFi sino la de una antena que resiste al viento, la radio pública tiene un sentido más profundo: es el último lazo con el mundo.
Por eso duele. Duele cuando una decisión tomada a 2.000 kilómetros de distancia desconecta a un poblador de su única vía de comunicación. Duele cuando se recortan las emisiones del Mensajero del Poblador Rural, como si en el campo también se pudiera consultar el estado de salud por WhatsApp o recibir un parte de fallecimiento por Telegram.
Duele porque es ignorancia, pero también es desprecio.
La historia reciente de Blanca Nieves Aranda, en San Bernardo, lo demuestra con crudeza. Madre, mujer de campo, paciente oncológica.
Su vida estuvo atravesada por esa radio AM que no solo la acompañaba, sino que le informaba cuándo llegarían sus medicamentos o cuándo vendrían a buscarla en un tanque del Ejército para atenderla durante la intensa nevada.
Esa radio era su ventana al mundo. Este domingo, Blanca falleció. Y su hijo Daniel, también, ambos en San Bernardo, no pudo enterarse a tiempo. Porque ya no hay Mensajero los fines de semana. Porque alguien en una oficina en Buenos Aires decidió que no era necesario.
¿Y qué saben ellos del frío que se mete por los huesos en una ranchada sin gas, solo a leña?
¿Qué saben del peso de una noticia que tiene que atravesar kilómetros de campo sin más medio que una radio a pilas?
Desde la ciudad, se gobierna con la lógica de lo inmediato y lo visible. Pero la ruralidad no se mide en clics ni en audiencia.
Se mide en necesidad, en aislamiento, en realidades donde la radio no es una opción, sino la única posibilidad.
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Pongamos las cosas en contexto:
¿A qué poblador rural le importa si el subte anda o no? ¿Si hay paro o piquete en la 9 de Julio?
Las noticias que importan allá son otras:
– Si llegaron las pastillas para la presión.
– Si alguien trae el gas.
– Si mañana va el camión a cargar lana.
– Si alguien pasa con la leña.
– Si hay forraje para los animales.
– Si se logró cruzar el río.
– Si murió una madre.
Ese es el parte diario en el campo. Ese es el noticiero real.
Y si no lo transmite la radio, no lo transmite nadie.
Y allí es donde entran las radios de frontera: esas que no buscan rating, sino estar. No solo informan: unen, cuidan, alertan, contienen. Son faros en la inmensidad, señales de que el Estado aún tiene orejas y corazón en el confín.
Cuando se apagan, no solo se silencia una frecuencia, se corta un derecho. Defenderlas no es nostalgia: es democracia territorial, es soberanía en tiempo real.
Pero se la pasan en cadena como perro malo —ya se dice en el campo.
Casi toda la programación viene enlatada desde Buenos Aires, ajena a las voces, los ritmos y las urgencias de cada lugar.
Y tiene sentido para los directivos: es una forma encubierta de justificar el vaciamiento.
“¿Para qué tener más de 50 emisoras si todas repiten lo mismo?”, Dirán después.
Así borran la voz del locutor amigo, la del paisano que nombra los lugares con la cadencia justa, la de la mujer que sabe lo que pasa cuando se corta el camino.
Así desactivan el derecho a la palabra y naturalizan el cierre.
Volver al origen no es un gesto romántico. Es una urgencia.
La radio pública nació para ser federal, para plantar bandera en la frontera del éter, para decir “aquí también hay Argentina”. Fue creada para unir al país real, no al país del algoritmo.
Pero cuando quienes gestionan las instituciones públicas desconocen el territorio que deben servir, sus decisiones destruyen puentes.
Y lo que no se conoce, no se defiende. Lo que no se escucha, no se atiende.
Lo que no se entiende, se desmantela.
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Todas estas decisiones tomadas desde Buenos Aires quedan como andar a caballo arriba de un perro: descolocadas, absurdas, sin rumbo. Porque no se puede gobernar un país que no se quiere ver. No se puede hablar de federalismo con las antenas apagadas. No se puede hacer comunicación pública si se callan las voces del campo.
Los que toman las decisiones deben saberlo: el grito silencioso de un paisano en medio del campo jamás será oído en las redes. No todo es redes, señores. Que la modernidad no nos haga ciegos.
Y aunque a usted, hijo de este tiempo, no le parezca posible, hay gente que no sabe usar un celular. Pero no por eso dejan de pertenecer a este país.
¿O acá solo valen los intereses de lo contemporáneo?
Pensamiento integral hace falta. Pensamiento democrático.
Y no caer en la trampa perversa de que el que no se queja, no existe.
Porque hay silencios que no son falta de voz, sino falta de escucha.
De: Gustavo Salazar (Río Mayo – Chubut)
Escribe: Horacio Barrios, Periodista, Locutor, Productor, asesor e investigador independiente de Radio argentino, de extensa trayectoria en el medio, habiendo colaborado activamente con Radio Rivadavia, Radio Continental y Radio Nacional, ejerció en los Informativos de Radio 10, FM Mega, Radio del Plata, América 24 TV de Capital Federal, en LU9 Radio Mar del Plata, LU6 Emisora Atlántica y Canal 10 de la ciudad balnearia. Lleva escritos más de un centenar de artículos sobre la radio, publicó varios libros sobre ese medio de comunicación, dio charlas en Universidades de Argentina sobre radio y participó de trabajos colectivos de investigación junto a colegas de todo el continente Latinoamericano. Colabora con el programa “Franca Controversia de” Radio UdeG de la Universidad de Guadalajara, México. Sus trabajos pueden encontrarse en www.academia.edu,