Darcy Ribeiro (1922-1997) y José María Arguedas (1914-1967) fueron pensadores y escritores que hicieron de la cultura –o de la civilización– americana, brasileña y peruana, su principal preocupación.
Desde hace más o menos dos años se suceden los homenajes para recordar a Darcy Ribeiro, por el centenario de su nacimiento. Y en 2023 se publicó una edición conmemorativa de Los ríos profundos, novela escrita por José María Arguedas.
No he encontrado en mis lecturas que Ribeiro y Arguedas se hayan encontrado alguna vez, o al menos que se hayan leído. Sin embargo, pertenecen a la misma generación y los dos estaban muy cerca de Ángel Rama: Darcy Ribeiro colaboró con Rama en la creación de la biblioteca Ayacucho y Arguedas es el personaje principal de Transculturación narrativa de América Latina, obra de Rama.
Ribeiro y Arguedas eran antropólogos y escribieron novelas. Los dos tenían una faceta –más importante en Ribeiro- en tanto políticos. Son sudamericanos y escriben sobre los indios del Brasil y del Perú. Vistos con una perspectiva de largo aliento, cabría pensar que los indios de los que hablan Ribeiro y Arguedas están emparentados, pues los que viven en los Andes estaban en contacto con los de la Amazonía.
Leer la obra de estos latinoamericanos, que gira a su manera en el extrarradio del boom, significa preguntarse por la condición colonial del continente, por la supervivencia de las culturas prehispánicas cinco siglos después de la conquista y por el futuro de la región, dividida desde hace doscientos años en repúblicas. Tanto Ribeiro como Arguedas hacen del indio su héroe histórico, literario y político. Rama rescata el eco de estas obras en sus ensayos.
La conquista española devastó civilizaciones complejas: el descubrimiento de América es el inició de la historia del colonialismo moderno. Leyendo a Ribeiro y a Arguedas uno puede comprender el lugar de la América Latina en el concierto de las civilizaciones y al mismo tiempo, en una escala intermedia, comprender las diferencias entre las culturas latinoamericanas. De este trabajo se ocupa de manera específica Ribeiro en dos textos que considero centrales: El proceso civilizatorio y Configuraciones histórico-culturales americanas.
El primer escrito recoge cierta tradición titánica de comprensión de la realidad histórica, muy propia de la literatura latinoamericana: es una historia de las civilizaciones mundiales. El segundo escrito se pregunta por la naturaleza de los pueblos latinoamericanos; lo mismo hace Arguedas en sus novelas, ensayos y discursos, en los que intenta aclarar las relaciones entre blancos, mestizos, indios, negros… Ribeiro y Arguedas intentaban dar una respuesta afirmativa a la interrogación, a veces desesperada, que produce una violenta mezcla de gentes muy diversas. Digo que su respuesta pretendía ser afirmativa, en la medida en que planteaba las posibilidades de recreación de una cultura, de un proyecto humano de vida social.
Entre los muchos predecesores de estos personajes, se me ocurre que uno de los más preclaros, es Simón Rodríguez, que ya en el siglo XIX hablaba de crear “Repúblicas de indios”. Lo original, lo sustancial de Ribeiro y Arguedas es que los dos piensan y escriben desde la perspectiva de los indios, y esa posición les permite ilustrar con detalle y profundidad el carácter brutal del colonialismo, el arrinconamiento y exterminio de sociedades enteras, diezmadas por la persecución, la enfermedad, la guerra y finalmente la pacificación, que los ha incorporado como fuerza de trabajo –la otra alternativa usualmente es morir en la guerra contra los blancos– y que ha borrado su particularidad cultural.
Ribeiro y Arguedas aclaran una cuestión que se suele pasar por alto: cuando llegan los conquistadores y durante la colonización –que sigue ocurriendo hasta hoy– lo que existe en América son muchos pueblos, es decir, no existen los indios como tal, sino que existen los Huancas, los Vicus, los Cañaris, los Incas, en los Andes; los Guaraníes, Tupinambá, Canelos, Bororos… en la Amazonía. La colonización, cuando los pacifica e incorpora, borra sus diferencias, convirtiéndolos a todos en indios. Claro, si no los ha exterminado.
En Fronteras indígenas de la civilización (1971) Darcy Ribeiro explica detallada y minuciosamente los impactos de la civilización en la vida de los indios del Brasil. Se refiere inicialmente a su medio natural, alterado por la cercanía de los europeos, al impacto de las enfermedades, cuando estos pueblos entran en contacto con las avanzadas coloniales; explica después cómo son incorporados los indios al mercado –en tanto productores o trabajadores– y cómo son alteradas sus formas de pensamiento, sus mitos y creencias. Mientras lo leía pensaba en Arguedas, en su experiencia y en sus novelas… De tal suerte que leer a Ribeiro es como leer a Arguedas y viceversa, sólo que el primero ha escrito un tratado científico, y el segundo Los ríos profundos, la novela en que penetra más hondamente en el conflicto colonial.
