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lunes, agosto 25, 2025

En política, el que quiera predicar honestidad debe primero blindar su propia casa

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Eduardo Reina

Analista Politico .Consultor Especializado en Comunicación Institucional y Política, Doctorando en Comunicación (Universidad Catolica Argentina) ,Magister en Comunicación y Marketing Político en la Universidad del Salvador (USAL). Postgraduate Business and Management por la Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. profesor Protitular en UCA Universidad Catolica Argentina.

 @ossoreina

En la Argentina, la política es un eterno juego de espejos. Cada nuevo gobierno se presenta como distinto al anterior: más puro, más transparente, más defensor del pueblo olvidado y descuidado. Pero, a la hora de gobernar, muchos terminan reflejando aquello mismo que juraron combatir. Por eso, antes de criticar la casa ajena, convendría primero tener la propia en orden. De lo contrario, no sos un paladín de la ética: sos apenas un ladrillo más de la misma casta que decís despreciar.

En las últimas décadas, escuchamos todo tipo de etiquetas: “los transparentes”, “los mejores”, “los anticorruptibles”. Después llegaron los gobiernos de CEOs y empresarios, que prometían traer al Estado la eficiencia de la gestión privada. Más tarde, los “científicos”, como si la academia fuera garantía de honestidad y buen gobierno. Todas promesas que nacieron con fuegos de artificio y terminaron apagadas con olor a pólvora.

Ejemplos sobran. Amado Boudou fue presentado como la joven esperanza del peronismo, hasta que el caso Ciccone lo mostró como protagonista de un esquema de corrupción que lo llevó a la condena judicial. Mauricio Macri creyó que rodearse de CEOs sería gobernar con pares que entendían el “mundo real”; terminó atrapado en la lógica de autopréstamos, empresas amigas y los Panamá Papers. Cristina Fernández de Kirchner pensó que Alberto Fernández le aseguraba gobernabilidad y “buenos modales”; lo que vino fue una gestión a dos voces, entre internas palaciegas y escándalos como el vacunatorio VIP.

Esto no les gusta a los autoritarios

El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.

Y ahora, Javier Milei. El hombre que gritaba contra la “casta” desde los sets de televisión, que se presentó como el exterminador de privilegios y corruptelas, el paladín de la motosierra. Pero los casos empiezan a amontonarse en la vereda propia: Libra, con acusaciones de contratos millonarios poco claros. Discapacidad, con denuncias de manejos turbios en programas destinados a los más vulnerables. Valijas en Ezeiza, un episodio que despertó sospechas dignas de épocas pasadas. Empresas fantasma vinculadas a funcionarios, otro eco del viejo Estado prebendario.

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No se trata de chismes ni de operaciones mediáticas: son grietas que corroen la credibilidad de un gobierno que había hecho de la denuncia al ajeno su principal bandera. Y el fenómeno no es solo argentino. En Brasil, Jair Bolsonaro llegó como outsider a combatir la vieja política y terminó acorralado por denuncias de desvío de fondos y hasta joyas saudíes ocultas. En Perú, Pedro Castillo se proclamó maestro del pueblo contra la corrupción, y hoy carga con procesos por liderar una presunta organización criminal. En España, Pedro Sánchez habló de transparencia mientras su partido acumulaba innumerables manchas con el “caso Koldo”, que involucró la compra de mascarillas durante la pandemia y la venta de influencias a cambio de dinero.

El patrón es el mismo: quienes llegan al poder con el dedo acusador suelen olvidar que ese mismo dedo también puede apuntarles a ellos.

En política, el que quiera predicar honestidad debe primero blindar su propia casa. El paladín contra la casta termina revelándose como un actor más en la vieja tragicomedia, tanto latinoamericana como europea: promesas altisonantes, moralina barata y, al final, sospechas de siempre.Hoy, frente a nuevas elecciones, se respira un aire extraño: más poder para los obsecuentes y menos para quienes ejercen la crítica y el pensamiento libre. Empresarios, comerciantes, jubilados, discapacitados, universitarios y comunicadores empiezan a bajarse del barco. Incluso los más fanatizados comienzan a ver nublado ante la corrupción y la falta de sensibilidad social del gobierno.

“En política, lo difícil no es cumplir con la palabra dada, sino no traicionarse después de haberla dado.” Charles de Gaulle.

Redacción

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