La mayoría de los establecimientos comerciales y turísticos de la costa del Baix Ebre y del Montsià luce en sus escaparates una pegatina con el eslogan ‘Salvem lo Delta’, declaración pública de la zozobra que nos invade a los del sur por el futuro de uno de los parajes más frágiles y amenazados del Mediterráneo occidental. Pueden ustedes documentarse o leer mil y un artículos sobre la regresión del delta, el efecto mortífero de los embalses, el cambio de corrientes y la emersión de nuevos alfaques por culpa de puertos o espigones, la progresión de la cuña salina en el río o el peligro constante de especies invasoras como el caracol manzana. Pero nada comparable con las vivencias de Carlos o de Damián, ambos patrones de barco, quienes, además de guiarles por la zona, les explicarán cómo ellos, sus familias y vecinos sufren a diario los infortunios de una metamorfosis que, debiendo ser consustancial, lleva años siendo deliberada.

Los efectos de un temporal en un tramo de la costa del delta
Xavi Jurio / Colaboradores
Carlos gobierna uno de los ferris que, partiendo de Deltebre, recorre el último tramo del río en un trayecto de unas dos horas hasta la desembocadura. De pequeño se crió con sus abuelos en una típica barraca que se alzaba en una parcela junto al actual faro del Cap de Tortosa. Como todos en la zona, el cultivo del arroz, un pequeño huerto y la pesca, constituían el sustento familiar. Ahora, apenas medio siglo después, el faro permanece solitario en medio del mar, a unos cinco kilómetros de la costa, testimonio cruel e indigno del retroceso de la isla de Buda y de las tierras deltaicas. Por supuesto, la barraca y el arroz quedaron anegados por las olas y enterrados por unos vendavales que erosionan y destruyen cada año un terreno ya de por sí quebradizo.
Para algunos foráneos, el emotivo relato de Carlos les parecerá un pelín exagerado e incluso inverosímil porque el paisaje continúa intacto a ojos del visitante, las aves como la grulla o el flamenco pululan por doquier y la temible y acelerada falca salina se esconde bajo un manto de agua dulce. Pero nada en él es postizo, como tampoco las palabras de Damián que acompañan al turista desde L’Ampolla por la bahía del Fangar hasta las bateas de cría de mejillones y ostras. Allí, además de un restaurante, un pequeño museo exhibe alguno de los antiguos tesoros del Delta, como las gigantes nacras, al borde de la extinción, cuyos filamentos (bisos) servían antaño para tejer atuendos y ornamentos de la curia vaticana.
Toda actuación es bien recibida, pero no apaciguará la inquietud de unos vecinos que, esta vez sí, se quejan con razón
El recorrido hasta las bateas, de apenas 20 minutos, requiere de indudable pericia porque los bancos de arena crecen sin mesura, lo que eleva la temperatura del agua y complica el cultivo de moluscos. La Generalitat se ha decidido a dragar la bahía del Fangar para fomentar la circulación del agua de mar. Toda actuación es bien recibida, pero en absoluto apaciguará la inquietud medioambiental de unos vecinos que, esta vez sí, se quejan con razón.