En Barcelona es más fácil tropezarse con una heladería que con un cajero. Decenas de locales especializados en esta crema helada conviven en una ciudad donde, en los últimos años, exóticas alternativas se han sumado al más clásico gelato italiano.
Una de las últimas se ha establecido en la concurrida calle Enric Granados. La nueva heladería Azah (su nombre hace referencia al azahar o la flor blanca del naranjo) tiene como hilo conductor los sabores del Líbano. Y otra curiosidad: quien produce y, frecuentemente, sirve sus helados es sobrino del exfutbolista francés Éric Cantona. “De niño quería seguir los pasos de mi tío, pero me faltaba talento, así que estudié para agente deportivo como hizo mi padre”, explica el marsellés Hugo Cantona mientras despacha alegremente a unos clientes en su tienda. Terminó su formación a los 22 años, cuando pensó que era demasiado joven para que lo tomaran en serio en el mundo del balón y decidió dedicarse a otra de sus pasiones, la restauración.
En el Líbano es típico rebozar el helado con pistacho, una opción que Hugo Cantona ofrece en su heladería
Por sus raíces italianas, abrió una pizzería de estilo napolitano en Lisboa. La llamó María. Allí conoció a una joven barcelonesa con el mismo nombre que es la razón por la que ha arrancado su último proyecto en la capital catalana. “Mis maestros en cuanto a helado se refiere han sido Albert Roca y Aurélien Léon, ambos con negocios en la ciudad. Pero Azah se inspira en la heladería libanesa Bachir, que es muy popular en París”. Así, cuenta con aromáticos sabores típicos del país árabe como el achta —con agua de azahar, mástique (una resina que aporta una textura gomosa al helado) y raíz de orquídea—, el tomillo, el jazmín o el agua de rosas, que conviven con otros más usuales como el mango o la stracciatella. Si el cliente lo desea, puede rebozar sus bolas de helado en trozos de pistacho, al puro estilo libanés, y coronarlas con nata. En dos meses, desvela Cantona, han gastado 120 kilos de este fruto seco que es pura tendencia.
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Si el azahar o el pistacho son emblemas del Líbano, en Argentina lo es el dulce de leche. En la heladería Dellaostia, en la calle del Torrent de l’Olla, ofrecen cuatro sabores con este ingrediente como protagonista: el dulce de leche clásico, el natural, el granizado (con pepitas de chocolate) y uno con mascarpone y galletas de chocolate trituradas. “También lo añadimos al banana split, al coco, a la nata… El dulce de leche es la columna vertebral del negocio”, dice Leandro Rincón, un argentino originario de Buenos Aires que hace tres años inauguró su proyecto en pleno barrio de Gràcia.

Leandro Rincón sirve uno de sus helados de dulce de leche en su negocio de Gràcia
Ana Jiménez

En Dellaostia elaboran sus helados en un obrador a la vista del cliente situado en la misma tienda
Ana Jiménez
¿Pero qué tiene de especial la heladería argentina? Rincón defiende que debido a la marcada tradición ganadera y agrícola del país, sus helados suelen presentar buenos ingredientes y que, generalmente, se elaboran siguiendo procesos artesanales heredados de los inmigrantes italianos, dando como resultado un producto de gran calidad. “También se diferencian por la manera en que se sirven, dándoles forma de cono invertido o de pino con la cuchara y sin escatimar en cantidades”, añade este heladero, quien insiste en que “una bolita nos parece poco”. En Argentina, de hecho, es habitual pedir un cuarto de quilo o incluso un kilo de helado. “Es algo cultural”, insiste. También se acostumbra a sumergir el helado en chocolate fundido para que la superficie quede crocante.
Coincide con él Victoria Cerro, impulsora junto a Tomás Giménez de Holy Madre. Esta joven pareja procedente de Mar de Plata abrió su primer establecimiento en Sagrada Familia en 2022. Hoy, disponen de dos locales propios y franquician otros cinco en Barcelona y Sabadell. “Además, un amigo nuestro dirige uno en Alicante”, señala. Pese a que empezaron como una heladería italiana, enseguida le dieron un marcado carácter argentino a su propuesta para diferenciarse. “Tenemos ocho sabores con dulce de leche, así como el de alfajor, el de chocotorta y el de sabayón, un clásico de las heladerías de nuestra tierra”. Sus locales vestidos de azul y blanco, con los dorsales de Messi, Dibu Martínez u otros jugadores argentinos estampados en las paredes, no dejan lugar a dudas de la procedencia de sus tiendas, que también congregan a muchos barceloneses. “En invierno atendemos a más clientes argentinos que locales, que están menos habituados a tomar helado en los meses fríos, aunque esto está cambiando”.

