El primer burro catalán realmente mediático, el de la pegatina, nació con testículos, flequillo y cola alta. Lo dibujó Eloi Alegre por encargo de la Associació per al Foment de la Raça Asinina Catalana que dio alas a Jaume Sala y Alex Ferreiro para, previo capado y relajamiento del rabo, convertir al animal en el inesperado emblema del catalanismo de pro. De repente, el gran Equus africanus asinus de Girona, el más folclórico de nuestros herbívoros y, como tantos catalanes, más aplaudido fuera que dentro -el primer presidente de Estados Unidos, George Washington, confió el cuidado de sus tierras a asnos gerundenses después de haber testado los dos garañones zamoranos con que le obsequió Carlos III-, pasó del pardo anonimato a estampar camisetas, pósters y tazas. A copar portadas. A erigirse en el inesperado antagonista del toro hispánico.
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