En la zapatería que mis padres regentaban en la plaza Virrei Amat de Barcelona había un cartel que, de niño, me volvía loco. Decía “modelo exclusivo” ante un zapato del escaparate. Cada vez que le preguntaba a mi madre qué significaba, su explicación me dejaba perplejo. Intentaba convencerme de que era un zapato único, pero, más allá de que los zapatos siempre van en pareja, yo sabía que en el almacén había más. Asumía que esos pares no contaban para la exclusividad y volvía a preguntar si era un modelo que solo se podía encontrar en Calzados Virreina, el nombre de su tienda. Y no. Me decía que el representante también lo vendía a otras zapaterías.
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