Un inversor extranjero aterriza en Ezeiza, Rosario o Mendoza, con la idea de construir una casa, ampliar una fábrica o financiar un hospital. Hojea los diarios, buscando señales de estabilidad, y se encuentra con un titular que promete: inflación a la baja, gasto público recortado, impuestos reducidos, trámites agilizados y un cepo cambiario parcialmente liberado. «Parece que el país se ordena», piensa. Pero al pasar las páginas, la realidad lo abofetea: tasas de interés al 75% anual, un plazo fijo que rinde casi 5% mensual. ¿Por qué tan altas? Porque la incertidumbre reina. Y la incertidumbre, en Argentina, tiene nombre: elecciones.
El inversor lee que el Gobierno actual, artífice de estos avances, tambalea políticamente. Su coalición, una especie de «Armada Brancaleone» —como aquella comedia italiana de los ’60 donde un noble lidera un ejército de ineptos y cobardes—, es un mosaico de desaciertos.
Desde una diputada que llega al Congreso en un auto oficial estrellado, cortesía de un acuerdo político donde su padre alquiló un sello partidario, hasta denuncias de coimas del 3% al 8% en ventas de insumos para personas con discapacidad.
El Gobierno, ante esto, balbucea: «Son mentiras». Pero el bochorno no termina ahí. Piedrazos al presidente, tildados de actos de «dementes» o «grupos opositores», evocan recuerdos de atentados contra Cristina Kirchner o Trump. La Justicia, mientras tanto, es un chiste: un juez apodado «la tortuga» cuando gobernaban «los otros» ahora corre como «la liebre». El costo de la vergüenza ajena se paga caro.
¿Por qué no bajan las tasas? Porque nadie confía. La oposición, que dejó un país con 211% de inflación, rechaza las reformas y siembra dudas. ¿Seguirá el rumbo actual o volveremos al caos? Nadie lo sabe. La sociedad argentina, atrapada en este circo, no decide si quiere orden o retroceso. Y el gobierno, débil, no ayuda: su «Armada Brancaleone» no inspira confianza, sino risas amargas.
El inversor guarda los diarios, mira por la ventanilla y calcula. Con un 75% de interés, su dinero podría crecer sin riesgo. Pero sabe que, si todos pensaran igual, la economía se congelaría. Y así está: paralizada, esperando octubre. Dos meses de calentura política y un frío glacial en la economía. Nadie mueve un peso, nadie arriesga. La Argentina, otra vez, atrapada en su propio bochorno. ¿Invertir? «Mejor me voy», piensa el empresario.