Este verano he llegado a la conclusión de que siempre me resultará más asequible reservar plaza en cualquiera de los cruceros que surcan los mares de la tierra que comprarme un barco. Esta idea encierra todo mi saber económico y cumple con mi deseo de ser feliz al lado del océano. Así que este mes de agosto he disfrutado de mi segundo crucero, con destino Islandia. Los cruceros no están muy bien vistos porque no tienen glamur como los yates. La única forma de democratizar y compartir con todos y todas el Atlántico es, se ponga uno como se ponga, con un crucero.
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