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miércoles, agosto 13, 2025

Tuvo un ACV, perdió el habla y ya no pudo cantar: casi tres años después, Sebastián Casafúa vuelve al ruedo

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Algo pasa con el 25. Algo tiene ese número que se le aparece en cada cosa importante. Un 25 de junio nació su padre. Un 25 de noviembre, su hijo Juan. Años después, un 25 de setiembre, su otra hija, Irene.

Un 25, también, Sebastián Casafúa murió un poco. Después volvió y, desde entonces, va recuperando lo que parecía perdido.

Ahora, que es 2025, Sebastián Casafúa está de regreso.

Músico, compositor y uno de los cancionistas uruguayos más finos de su generación, transitó el rock alternativo con bandas como Kirlian y Psimio, inauguró su proyecto solista con Las causas del siniestro (2012) y alcanzó una especie de consagración con Caudillo (2018). El disco le valió tres premios Graffiti, el entusiasmo de la crítica, el respaldo de sus colegas y una camada de nuevo público. En diciembre de 2019 se editó en Argentina, donde planeaba presentarlo algunos meses después. En marzo de 2020 vino la pandemia. El 25 de diciembre de 2022, el ACV.

Aquella Navidad, en pleno mediodía, al lado de sus dos hijos nacidos un día 25, con 46 años, Sebastián Casafúa se desplomó.

Lo internaron, lo diagnosticaron, lo operaron, lo trataron. Todo en su cuerpo funcionaba como si nada hubiera ocurrido: las manos, las piernas, los ojos, los órganos internos, las ideas. Todo, salvo una cosa.

Casafúa, cantante, profesor de Inglés, la primera persona que conversó con Paul McCartney cuando pisó Uruguay, como encargado de logística de su show, —es decir, un hombre de palabras, un hombre con la palabra como herramienta e instrumento—, se había quedado sin habla.

“Tenía, y todavía tengo, un cable suelto”, dice ahora. Tres años después, habla como si el lenguaje fuera una hormiga, una colonia de hormigas escurridizas que apenas pueden ser tocadas, y que a menudo se pierden en túneles de tierra infinitos y hay que perseguirlas, tirar de ellas para sacarlas a la superficie.

No sabía, cuando escribió “Barba de abejas”, una de las joyas de Caudillo, que aquello de “Duerme en el espacio que hay entre palabras” iba a estar hablando de su futuro.

No sabía —no podía saberlo—, pero cuando en pandemia escribió “La nieve del 87”, la canción que acaba de estrenar como adelanto de su próximo disco, también se estaba componiendo una profecía:

Ese punto poco claro en el camino entre la suerte y el destino soy yo / Entonces te pido que confíes en mí.

Su regreso a los escenarios, este viernes y a lo grande

Una tarde de agosto, en un café de Parque Batlle a metros de donde sufrió su ACV, Casafúa explica.

La placa carótida es, a grandes rasgos, una acumulación de grasa en las arterias carótidas, los vasos sanguíneos que llevan la sangre del corazón a la cabeza y el cerebro.

“Y mi carótida izquierda tenía una placa más grande, más espesa, y un día no fluyó la sangre. Después la placa se soltó un milímetro a la cabeza… Y morí. Es genética. Perdí el 5 de Oro genético”, dice.

Después explica otras cosas. Que tiene afasia —un trastorno del lenguaje que a menudo ocurre tras un ACV o una lesión cerebral—. Que hay ocho tipos de afasias y que la suya, la anómica, es “la mejor de todas”. Que hay personas que no logran superar un ACV —dos semanas atrás, la boxeadora argentina Alejandra “Locomotora” Oliveras, de 47, falleció como consecuencia de uno— y que él, a veces, ve el vaso medio lleno.

Pero también lo ve medio vacío.

Cuando le dieron el alta hospitalaria, en enero de 2023, Casafúa no quería saber nada con la música: “Primero quería estar vivo. Después quería estar más lúcido. Y después entré a la música otra vez”.

No podía hablar, pero una tarde, en su casa, su padre le dio la guitarra y le dijo que tocara. Cómo iba a ser capaz, pensaba él, mientras los pensamientos se atropellaban, encerrados en callejones sin salida.

