Un amigo y yo solíamos jugar al juego de las vacas durante viajes en carretera por Estados Unidos. Era un juego sencillo: ¿ves una vaca? ¡Gritas “¡vaca!”! Yo solía ganar en esas competiciones, no porque tuviera una vista especialmente aguda para los paisajes rurales, sino porque no era yo quien conducía y, por lo tanto, tenía más libertad para observar el paisaje. ¡Y qué paisajes! Playas de arena abrazadas por lagos. Desiertos áridos con fauna salvaje, más cactus que vegetación. Pueblos donde toda la población cabe dentro del único restaurante del lugar.
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