La mansión de Sharon Tate en el número 10050 de Cielo Drive, al norte de Beverly Hills, en Los Ángeles, es una casa “de estilo rural francés”, según las revistas de arquitectura, y para llegar a ella hay que atravesar un extenso jardín de pinos y cerezos, flanqueado por sendos barrancos y con una piscina de azul turquesa que refulge a la izquierda del camino. La actriz –que recibió este año el Oscar honorífico por el conjunto de su carrera– sale al porche para recibirnos, rodeada de chihuahuas: “Acaban de irse Pamela Anderson y Liam Neeson, qué buena pareja hacen, ¿no se los han encontrado?”, comenta, enfundada en un vestido corto acampanado de Armani, a sus inverosímiles 82 años. “¿No ha venido Gabriel Lerman hoy? –pregunta– Qué lástima, somos muy amigos, me entrevistó a finales de los 80, recién llegado a Hollywood, y me basta mirarle a los ojos después de una première para saber si he hecho un buen trabajo o no”. De repente, se escucha un motor y vemos salir del garaje una camioneta Chevrolet 2500 Silverado Fleetside.
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