Sabías que en Rusia se dice que los bebés ya prueban el té cuando toman leche materna? Vengo de un país que es un gran bebedor de té, aunque a mí, personalmente, me gusta más el café”, comenta Denis Ezhov.
Este joven ingeniero es el dueño de una tienda en el barrio de Sant Antoni que vende todo tipo de variedades de té y café de especialidad. Los precios no son baratos y la presentación está cuidada al detalle. Tanto el embalaje como la tienda en su conjunto desprenden este estilo minimalista tan característico de los locales modernos que abren en este gentrificado barrio de Barcelona.
“Quiero ofrecer la mejor calidad, importo de productores de Bélgica y Alemania que tratan el té y el café del modo que nos gusta en el norte de Europa. ¿Hueles este café que recuerda a la avellana? ¿Y este de banana? Nos gustan cafés menos tostados, dulces y aromáticos… y sobre todo, los tés negros y frutales ”.
La tienda se llama Erizo, porque “quiere erizar el paladar de los consumidores”, pero también porque es el significado de su apellido: Ezhov. Es originario de la ciudad de Oremburgo, asentada en las orillas del río Ural, al sur de Rusia y a 90 km de la frontera con Kazajistán.
Denis Ezhov, 35 años
Este ingeniero abrió hace tres años una tienda de café y té de especialidad en el barrio de Sant Antoni. Ezhov vino a la ciudad antes de la pandemia atraído por el clima, los precios asequibles, el mar y la montaña, aunque se muestra preocupado por la inseguridad en las calles.
Nacido el año 1994, Ezhov se formó en ingeniería y cuando obtuvo el título se mudó a San Petersburgo para trabajar en la multinacional Siemens. “Es una ciudad magnífica pero con mi esposa estábamos muy cansados del clima: el sol apenas sale dos meses al año, en mayo y junio, el resto del año es gris… y es duro”, recuerda.
En el 2019, Ezhov y su mujer decidieron hacer las maletas y eligieron Barcelona por varios motivos: “Los precios son más asequibles que en el norte de Europa, el clima y la gastronomía son inmejorables y la playa y la montaña están muy cerca”, razona. La pareja se mudó con la idea de pasar medio año en Barcelona y medio año en San Petersburgo. Empezaron aprendiendo el castellano pero al cabo de pocos meses llegó la pandemia y el confinamiento. “Era una señal de Dios, me tenía que quedar en Barcelona”, recuerda. Ezhov tiró currículums para encontrar trabajo de lo suyo pero tenía dificultades porque la homologación de su título universitario tardaba en llegar. “Entonces decidí dar un vuelco a mi carrera. Me encanta el café de especialidad y después de varios meses de análisis de mercado decidí abrir la tienda en Sant Antoni”, apunta.
Han transcurrido tres años y Ezhov se muestra satisfecho: la sociedad, dice, es acogedora y multicultural. A veces los locales le exigen hablar en catalán, lo comprende y siempre responde que “poc a poc”, que está aprendiendo a hablarlo. Lo único que le preocupa es la inseguridad en las calles, los robos y los ocupas. Pero de momento, dice que no ha encontrado ciudad mejor donde vivir. Aquí tiene amigos de su comunidad, rusos, ucranianos, kazajos, no le importa. Juegan a pádel, hacen senderismo, van a correr… Ezhov apunta que le gustaría visitar a su familia pero lamentablemente la guerra lo hace imposible.