Con sus dispares puestas en escena, Donald Trump ha exhibido en los últimos diez días dos estilos diplomáticos contrapuestos que han demostrado su admiración por el presidente de Rusia, Vladimir Putin, y su desprecio por Europa. Si al primero lo recibió el viernes pasado en Anchorage (Alaska) con una alfombra roja, un vuelo de exhibición de sus bombarderos B-2 y un paseo en ‘la Bestia’, su coche presidencial blindado, el lunes ni siquiera saludó a los líderes europeos en su llegada a la histórica cumbre en la Casa Blanca: fue Monica Crowley, su jefa de protocolo, quien salió a dar la mano, uno a uno, a los mandatarios de Francia, Reino Unido, Alemania, Italia y Finlandia, así como a la presidenta de la Comisión Europea y al secretario general de la OTAN.
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