Ken Ochiai, al frente de Kurīmu, posa con un helado de matcha
Miquel Gonzalez/Shooting

El de yuzu o el de sésamo negro son algunos de los sabores estrella de Kurīmu
Miquel Gonzalez/Shooting
En 2022 también se instaló en Barcelona Lucciano’s, una de las heladerías argentinas más reconocidas del planeta, que ya cuenta con dos sedes en la ciudad. Pero los helados de inspiración japonesa llegaron antes que los del país sudamericano. En 2018, unas obras de ampliación del obrador de la prestigiosa Pastelería Takashi Ochiai les llevaron a abrir una heladería con su misma filosofía. La llamaron Kurīmu. “Nuestros helados siguen la maestría de los gelatieri italianos e incorporan ingredientes que llegan directamente de Japón”, explica Ken Ochiai, que se encarga del día a día del negocio. El sésamo negro, el té matcha, el yuzu o el yogur con wasabi están entre sus sabores más exitosos. “A diferencia de otros establecimientos, usamos un té matcha muy fresco, que aporta un color más vivo y un sabor más potente; mientras que el wasabi se lo compramos a un productor del Montseny”.
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Con el tiempo, han ido incorporando otras golosas y refrescantes propuestas, como los mochis rellenos de mousse de té matcha, yuzu o fresa y el kakigori, que actualmente solo ofrecen de viernes a domingo. Este último lo preparan con hielo raspado, al que añaden sirope y trozos de fruta, helado y mochis. Tienen de té matcha, fresa y mango. “Con el tiempo, se ha vuelto más sofisticado, pero el kakigori siempre ha sido un dulce popular que se comía en las fiestas mayores y que solo llevaba hielo y sirope”.

Sébastien Marion y Kai-Yi Wang en una de sus tiendas
Mane Espinosa

Detalle del helado de mango de Snow Monster
Mane Espinosa
Esta versión más clásica es la que preparan en Kakigori, en Gràcia. “Fuimos los primeros en servirlo en Barcelona”, afirma Martin Kunz, que ya hace 11 años que subió la persiana de su local situado en una de las esquinas de la plaza de la Vila. Este austríaco había vivido una década en Japón y de allí se trajo una máquina para producirlos. Naranja, fresa, mango y maracuyá son algunos de los tipos que sirven, que se pueden rematar con leche condensada. “Ahora también vendemos cotton cheesecake, dorayakis, mochis y onigiris. Y en unos días —avanza— abriremos una tienda de pastelería japonesa en Travessera de Gràcia”.
Aquí también es posible devorar helado taiwanés desde hace un par de años. “Es una reinterpretación del kakigori, que llegó a Taiwán con la ocupación japonesa, en 1895”, explica la taiwanesa Kai-Yi Wang, artífice de las heladerías Snow Monster junto a su marido Sébastien Marion. Se conocieron en Londres, donde ella era arquitecta y él impulsaba start ups tecnológicas. Fue después de casarse cuando se mudaron a Barcelona, donde pensaron que era el momento de dar un giro a su vida profesional. “Observamos que no había heladerías taiwanesas en Europa y nos lanzamos a ello”. Wang regresó a su país natal para aprenderlo todo sobre el helado de su niñez, que además de hielo puede incluir zumo y fruta troceada, bubble tea (la icónica bebida taiwanesa con perlas de tapioca) y mantequilla de cacahuete. Ellos lo hacen con fresa, mango, sandía, té matcha, chocolate… Son helados muy aparatosos, por lo que recomiendan comerlos sentados y en buena compañía. “Parece más cantidad de lo que es. Realmente se derriten muy rápido en la boca, de aquí que en Taiwán se tomen en formatos mucho más grandes”, concluye.