Hoy se cumple una década desde que ese 21 de agosto 2015 Daniel Rabinovich, en vez de dibujarnos una sonrisa, cuando no una carcajada, nos puso terriblemente tristes. Fue uno de los integrantes de Les Luthiers, pero para muchos de los que llenábamos los fines de semana el Teatro Coliseo ya en los años ‘70 era algo más que el alma del grupo humorístico.
Su nombre completo era Daniel Abraham Rabinovich Aratuz, le decían «Neneco» y tenía una facilidad para el juego de palabras admirable.
Solamente él podía decir, y sin equivocarse, en el monólogo de República de Banania. «En los más prestrigriosos foros internacio… en los más prestrigriosos fo… pestrigiosos foros inter… en los pestri… en los más prestigri… pestigri… prestigri… en los más famosos foros internacionales en que estuve excitado… en que estuve, he excitado muchas veces… muchas veces he citado el fracaso de su operación…».
Tenía 71 años cuando, tras sufrir varios problemas cardiovasculares, nos dejó ese 21 de agosto de 2015.

El nacimiento de Les Luthiers
Daniel era hijo de una pianista y un jurista que amaba el tango. Fue en 1967 cuando conoció al resto de quienes integrarían Les Luthiers, en el coro de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires, mientras él cursaba su carrera de Derecho en la UBA. Los fundadores fueron él, Marcos Mundstock, Gerardo Masana, Jorge Maronna, Carlos López Puccio y Carlos Núñez Cortés. Ernesto Acher se integraría al grupo en marzo de 1971, primero como reemplazo de Mundstock en la lectura de los textos de presentación, aparte de ejecutar instrumentos.
Si bien Daniel era guitarrista y violinista, en Les Luthiers podía tocar instrumentos de percusión, algunos de los más formales, y otros completamente informales, como el bass-pipe a vara, la Gaita de cámara, el calephone, el latín, el contrachitarrone da gamba, la bocineta, el yerbomatófono y la corneta de asiento, entre otros.

Y escribía los guiones y las canciones de Les Luthiers, al igual que otros integrantes del grupo que combinaban la música con el humor y el teatro.
Hincha fanático de Independiente, hasta participó en la película Papeles en el viento (2015), de Juan Taratuto, basada en la novela de Eduardo Sacheri, con Diego Peretti, Pablo Echarri, Pablo Rago y Diego Torres, en el que interpretaba a Prieto, un periodista deportivo que, previo pago de US$ 20.000, instalaba el nombre del jugador “Pittilanga” para que los amigos pudieran comercializarlo.
Hagamos la risa y no la guerra
Una vez dijo «Hagamos la risa y no la guerra… La risa, en el caso del ser humano, es una especie de válvula de escape y de contención a lo que es la angustia de la sobrevivencia».

Había nacido en Buenos Aires el 18 de noviembre de 1943. Los Rabinovich llegaron a la Argentina desde Besarabia (hoy Moldavia). El bisabuelo de Daniel no había hecho el servicio militar, porque era rabino, por lo que compró el documento de un muerto -de apellido Rabinovich- para poder salir de su país.
«Me crié en el Palacio de los Patos, un complejo de viviendas ubicado en Ugarteche y Las Heras, en Buenos Aires, donde viví hasta los 18 años. Allí había varios folcloristas, que me dejaban ir a sus reuniones. Fue donde por primera vez escuché cantar a voces y tocar la guitarra», recordaba Daniel.
Humor inteligente
¿Cómo era la mecánica de Les Luthiers a la hora de crear un nuevo espectáculo? «Nos sentamos a hacer un espectáculo y tratamos de que nos saliera lo más lindo posible -decía-. Convengamos que no es un humor trillado, es un humor inteligente, por decirlo de alguna manera. Lo que nos interesa es que la gente se muera de risa y sonrisa».

Se había casado con Susana, con quien tuvo dos hijos, Inés y Fernando. Vivían en la Zona Norte del Gran Buenos Aires, y en su casa se dio maña hasta para construir una bodega en el garage, y con sus propias manos.
Rabinovich paseó su arte también en la televisión, en participaciones en Peor es nada, conducido por Jorge Guinzburg y Horacio Fontova, Juana y sus hermanas o La Argentina de Tato, y en el cine (Espérame mucho, Mi primera boda). También publicó dos libros de relatos, Cuentos en serio y El silencio del final.
Tal vez haya sido ese enorme sentido del humor que tenía, o quizá su enorme capacidad para conectar con el público lo que lo erigieron en un comediante al que, con solo verlo vestido de frac en el escenario, ya nos hacía sonreír.