Sin embargo, tocó. Y todo fue como había sido siempre.

Fue un proceso “heavy”, dice. Volvió a tocar con sus aliados, Diego Varela y Daniel Noble, el Vampi. De a poco, con mucho ejercicio y mucho trabajo con especialistas, las palabras fueron apareciendo. En junio de 2024, el músico Pablo Méndez lo invitó a tocar “Ir”, de Psimio, en un recital íntimo. Y Casafúa fue.

Ahora, este viernes, abrirá el recital de Estelares en Montevideo Music Box y dará el primer show de esta nueva vida. Con “La nieve del 87” recién estrenada, con su primer libro en el horizonte, y con el espacio que hay entre sus palabras todavía ancho como un río, Casafúa vuelve.

“Yo vivo a zanahorias. Vivo de objetivos, nortes”, dice.

Un libro, un desafío y mil proyectos en Montevideo

A pesar del “reseteo”, o quizás a raíz del reseteo, el último año de Casafúa ha sido expansivo y efervescente. En octubre publicará Hiato, su primer libro; reúne cuentos que pasan las letras de sus canciones por el filtro del ACV y lo editará Criatura. Además, será gerente de la librería italiana Feltrinelli, que desembarca en Uruguay para instalarse donde hoy funciona Más Puro Verso, en el corazón de Ciudad Vieja.

En paralelo, el emprendimiento de auriculares Domo Silent, del que es socio fundador, ha copado la ciudad con proyectos inmersivos como Montevideo Sonoro, con Carlos Dopico; Silent Horror Tour, con Guillermo Lockhart; el ciclo Escuchas silenciosas, con Andrés Torrón y los conciertos Antenas, cuya vuelta es inminente. Ha sido promotor de cada una de esas iniciativas.

“Mi cabeza está a full, clara. Creo que compenso mi falta de habla con creatividad”, dice. “Quizás estoy más enfocado. Menos habla, más hechos”.

Sebastian Casafua, Daniel Machin y Carlos Dopico
Sebastián Casafúa, Daniel Machín y Carlos Dopico, detrás del proyecto Montevideo Sonoro.

Foto: Darwin Borrelli / El País

«La nieve del 87», la canción que nació por Peñarol

Un día, en el tedio de la pandemia del covid, encontró en YouTube la final completa de la Copa Intercontinental de 1987. Entonces volvió a ver a Peñarol perdiendo en alargue un partido imposible.

Bajo una nieve impía, en una cancha con aspecto de torta mal decorada —azúcar impalpable acá y allá dejando difusa toda la superficie—, la pelota no rodaba: era pateada y caía a la tierra con el peso de una bala de cañón y se quedaba ahí, estancada, tiesa. En Tokio, al otro lado del mundo, frente a un club europeo como Porto, Peñarol cayó. Pero cayó con orgullo.

“Velos de mística”, eso vio Casafúa. Entonces escribió una letra.

Así empezó una canción que, a nivel musical, no se parece a nada de lo que había hecho hasta ahora. Producida por Daniel Anselmi (que también se encargó del resto del disco), es hija de experimentos pandémicos con patterns, micrófonos y samples. Su personalidad rockera, pero decididamente electrónica, es una invitación a un baile medio salvaje, sobre la batería de Irvin Carballo y el bajo de Gonzalo Silvera. Beck y Gorillaz están en el aire.

Estrenada el 8 de agosto y editada por Ayuí/Tacuabé, “La nieve del 87” es el primer adelanto de un disco cuyo nombre también estaba escrito antes del ACV: Milagrero.

Casafúa no se aferra a ninguna creencia, pero cede ante lo ineludible: había pistas guardadas en sus canciones. En estas, las que hizo antes del “reseteo”, pero también en los temas de Caudillo e incluso en su disco debut, Las causas del siniestro.

“Hay algo, energía romántica, casual, musical”, reconoce.

Mientras escribo esta nota, me doy cuenta y le mando un mensaje: 1987 también suma 25.

Él solo contesta: “Puta madre”.

Sebastián Casafúa

Sebastián Casafúa. Foto: Archivo

Redacción

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