El otro día salí a caminar con mi nieto Lluc. Partimos a media tarde. El sol furioso de estos pasados días golpeaba con fuerza. El camino empieza con una bajada engañosa y pasa junto al cementerio de Molló (entramos para hablar de la muerte; me gustó que observara sin miedo los nichos vacíos). Tras una subida muy larga pero suave, llegamos a un bosque de ribera, lleno de alisos, fresnos y abedules, que se adentra en la ladera siguiendo el estrecho cauce de un arroyo de agua clara y musical. A medida que, protegidos del sol por los árboles, nos acercábamos al agua, el arroyo se convertía en “una fábrica de aire fresco”.
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