Imaginamos el infierno como un imperio de llamas. Pero en el que describió Dante Alighieri había tormentos muy diversos. Huracanes perpetuos para los lúbricos. Hambre atroz para los golosos. Inmensos sacos de oro que los avaros debían arrastrar cuesta arriba. Un lago de fango donde iracundos y perezosos estaban condenados a golpearse sin descanso. Etcétera. El último círculo es el de los traidores, condenados no al fuego, sino al hielo perpetuo. Solo los herejes ardían entre llamas.
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