Escribe Darcy Ribeiro en Fronteras indígenas de la civilización:
Cuando se habla del avance de la civilización frente a los grupos indígenas, lo que se tiene en mente, en general, es la enorme distancia entre las técnicas y el instrumental de dominio de la naturaleza de una tribu selvícola y los de una nación industrial moderna. Así, la “civilización” parecería un destino deseable para cualquier tribu, porque representaría el acceso a toda la “herencia social de la humanidad”.
En la práctica, sin embargo, para una tribu cualquiera –para los indios Kapoor, por ejemplo– la civilización que les es accesible representa algo bien distinto del progreso industrial y de las excelencias de la ilustración. Para ellos, civilizarse, es ser reclutado en la vida famélica del seringuero, del castañero, del remero; es ser brutalizado bajo el puño del patrón. Es perder la abundancia de la aldea con sus extensas huertas, sus cacerías y pescas colectivas, sus horas de ocio después de cada trabajo extenuante, su gusto de vivir proporcionado por la convivencia con un centenar de personas que ven el mundo como él y cultivan una rica fantasía para interpretarlo alegóricamente (p. 215).
En Los ríos profundos el narrador se pregunta si debe escribir o cantar, pues escribir significa buscar el lado civilizador y colonialista, mientras que cantar sirve para sentirse indio entre indios. La diferencia cultural entraña también algo más: una relación de poder. No es lo mismo que el indio sepa escribir y cantar; un indio que escribe, como dice Ribeiro, no puede escapar de su destino de esclavo o asalariado. Y aunque un patrón conozca y valore la cultura de los oprimidos, no va a pasar del lado de quienes son sus vasallos. Escribe Arguedas:
-¡Sí, «Markask’a»!-grité ¡Que venga doña Felipa! Un hombre que está llorando, porque desde antiguo le zurran en la cara, sin causa, puede enfurecerse más que un toro que oye dinamitazos, que siente el pico del cóndor en su cogote. ¡Vamos a la calle, «¡Markask’a! ¡Vamos a Huanupata!
Antero me miró largo rato. Sus lunares tenían como brillo. Sus ojos negrísimos se hundían en mí.
-Yo, hermano, si los indios se levantaran, los iría matando, fácil –dijo.
-¡No te entiendo, Antero! –le contesté, espantado- ¿Y lo que has dicho que llorabas?
-Lloraba. ¿Quién no? Pero a los indios hay que sujetarlos bien. Tú no puedes entender, porque no eres dueño. ¡Vamos a Condebamba, mejor! (p. 178)
Esta diferencia de clase, en la que el patrón se distancia de sus indios, a pesar de que tanto el patrón como los indios comparten la lengua y un sistema de creencias similares, se explica justamente por lo que señalaba Ribeiro: en las fronteras de la civilización son posibles estas mezclas, pero la lógica es la de la civilización occidental. Esta identidad cultural y esta distancia social y económica gira en torno a otro problema, extensamente tratado en Arguedas y Ribeiro: el mestizaje.
El mestizo vive y se debate en el ámbito de la civilización occidental: es hijo de europeo y de india, pero ha adoptado el sistema de creencias dominante, aunque –como en el caso de Arguedas– subsiste un interés e incluso amor por la madre aborigen. Es bilingüe, pero su mentalidad ya no es europea ni indígena: se identifica como americano, brasileño o peruano. Dice Ribeiro:
El mestizo, producto de los primeros cruces, se volverá más negroide en las áreas donde se concentran contingentes africanos; más mongoloide donde absorbe, por el mismo procedimiento de toma y erradicación del vínculo tribal, mayores contribuciones de genes indígenas; y más blancoide en las regiones de mayor inmigración europea. Pero permanecerá siempre como el “otro” con relación al indio tribal, al negro africano y al portugués. Así se va construyendo una etnia nacional con una inmensa capacidad de absorción de los contingentes particularizados, pero sólo capaz de incorporarlos como individuos después de haber sido deculturados literalmente y desgajados totalmente de sus antiguas filiaciones étnicas.
Arguedas se ocupó de este problema en todos sus libros. Pero posiblemente sea en Todas las sangres dónde intenta resolver el problema del mestizaje, pensando o planteando la posibilidad de una etnia nacional, en la que los matices se encuentran integrados en la noción de lo peruano, de lo nacional. En esta novela, escrita después de Los ríos profundos, la etnia nacional –compuesta de una abigarrada comunidad– se enfrenta al imperialismo extranjero, que quiere explotar las minas del Cerro de Pasco.
Tanto Ribeiro como Arguedas, por la época a la que pertenecen, reinvindican el nacionalismo revolucionario de orientación socialista. Sin embargo, Ribeiro, que sobrevive a Arguedas treinta años más, va a escribir una serie de textos en los que pregona una Utopía salvaje (así se llama una novela suya de los años ochenta). Esta utopía salvaje, como la que describe Arguedas en sus estudios de la comunidad –que ha evolucionado hacia el cooperativismo– se concibe en el marco del desencanto del socialismo y en los prolegómenos de la globalización.