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lunes, agosto 25, 2025

Nuestra versión política del «Homo Argentum»

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I

Es posible que nuestras vidas transcurran entre ilusiones, fantasías, espejismos. Sobre todo, nuestra vida política. En estos tiempos, la ilusión más en boga es la de un gobierno liderado por una persona con visibles desequilibrios emocionales pero que, tal vez, gracias a esos desequilibrios logrará sacarnos de la charca de la inflación y liberarnos de las asechanzas de los políticos de la odiosa casta. Gracias a las bondades de la buena nueva libertaria, poco a poco nos estaríamos curando de la peste de cien años de gobiernos decadentes. A las ilusiones -lo sabemos- les sucede el desencanto, oscilaciones espirituales a las que los argentinos mal que bien nos hemos habituados. Me temo que estamos ingresando a los umbrales de una de estas crisis. Por ahora convivimos con gritos y susurros. Y con el retorno a embustes que creíamos superados. Las mediciones del Indec -por ejemplo- puede que empiecen a parecerse a la de los tiempos de Guillermo Moreno. Los índices acerca de la reducción de la pobreza es muy probable que no hayan sido más que un juego de manos. Lo siento por los crédulos. Me dicen los que saben que la pobreza en Argentina es más o menos la misma que en tiempos de Mauricio Macri y Alberto Fernández. Cuando subió a más de cincuenta puntos fue un efecto de coyuntura y cuando bajó es como esa espuma que se desvanece y pone las cosas en su lugar.

II

Podríamos estar peor pero no estamos bien. La virtud más genuina de este gobierno es que ha logrado, o los dioses lo han logrado, que no tenga ninguna fuerza política relevante enfrente. En todos los casos, lo que predomina es la sensación de que todo es provisorio, demasiado provisorio. Dos méritos lo distinguen de las trapacerías populistas: contener la inflación y no concebir al poder como una patente de corso para enriquecerse. La inflación sigue siendo un capítulo con final abierto en el que aconsejaría no andar festejando de antemano. Acerca de la honradez republicana, los episodios que se sucedieron desde el «cripto gate» hasta el escandaloso audio de Diego Spagnuolo, pasando por los ventajosos negocios del clan Menem y las operaciones de recaudación de la encantadora Karina, nos advierten que el gobierno de los hermanitos Milei no parecen reunir las virtudes de castidad que toda virginidad política reclama.

III

Se suele decir que todo gobierno algún pecado de corrupción esconde. Puede que sea verdad, pero el argumento suena más a una coartada que a una explicación razonable. Por lo pronto, el gobierno de los hermanos Milei en el caso que nos ocupa parece empeñado en demostrarnos que sus funcionarios están muy lejos de ser tiernos querubines. En esta semana trascendió el audio de Diego Spagnuolo, titular de la Agencia de Discapacidad. Si las palabras que escuchamos son verdaderas, estamos ante una confesión en toda la línea. Las revelaciones poseen la escala de los escándalos kirchneristas y menemistas. También en estos casos se suele atenuar las imputaciones más graves diciendo que se trata de hechos aislados. Con todo respeto, me cuesta creerles. Es más, el episodio exhibe la monotonía de nuestras crónicas corruptelas. Las palabras de Spagnuolo más que salpicar, embarran a las más altas autoridades del país y una vez más salen a la luz los negocios entre laboratorios, empresarios y funcionarios políticos. Millones de dólares para financiamiento político y para los bolsillos de los viejos y nuevos sinvergüenzas.

IV

Convengamos que este año el gobierno se ha esmerado en convencernos de que la condición de libertarios no está reñida con la aspiración de enriquecerse. Es más, en algunos casos pareciera ser la aspiración más loable. El año se inició el 14 de febrero, sugestivamente el día de los enamorados. En este caso, la celebración amorosa tuvo tono y lustre de crypto moneda. El presidente de la nación hasta las manos. Su explicación inicial es que hay horas que él juega a ser presidente y hay horas que juega a ser Javier Milei. El negocio no lo habría cometido como presidente sino como ciudadano libre. Después corrigieron un poco los argumentos, pero la picardía del 14 de febrero permitió que a más de un observador la venda se le caiga de los ojos. Puede que el gobierno nacional posea merecidas virtudes políticas, pero a partir del 14 de febrero está claro que el gobierno no está persuadido que Mathma Gandhi o la Madre Teresa de Calcuta sean su modelo de conducta. Después llegaron otros partes. Las ventas de candidaturas, el cobro de honorarios por reuniones exclusivas y discretas con el presidente; la sospecha de que la señora Karina además de ser la hermanísima cumpliría funciones de cajera de la honorable e impoluta causa libertaria. ¿Hace falta más? Martín Menem y las contrataciones directas con sus empresas de seguridad. Lule Menem y los laboratorios. Y todo esto mientras casi cien personas mueren como consecuencia del fentanilo adulterado, negocio criminal donde las responsabilidades políticas parecen estar repartidas entre los que permitieron que el negocio se haga, los que miraron para el otro lado y aquellos que debían controlar y no lo hicieron. Nuestra versión sórdida del «Homo Argentum» de la corrupción al palo.

V

Algunos casos reúnen los méritos para que periodistas decididos a investigar se internen en laberintos y recovecos donde todo huele mal. Recordemos que este gobierno ha recuperado para la estima nacional la gestión de Carlos Menem. La ha recuperado con tanto entusiasmo que no solo auspició un busto para el hombre que en sus últimos largos años se refugió en los fueros para no ir preso, sino que ha incorporado a su plantel lo que sin exageraciones dramáticas y dinásticas podríamos calificar como el clan Menem. Dignos herederos del maestro -la misma agilidad con las manos, el mismo resplandor nacarado en las uñas- los vástagos riojanos empiezan a ganar los titulares en lo que mejor saben hacer.

VI

En el negocio de las contrataciones directas por cifras multimillonarias, la prioridad la exhibe Leonardo Scaturicce, el señor del avión negro que llegó de Estados Unidos una noche no muy lejana. Un avión negro volando por un cielo mudo y sombrío con una exclusiva pasajera para quien no existe aduana. Ni para ella ni para sus bolsos. Todo normal, dijeron los voceros libertarios. Después los detalles retóricos. Juegos de palabras que parecen extasiar a los venerables dirigentes libertarios. El presidente de la nación empeñado en abatir a un niño autista; uno de sus funcionarios reprochándoles a las víctimas de la discapacidad su condición de privilegiados porque no pagan peaje o estacionamiento. Una honorable legisladora libertaria discurriendo acerca de la inaceptable pretensión de algunos niños de ser atendidos en el Hospital Garrahan. Y pensar que brulotes de este tipo que ya en el siglo XIX eran considerados reaccionarios hoy pretenden presentarse como auspiciosas novedades, como excelsas virtudes que debemos proponernos ejercer.

Redacción

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