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jueves, agosto 21, 2025

Trump, Zelenski y el tablero de la paz: entre concesiones imposibles y un ajedrez global

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La reunión en la Casa Blanca entre Donald Trump, Volodimir Zelenski y varios líderes europeos volvió a dejar en claro que la guerra en Ucrania ya no se juega solamente en el frente militar, sino en un tablero diplomático cada vez más complejo. Tras su encuentro con Vladimir Putin en Alaska, el presidente estadounidense se movió rápido para capitalizar su rol de mediador, proponiendo incluso una cumbre entre los líderes ruso y ucraniano bajo su tutela. Europa, mientras tanto, corrió a Washington para intentar marcar límites a un Trump que, con un cambio discursivo abrupto, acercó a Estados Unidos más a la narrativa de Moscú que a la de Bruselas o Kiev.

Lo más llamativo fue el giro del presidente norteamericano respecto al alto el fuego. Si en Alaska había dejado claro que consideraba inaceptable no alcanzar una tregua inmediata, en Washington sorprendió al decir que “un cese al fuego podría ser desventajoso para una de las partes”. Con esa sola frase, Trump modificó el marco de la discusión: en vez de priorizar detener la matanza, colocó el acento en un eventual acuerdo político integral, en línea con lo que Rusia sostiene desde 2022. No es casual que en París, Berlín y Londres se encendieran todas las alarmas. La OTAN teme que el conflicto se congele en términos favorables para Moscú, mientras Kiev pierde terreno tanto militar como diplomático.

En este contexto, las concesiones probables adquieren un peso central. Rusia podría permitir que Ucrania conserve parte del Donbás y Odesa, aunque es impensable que entregue Crimea, que el Kremlin considera integrada a su territorio desde 2014. También podría aceptar garantías de seguridad para Ucrania, siempre bajo la condición de mantenerla fuera de la OTAN, además de facilitar intercambios de prisioneros y comprometerse a no avanzar más allá de las líneas actuales. Se trataría, en definitiva, de concesiones que no ponen en riesgo los objetivos estratégicos de Moscú y que podrían presentarse internamente como una “victoria histórica”.

Para Ucrania, las cesiones serían mucho más dolorosas. La primera, y quizás la más traumática, sería renunciar oficialmente a Crimea —o al menos posponer su reclamo indefinidamente—, una herida abierta para la identidad nacional. A ello se suma la posibilidad de aceptar un estatus de neutralidad militar, renunciando de facto a la membresía en la OTAN, algo que había sido bandera central de Kiev desde el inicio de la invasión. Otro punto sensible sería otorgar autonomía especial a las regiones del Donbás bajo ocupación prorrusa, institucionalizando una división territorial que Zelenski intentó evitar a toda costa. Finalmente, detener intentos de reintegración militar implicaría reconocer que la vía diplomática es la única alternativa, aunque con pocas garantías de éxito en el mediano plazo.

La cumbre en Washington mostró también un cambio de estilo en Zelenski. Vestido con traje oscuro en lugar de uniforme militar, agradeció a Trump en múltiples ocasiones, bromeó con los periodistas y hasta llevó una carta de Olena Zelenska para Melania Trump. Si en febrero había sido criticado por falta de gratitud y sobriedad, esta vez se mostró más cercano y dispuesto a la concesión. No es un detalle menor: sabe que el sostén político de Estados Unidos será decisivo tanto para negociar como para resistir. En esa misma línea, los europeos buscaron contener a Trump con halagos, pero también con advertencias veladas: cuando Macron habló de “garantías de seguridad”, aclaró que no se trataba solo de Ucrania, sino de todo el continente.

En definitiva, la guerra en Ucrania parece encaminarse hacia un desenlace que no será ni una victoria total rusa ni una recuperación integral ucraniana, sino algún tipo de acuerdo intermedio cargado de concesiones. Rusia intentará consolidar lo conquistado; Ucrania, salvar lo esencial de su soberanía y su proyección europea. En el medio, Trump busca consagrarse como el hombre fuerte capaz de resolver el conflicto más complejo de la última década, mientras Europa teme ser relegada a un papel secundario en un asunto que define su seguridad.

Lo que queda claro tras la cumbre es que la discusión ya no es únicamente sobre el futuro de Ucrania, sino sobre el orden internacional en su conjunto. Cada concesión que se negocie marcará no solo las fronteras en el mapa, sino también los límites de la hegemonía estadounidense, la resiliencia europea y la ambición rusa. Y, en ese tablero, el tiempo juega tanto como los tanques.

Redacción

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