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viernes, septiembre 5, 2025

Qué lástima, pero adiós

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Por Marianela Ríos

María Eugenia pone el vestido en una bolsa. Lo plancha con la mano y lo guarda. Acaba de recibirlo de la tintorería y va a dárselo a su sobrina para que lo guarde. Es su vestido de novia y fue también el de su abuela. Ahora que tiene que desprenderse de lo material, la prenda cayó en el lado de la lista de cosas que no se pueden soltar. ¿Cómo se arranca a los objetos el peso de sus historias? Guarda el vestido y arma cuatro cajas de libros que irán a parar a lo de una tía, con un par de muebles imposibles de llevar. El resto ya fue desmantelado. Ahora toca trasplantar lo queda a una nueva tierra. En la otra lista, la de cosas que no se puede olvidar, está su pasaporte, algo de plata y los pasajes. Primero, como una venda que se quita en dos tirones y apretando los dientes, dejará su Rosario natal hacia Buenos Aires. El último tirón será en Ezeiza.

El pasaje dice Aeropuerto de Barajas y la nueva tierra es Madrid.

***

María Eugenia Cardinale se conecta puntual y sonríe a la cámara del meet pautado con los ojos apretados a través de unos lentes de marco grande, blanco y puntiagudo. Es una de las investigadoras que decidió irse del país y exportar su conocimiento en los últimos meses. La famosa fuga de cerebros. Mientras habla sobre sus últimos 20 años de trabajo como docente e investigadora, de a ratos contiene los bordes de esa herida con silencios seguidos de inhalaciones que parecen no tener dónde desembocar.

La elección de Madrid no fue casual, ya había estado en 2020 durante una estancia de investigación en la Universidad Complutense. Quedó varada por las restricciones de la pandemia y cuando pudo volver, algo ya había quedado sembrado. Como doctora en Ciencias Sociales, especializada en Relaciones Internacionales, acá su vida se repartía entre múltiples trabajos en la Universidad Nacional de Rosario y la de Entre Ríos. En su rutina, las cinco horas de viaje una vez a la semana a Paraná eran algo a lo que se había acostumbrado. A donde llegaba, plantaba su mochila como una bandera y lo convertía en su espacio no solo de trabajo, sino de militancia. Daba clases, mantenía reuniones y se juntaba con algunos de sus grupos de investigación. El que más le dolió dejar fue el último, sobre cooperación transfronteriza y seguridad ciudadana en el Río Uruguay, porque era de importancia para la comunidad. Sus compañeros —cuenta— quedaron en shock.

– No se la esperaban. Si bien yo venía diciendo que estaba la idea, una siempre piensa en resistir. Hasta que ganó Milei. Sabía que iban a meterse con las universidades haciendo que se vuelvan imposibles de sostener. A eso se le sumaron varias cosas: una experiencia de maltrato que tuve en mi trabajo que fue horrible, que cobraba tres mangos y que nunca había podido ingresar al CONICET, a pesar de que tengo una larga trayectoria en investigación. Todo eso hizo que tomara la decisión. Yo soy una militante de la universidad pública, pero sentí que el país y la academia me estaban expulsando. Así que dije: “Hasta acá llegué, me voy”.

***

La primera vez que Walter se fue de Argentina tenía 30 años y estaba contento. Le había salido la prestigiosa beca Erasmus Mundus para investigar durante un año en el País Vasco. Cuando volvió, hizo su doctorado con una beca del CONICET, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, que es el principal organismo dedicado a la promoción de la ciencia y la tecnología en el país. Y en 2012, cuando se recibió, se fue por segunda vez, ya sin un retorno definido. Esta vez a Chile. Volvería 10 años después, en 2022, con más que una ilusión bajo el brazo: la de toda una familia. Bajó del avión sonriendo a un futuro en el que por fin se iba a asentar. Un futuro certero —creyó— en un país incierto.

***

Walter se sienta cómodo en el sillón de su casa y mira la pantalla apoyando un brazo sobre el respaldo como quien va a charlar con alguien conocido, familiar. Tiene mejillas robustas y ojos finos que caen en pendiente, resguardados por unas cejas pronunciadas que sobresalen detrás de sus lentes. Walter Koza es doctor en Humanidades y Artes con mención en Lingüística y vive en Santiago de Chile. Había retornado al país en 2022 gracias al Programa Raíces de repatriación de científicos que vivían en el exterior y deseaban volver. Estuvo casi dos años hasta que la posibilidad de volver a emigrar tocó de nuevo su puerta.

—Yo tenía muchas ganas de retornar a Argentina. Durante los 10 años que estuve en Viña del Mar, trabajando en la universidad, la pasé, por momentos, muy mal. Muy depre. Extrañaba bastante. Pensaba “la pucha, cómo habrá sido para mis abuelos polacos sin saber una palabra del español, o lo que debe haber sido irse exiliado”.

Walter habla rápido. Se nota que los años en el país trasandino moldearon su hablar. Pero pasados los primeros minutos dejará la melodía que se inscribe en esa entonación que sube y baja como camino con badenes, para hacer pausas y pronunciar enfático ciertos modismos argentinos. Dirá que “le rompe las pelotas” las personas que dicen “hay que irse del país” o que cuando era joven era “gorila”, pero que ya se “curó”.

También dirá que tomó la decisión de volverse a Chile cuando vieron que las cuentas en la casa no daban, que los proyectos que ganaba se daban de baja por falta de presupuesto y la posibilidad de un nuevo trabajo asomaba la esquina.

– Me acuerdo que habíamos mandado un proyecto un viernes antes de las elecciones presidenciales de 2023 y lo cobramos en agosto del año siguiente. No nos alcanzaba para nada. Yo trabajo en Gramática, no necesito un laboratorio, ni un microscopio, pero sí libros, una buena computadora, una impresora… pero ni para eso teníamos. Igual, no me fui solo por lo malo, la propuesta de hacer investigación y docencia en la Universidad de Chile era muy tentadora y en la lógica neoliberal en la que estamos inmersos, la realidad es que el mercado no se pelea por quienes estudiamos Filosofía o Letras.

Entre diciembre del 2023 y abril del 2025, en Argentina hubo una inflación acumulada del 204,9 por ciento. Los salarios de investigadores y estipendios de becarios del CONICET cayeron un 35,9 por ciento en términos reales y la inversión en Ciencia se desplomó a niveles menores que el 2002, año en el país estaba sumergido en una profunda crisis. Números certeros en un país incierto.

***

Leé la crónica completa en www.ctys.com.ar

Redacción

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